Felicitación pascual de nuestro obispo

+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.

Hermanos y hermanas palentinos: feliz, alegre y esperanzada pascua.

Os invito a ensanchar el corazón y el alma para cantar y gozar del mensaje de la Pascua o mejor del Señor de la Pascua, acoger a Él que pasó -pascua es paso- de la muerte a la vida de esta tierra a las manos del Padre porque «es fuerte el amor como la muerte» (Cant 8, 6). Él nos ha amado hasta el extremo, hasta la muerte y muerte de Cruz y nos dice hoy, poniendo su mano derecha sobre cada uno: «No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente, estuve muerto, pero ya ves, vivo por los siglos de los siglos. Tengo las llaves de la muerte y del abismo» (Ap 1, 17-18). Este es el anuncio asombroso de la Pascua.

Tenemos que celebrarla de forma contenida por las circunstancias sanitarias, económicas y sociales que estamos viviendo, sobrecogidos y temerosos. Muchos tenemos familiares o amigos fallecidos, sin poder despedirnos de ellos, o en el hospital, otros en casa, todos confinados en nuestros domicilios. No nos dejemos vencer por la tristeza y la desesperanza. Cristo ha vencido con su resurrección al mal y la muerte Su sepulcro está vacío. Es nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor en Dios Padre-Madre que nos ha dado y nos da la vida, que nos ama y nos hace hijos e hijas suyos; en Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre, el último y el servidor de todos, que se anonadó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz; y en el Espíritu Santo, que es Amor, Señor y Dador de vida, que nos despierta a la paz, a la esperanza, al amor.

Es la historia del Dios amor que culmina en Jesucristo por obra del Espíritu Santo. Jesús Resucitado es nuestra luz, la luz que ilumina nuestra identidad, nuestra existencia y nuestro destino; hemos sido hechos partícipes de su vida eterna y nueva el día de nuestro Bautismo; nos habla en su Palabra, Palabra de vida eterna que hace arder el corazón, y comparte la mesa con nosotros en la Eucaristía, donde nos parte el pan y se nos da para que tengamos vida y vida eterna.

Durante la Cuaresma nos hemos estado preparando para la Pascua. Pero la Cuaresma tiene un significado espiritual: «Como los días anteriores a la Pascua fueron símbolo de la vida fatigosa en esta pesadumbre mortal, del mismo modo los días presentes lo son de la vida futura, en la que hemos de reinar con Cristo. La vida simbolizada en los cuarenta días anteriores a la pascua la vivimos ahora simbolizada en los cincuenta días posteriores a la resurrección del señor no la poseemos, pero la esperamos y esperándola la amamos y ese mismo amor es alabanza para Dios» (San Agustín, sermón 201,8). Nuestra eterna actividad común será «ver, amar, gozar y alabar al Dios del amor» (S. Agustín, sermón, 221 A).

¿Cómo vivir la Pascua y ser personas pascuales? «Si hemos resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra: Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él» (Col.3,1-4). Buscar los bienes de arriba no es estar en las nubes, no es estar ajenos a nuestro mundo y los avatares de la historia, a los sufrimientos de los hombres, sino atentos a los bienes que vemos encarnados en Cristo, que nos llama al amor al servicio de la justicia, la paz, la verdad, la vida de los demás. Nos llama, como he leído un día de estos que la naturaleza no es la humanitas, ni los hombres somos Dios, ni la historia ni la libertad están escritas, ni estamos a salvo a pesar de nuestro poderío científico y tecnológico, ni hemos logrado el progreso moral que se esperaba. Podemos volver al salvaje político en cualquier momento. Y yo añado: Lejos de Dios nos va muy mal.

En Pascua debemos cultivar la fe de la Iglesia, la fe de Tomás (Jn 20, 24-29), viviéndola como comunidad de discípulos, sobre todo los domingos, porque como nos dice Él «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí esto yo en medio de ellos» (Mt. 18,20) y celebrando la Eucaristía con todos. En ella Él nos habla por el camino como compañero con palabras que encienden el corazón y nos invita a partir el pan: “Ven, amor, a probar la santa cena/ a gustar la fragancia del bocado/, tierno pan del panal de mi costado/, más dulce que el panal de una colmena/. Juro contigo amor a boca llena, /esposa de mi beso enamorado,/ cautiva de la miel que ha derramado,/ la rosa de mis labios, mi cadena/. Reposa en mi costado tu tristeza./ Reposa primaveras y veranos/, hasta que el tiempo amine en nuestra manos/. Esta es la vida eterna, que hoy empieza/. Esta es la fe, el amor, la gran certeza/: reclinar en mi pecho tu cabeza (F. Contreras).

Pero también nos pide que seamos como María Magdalena y los Apóstoles: discípulos misioneros que anunciemos al Resucitado con obras y palabras: “Arriba Magdalena, alza tu vuelo/, susurra, grita, corre, brinca, canta/. Hágase luz mi voz en tu garganta/, y alondra de verdad por tierra y cielo/. Vuela hacia mis discípulos,/proclama: No temáis. Vuestro olvido está olvidado/. Solo perdona quien mucho ama/. Con vosotros estoy resucitado/ Sois hijos de Dios Padre, mis hermanos/, abrid el corazón, tended las manos” (F. Contreras). Anunciemos esta Buena, la Mejor, Noticia, a los que sufren, a los que tienen miedo, a los ancianos y solos, a los vivos y a los muertos con nuestra oración y servicio.

Feliz Pascua.

La Diócesis de Palencia

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