¿Cómo aumentar nuestra esperanza?

La oración del cristiano en este tiempo de adviento y en el tiempo de la vida entera es: «¡Ven, Señor Jesús!». Estamos proyectados al futuro, pero desde el pasado, desde la situación actual en que gozamos y sufrimos, desde lo que somos. El hombre no puede vivir sin esperanza. «Mañana todo será distinto, hijo mío». «La esperanza pertenece a la estructura misma de la vida y a la dinámica del espíritu humano. Cuando la persona vive esperanzada, se afirma a sí misma y afirma el valor de la realidad. Cuando la esperanza se destruye, las repuestas de la persona pueden variar según los tiempos, el espacio y la cultura» (J. R. Flecha). Unas respuestas pueden ser el suicidio, el pasotismo, la indiferencia, el “comamos y bebamos que mañana moriremos”, el egoísmo absoluto, el cansancio permanente, la tristeza, la falta de sentido, el endurecimiento de las entrañas, etc.

La esperanza definitiva con la que soñamos una tierra nueva y un cielo nuevo, una humanidad nueva y un hombre y una mujer nuevos, sólo nos puede venir de Jesús; pero no quita el que tengamos otras pequeñas esperanzas justas que aporten alegrías, aunque no plenas, que respondan a nuestros deseos y anhelos, personales y colectivos.

No se puede confundir con la mera ilusión, los sueños; el optimismo ingenuo del que dice: “todo el mundo es bueno”, tampoco es realista. La esperanza cristiana, la definitiva, no nos evade de la realidad, de pisar tierra y trabajar. La fe cristiana no es un opio del pueblo, ni una droga. Es una esperanza que se fundamenta en la fe y actúa por la caridad. «La espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación por cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo futuro. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios». (GS, 39).

Tampoco se puede confundir la esperanza con la espera. Uno puede estar en la estación esperando la llegada del tren, pero si llega con retraso o ha sido suspendido el servicio no podemos hacer nada sino estar cabreados, impacientes, nerviosos y decepcionados. Eso es la espera. La esperanza no es así. La imagen más acabada, desde mi punto de vista, es la de la mujer embarazada; tiene una vida dentro, que va creciendo poco a poco con la colaboración de la madre, con su amor, su sangre, su cuidado, su trabajo, su descanso, etc., hasta que se produzca el milagro del nacimiento de un nuevo niño o una nueva niña.

¿Cómo hacer crecer la esperanza?

1. Confiar en las promesas de Dios y en el Dios de las promesas. Él es fiel a su palabra, nos ama y confía en nosotros, se fía de nosotros. Confiar también en las personas, siempre y cuando no nos demuestren lo contrario, y aunque decepcionen, dejar la puerta abierta a otras oportunidades, al perdón y a la misericordia.

2. Pedir a Dios en la plegaria la gracia la esperanza, porque la esperanza es una de las virtudes teologales, un don de Dios.

3. Tener un proyecto en la vida e ir dando pasos, poco a poco, caminando etapa tras etapa como hacen los peregrinos que pasan por el Camino de Santiago.

4. La humildad. Sabernos pequeños ante Dios y ante los demás, porque lo somos.

5. La perseverancia y la paciencia. No se ganó Zamora en una hora. No podemos sembrar por la mañana y cosechar por la tarde. Hay que mantenerse contra viento y marea, con esfuerzo, y, a veces, con dolor.

6. Estar y vivir despiertos, atentos a la realidad, a los signos de los tiempos, porque en ellos está el logro de nuestras esperanzas o nuestros fracaso. No es postura ni humana ni cristiana meter la cabeza debajo del ala y esperar a que otros hagan o deshagan y nos den incluso lo que no deseamos. Tampoco lo es ver todas las cosas negras: «No maldigas la oscuridad, enciende una vela»; también en la noche emiten su luz pequeñas luciérnagas y existen estrellas que iluminan el camino. Hay muchas cosas buenas, bellas, y personas buenas, justas y honradas que luchan.

7. Compartir con otros. Ayudar a otros y dejarse ayudar. Trabajar por otros, por la familia, por los hijos, por los necesitados, los descartados, personal y asociadamente. Trabajar por otros es como sembrar una semilla que dará su fruto.

8. Seguir el ejemplo de los mejores hijos e hijas de la Iglesia, santos canonizados o personas buenas que han humanizado nuestro mundo. Sobre todo, conocer a Jesucristo, escucharle, amarle y seguirle.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia

 

 

 

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