Hablar con el corazón, “en la verdad y en el amor”

El próximo 21 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor, se celebra la 57º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «Hablar con el corazón, “en la verdad y en el amor” (Ef 4,15)» es el lema que propone el Santo Padre para la Jornada de este año.

En su Mensaje para esta Jornada -que se hizo público el pasado mes de enero- el Papa Francisco resalta que es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. El Papa destaca como «uno de los ejemplos más luminosos» a San Francisco de Sales, doctor de la Iglesia. De él se podía decir que «las palabras dulces» multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones.

Por su parte, los obispos de la Comisión Episcopal para las comunicaciones sociales, nos invitan a hablar con el corazón, en la verdad y en el amor. Esas tres palabras, corazón, verdad y amor, ponen en juego los principios de una comunicación humana, del hablar entre personas.

Bajo el título, «En tiempos de soledad, la comunicación une corazones», los obispos indican que «vivimos tiempos de desvinculación, de individualismos, de soledad». Subrayan que la polarización, los extremos, las rede sociales están haciendo de la comunicación, del encuentro, una dificultad, cuando debería ser el primer objetivo entre las personas. Y afirman que “la comunicación se realiza cuando genera vínculos con el otro, con la realidad y con la verdad”

 

 

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PARA LA 57 JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

 

Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Después de haber reflexionado, en años anteriores, sobre los verbos “ir, ver” y “escuchar” como condiciones para una buena comunicación, en este Mensaje para la LVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales quisiera centrarme en “hablar con el corazón”. Es el corazón el que nos ha movido a ir, ver y escuchar; y es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. Tras habernos ejercitado en la escucha -que requiere espera y paciencia, así como la renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro punto de vista-, podemos entrar en la dinámica del diálogo y el intercambio, que es precisamente la de comunicar cordialmente. Una vez que hayamos escuchado al otro con corazón puro, lograremos hablar «en la verdad y en el amor» (cf. Ef 4,15). No debemos tener miedo a proclamar la verdad, aunque a veces sea incómoda, sino a hacerlo sin caridad, sin corazón. Porque «el programa del cristiano -como escribió Benedicto XVI- es un “corazón que ve”»[1]. Un corazón que, con su latido, revela la verdad de nuestro ser, y que por eso hay que escucharlo. Esto lleva a quien escucha a sintonizarse en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en el propio corazón el latido del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, en lugar de juzgar de oídas y sembrar discordia y divisiones.

Jesús nos recuerda que cada árbol se reconoce por su fruto (cf. Lc 6,44), y advierte que «el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, de su mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca» (v. 45). Por eso, para poder comunicar «en la verdad y en el amor» es necesario purificar el corazón. Sólo escuchando y hablando con un corazón puro podemos ver más allá de las apariencias y superar los ruidos confusos que, también en el campo de la información, no nos ayudan a discernir en la complejidad del mundo en que vivimos. La llamada a hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo, tan propenso a la indiferencia y a la indignación, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad.

 

Comunicar cordialmente

Comunicar cordialmente quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra participación en las alegrías y los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así quiere bien al otro, porque se preocupa por él y custodia su libertad sin violarla. Podemos ver este estilo en el misterioso Peregrino que dialoga con los discípulos que van hacia Emaús después de la tragedia consumada en el Gólgota. Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente con amor a la comprensión del sentido profundo de lo sucedido. De hecho, ellos pueden exclamar con alegría que el corazón les ardía en el pecho mientras Él conversaba con ellos a lo largo del camino y les explicaba las Escrituras (cf. Lc 24,32).

En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones -de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune-, el compromiso por una comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A los cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14), ya que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los hombres creados a semejanza de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29).

A veces, el hablar amablemente abre una brecha incluso en los corazones más endurecidos. Tenemos prueba de esto en la literatura. Pienso en aquella página memorable del capítulo XXI de Los novios, en el que Lucía habla con el corazón al Innominado hasta que éste, desarmado y atormentado por una benéfica crisis interior, cede a la fuerza gentil del amor. Lo experimentamos en la convivencia cívica, en la que la amabilidad no es solamente cuestión de buenas maneras, sino un verdadero antídoto contra la crueldad que, lamentablemente, puede envenenar los corazones e intoxicar las relaciones. La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no fomente el rencor que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso, la realidad en la que viven.

 

La comunicación de corazón a corazón: “Basta amar bien para decir bien”

Uno de los ejemplos más luminosos y, aún hoy, fascinantes de “hablar con el corazón” está representado en san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia, a quien he dedicado recientemente la Carta apostólica Totum amoris est, con motivo de los 400 años de su muerte. Junto a este importante aniversario, me gusta recordar, en esta circunstancia, otro que se celebra en este año 2023: el centenario de su proclamación como patrono de los periodistas católicos por parte de Pío XI con la Encíclica Rerum omnium perturbationem. Intelecto brillante, escritor fecundo, teólogo de gran profundidad, Francisco de Sales fue obispo de Ginebra al inicio del siglo XVII, en años difíciles, marcados por encendidas disputas con los calvinistas. Su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un testigo extraordinario del amor misericordioso de Dios. De él se podía decir que «las palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas relaciones» (Si 6,5). Por lo demás, una de sus afirmaciones más célebres, «el corazón habla al corazón», ha inspirado a generaciones de fieles, entre ellos san John Henry Newman, que la eligió como lema, Cor ad cor loquitur. «Basta amar bien para decir bien» era una de sus convicciones. Ello demuestra que para él la comunicación nunca debía reducirse a un artificio -a una estrategia de marketing, diríamos hoy-, sino que tenía que ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos. Para san Francisco de Sales, es precisamente «en el corazón y por medio del corazón donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios»[2]. “Amando bien”, san Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose su amigo; por eso es recordado como el protector de las personas con discapacidades comunicativas.

A partir de este “criterio del amor”, y a través de sus escritos y del testimonio de su vida, el santo obispo de Ginebra nos recuerda que “somos lo que comunicamos”. Una lección que va contracorriente hoy, en un tiempo en el que, como experimentamos sobre todo en las redes sociales, la comunicación frecuentemente se instrumentaliza, para que el mundo nos vea como querríamos ser y no como somos. San Francisco de Sales repartió numerosas copias de sus escritos en la comunidad ginebrina. Esta intuición “periodística” le valió una fama que superó rápidamente el perímetro de su diócesis y que perdura aún en nuestros días. Sus escritos, observó san Pablo VI, suscitan una lectura «sumamente agradable, instructiva, estimulante»[3]. Si vemos el panorama de la comunicación actual, ¿no son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje, un servicio radiotelevisivo o un post en las redes sociales? Que los profesionales de la comunicación se sientan inspirados por este santo de la ternura, buscando y contando la verdad con valor y libertad, pero rechazando la tentación de usar expresiones llamativas y agresivas.

 

Hablar con el corazón en el proceso sinodal

Como he podido subrayar, «también en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros»[4]. De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar conforme al estilo de Dios, que se nutre de cercanía, compasión y ternura. En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas. Sueño una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está llamada a dar en el tercer milenio. Una comunicación que ponga en el centro la relación con Dios y con el prójimo, especialmente con el más necesitado, y que sepa encender el fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Una comunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresia en el hablar; que no separe nunca la verdad de la caridad.

 

Desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz

«Una lengua suave quiebra hasta un hueso», dice el libro de los Proverbios (25,15). Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra; para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan estragos. En el dramático contexto del conflicto global que estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Es necesario vencer «la costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso»[5]. Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones; como exhortaba proféticamente san Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, la paz «verdadera […] puede apoyarse […] únicamente en la confianza recíproca» (n. 113). Una confianza que necesita comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para hallar un terreno común donde encontrarse. Como hace sesenta años, vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes, también a nivel comunicativo. Uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia. He aquí por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos.

En cuanto cristianos, sabemos que es precisamente la conversión del corazón la que decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón humano[6]. Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido de responsabilidad de los operadores de la comunicación, a fin de que desarrollen su profesión como una misión.

Que el Señor Jesús,
Palabra pura que surge del corazón del Padre,
nos ayude a hacer nuestra comunicación libre, limpia y cordial.

Que el Señor Jesús,
Palabra que se hizo carne,
nos ayude a escuchar el latido de los corazones,
para redescubrirnos hermanos y hermanas,
y desarmar la hostilidad que nos divide.

Que el Señor Jesús,
Palabra de verdad y de amor,
nos ayude a decir la verdad en la caridad,
para sentirnos custodios los unos de los otros.

 

Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2023, memoria de san Francisco de Sales.

FRANCISCO

 

 

MENSAJE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES (CECS)

 

En tiempos de soledad, la comunicación une corazones

 

La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, a la que la Iglesia nos invita, tiene este año como lema Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor», en referencia al texto de san Pablo a los efesios. Esas tres palabras, corazón, verdad y amor, ponen en juego los principios de una comunicación humana, del hablar entre personas.

La primera palabra es corazón. Vivimos tiempos de desvinculación, de individualismos, de soledad. De construir muros para estar sólo con los míos o, peor todavía, solos con nosotros mismos. Las polarizaciones, los extremos, las redes sociales, que hacen resonar siempre las ideas propias en boca de otros, están haciendo de la comunicación, del encuentro, del intercambio, una dificultad, cuando deberían ser su primer objetivo.

La comunicación se realiza cuando genera vínculos con el otro, con la realidad y con la verdad. Muchas veces comienza con el hablar y para que el hablar establezca vínculos, relaciones, el papa Francisco nos invita a que sea un hablar con el corazón, de manera cordial, con el deseo de mejorar la vida de los otros, la vida de nuestra sociedad. Hemos vivido un tiempo de lo que se ha llamado telebasura, que parece llegar a su fin. Ha sido exponente máximo de una comunicación orientada a los ratings de audiencia convertible en beneficio económico, que pasa por encima de la verdad, de la dignidad de las personas, de la inteligencia humana. La comunicación se degradó en ella del par servicio/bien común al par audiencia/beneficio.

Este modelo, que tiene sus extensiones en la política, el deporte o las relaciones institucionales, está todavía vigente en algunos medios de comunicación y se apoya en la tensión dramática y en las historias de los extremos que son capitalizadas en beneficios de influencia, poder o dinero. La comunicación con el corazón no es comunicación para la pasión que divide sino para la pasión que une, que vincula, para la compasión.

La segunda palabra de la comunicación a la que invita el Papa es verdad. Sólo la comunicación de la verdad permite avanzar la sociedad y es realmente comunicación. No obstante, en este tiempo las redes sociales y las fake news han difundido la desinformación, la mentira o la calumnia y han generado incomunicación social. En este sentido, sigue siendo urgente que todos los que participen en las redes sociales tengan entre sus motivaciones hacer posible un encuentro y un diálogo que puedan iluminar mejor la verdad de las cosas y de las personas.

Quizá va siendo necesario que quienes se acerquen a las redes sociales reciban una formación en comunicación desde la etapa escolar, para impedir que ese ambiente digital se generen incomprensiones, descalificaciones, calumnias, insultos o violencia. Al mismo tiempo, la propia experiencia debe conducir a decir la verdad con claridad y con caridad, aunque sea incómoda para quien la dice o quien la recibe. Decir la verdad es una expresión de amor.

El papa Francisco nos habla también del amor para la comunicación, que está en relación con la felicidad del ser humano. Sólo el amor genera la auténtica felicidad en el hombre: amar y ser amado. El Papa expresa que esa comunicación en el amor, como contenido y como modo de comunicar, puede hacer mejor la vida de las personas. Esto hace necesario, antes de comunicar contenidos, establecer el vínculo de afecto con quien los va a recibir, sintonizar con el otro, utilizar la misma vibración. Hacer visible que se está unido a él, que se busca su bien.

Estas tres palabras: corazón, verdad y amor están en el eje de la comunicación que propone el papa Francisco y que realmente contribuyen al bien de la persona. La comunicación no puede ser nunca un artificio sino que debe reflejar el ánimo propio y busca animar, llenar de alma, de pasión, de contenido. Por eso, todos estamos llamados a comunicar de este modo no sólo los profesionales de la comunicación sino cada una de las personas que creamos vínculos con las palabras.

Casi en la antítesis de estas palabras, en los últimos meses ha irrumpido en el mundo de la comunicación la inteligencia artificial. Una herramienta que genera contenidos a partir de una inmensa cantidad de información acumulada durante años por servidores informáticos. Los resultados que ofrece estremecen por la apariencia que ofrecen sus resultados de un trabajo realizado por personas. Sin embargo, esta inteligencia artificial, que es sólo un medio más, tiene que ser humanizado en su diseño y en sus resultados para no dañar la comunicación ni a las personas que se dedican a ella.

Al mismo tiempo, esta inteligencia artificial y sus limitaciones son una oportunidad para revalorizar la comunicación humana, por lo que esta aporta de humanidad, de corazón, de amor y de verdad. En este sentido, resulta importante animar a los profesionales de la comunicación en esta dirección. En medio de las dificultades del modelo, de las polarizaciones, de la competencia de la inteligencia artificial, es necesario, una vez más, agradecer el esfuerzo que realizan y valorar su trabajo como un gran servicio al bien de todos.

Las circunstancias de la comunicación en este tiempo están también polarizadas. Al mismo tiempo que crecen las dificultades objetivas para llevarla a cabo y cumplir con sus fines, crece la importancia que puede tener en la configuración de una sociedad nueva que tiende puentes y crea vínculos. El trabajo de los comunicadores y de todos los cristianos llamados a comunicar una buena noticia es siempre imprescindible. Alentamos a todos y cada uno a realizar este proceso de realizar una comunicación que relacione corazón, verdad y amor que pueda servir a este tiempo para una sociedad más humana.

 

Madrid, 11 de mayo de 2023

Mons. José Manuel Lorca, obispo de Cartagena y presidente de la CECS

Mons. Salvador Giménez, obispo de Lleida

Mons. José Ignacio Munilla, obispo de Orihuela-Alicante

Mons. Sebastián Taltavull, obispo de Mallorca

Mons. Antonio Gómez Cantero, obispo de Almería

Mons. Fernando Prado, obispo de San Sebastián

Mons. Francisco José Prieto, obispo auxiliar de Santiago de Compostela. Electo arzobispo

Mons. Cristóbal Déniz, obispo auxiliar de Canarias

Mons. Joan Piris, obispo emérito de Lleida

 

 

 

[1] Carta enc. Deus caritas est, 31.

[2] Carta ap. Totum amoris est (28 diciembre 2022).

[3] Epístola ap. Sabaudiae gemma, con motivo del IV Centenario del nacimiento de san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia (29 enero 1967).

[4] Mensaje para la LVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero 2022).

[5] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 201.

[6] Cf. Mensaje para la 56 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2023).

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