Los artistas

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

El pasado 23 de junio el Papa Francisco congregó a muchos artistas de las distintas ramas del arte, también algunos españoles, en el incomparable marco de la Capilla Sixtina, ante la mirada de Cristo del Juicio Final de Miguel Ángel.

No era la primera vez que el Papa, en nombre de la Iglesia Católica, se encontraba con artistas para dirigirse a ellos como hermanos, reconociendo su aportación a la sociedad y la misma Iglesia. Ya el Concilio Vaticano II, en el número 62 de la Constitución Gaudium et Spes, decía: «A su manera, también la literatura y el arte tienen una gran importancia para la vida de la Iglesia, ya que pretender estudiar la índole propia del hombre, sus problemas y su experiencia en el esfuerzo por conocer mejor y perfeccionarse a sí mismo y al mundo y en el universo, por iluminar las miserias y los gozos, las necesidades y las capacidades de los hombres, y por diseñar un mejor destino para el hombre. Así pueden elevar la vida humana, expresada en mu múltiples formas, según los tiempos y las regiones.

Por tanto, hay que trabajar para que lo que cultivan aquellas artes se sientan reconocidos por la Iglesia en su actividad, y gozando de una libertad ordenada, establezcan contactos más fáciles con la comunidad cristiana. La Iglesia debe reconocer también las nuevas formas artísticas que se amoldan a nuestros contemporáneos, según la índole de las diferentes naciones y regiones». También San Pablo VI y San Juan Pablo II se dirigieron a los artistas para manifestarles su amistad entre la Iglesia y el arte.

El papa Francisco comenzó su discurso recodando esta relación con los artistas que define como natural y especial. Una amistad natural porque el artista toma en serio la profundidad inagotable de la existencia, y de la vida y del mundo, junto con sus contradicciones y sus lados trágicos. El artista, recuerda a todos que la dimensión en que nos movemos es la del Espíritu. «Vuestro arte -dice- es como una vela que se llena del Espíritu y nos hace seguir adelante. Por ello, la amistad e la Iglesia con el arte es algo natural. Pero también es una amistad especial, sobre todo si pensamos en muchos tramos de la historia recorridos juntos, que pertenecen al patrimonio de todos, creyentes y no creyentes». Recordando esto, dice: «esperamos nuevos frutos también en nuestro tiempo, en un clima de escucha, de libertad y de respeto. La gente necesita esos frutos, frutos especiales».

Recodando a Romano Guardini dice: «El estado en el que se encuentra el artista mientras crea es parecido al del niño o del vidente». Según Guardini la obra de arte abre un espacio en el que el hombre puede entrar, en el que puede respirar, moverse y tratar a las cosas y a los hombres, que se ha abierto. Cuando se obra en el arte los confines disminuyen y los límites de la experiencia y la comprensión se dilatan. Todo parece más abierto y disponible. Entonces se adquiere la espontaneidad del niño que imagina y la agudeza del vidente que capta la realidad.

Si, el artista es un niño -no debe sonar como ofensa- significa que se mueve sobe todo en un espacio de la invención, de la novedad, de la creación, de poner en el mundo algo que así no se había visto nunca, porque como decía Hannah Arendt, «lo propio del ser humano es vivir para llevar al mundo la novedad». Abrir y llevar novedad. Esta es la dimensión de la fecundidad del hombre. Llevar la novedad, y colaborar con Dios que dice: «Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?» (Isa 43, 19) y en el Apocalipsis: «Mira: hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5). Sois los aliados del suelo de Dios. Sois ojos que miran y sueñan. No basta con mirar, es necesario soñar.

Los artistas tenéis la capacidad de soñar nuevas versiones del mundo. Os parecéis a los videntes. Sois un poco profetas. Sabéis mirar las cosas tanto en profundidad como en lejanía, como centinelas que entrecierran los ojos para escudriñar el horizonte y comprender la realidad más allá de las apariencias. En eso estáis llamados a huir del poder sugerente de esa belleza artificial y superficial hoy difundida y muchas veces cómplice de los mecanismos económicos generadores de desigualdades. Esta belleza no atrae, porque es una belleza que nace muerta; no hay vida, no atrae. Es una belleza fingida, cosmética, un maquillaje que esconde en vez de revelar.

El arte siempre ha estado vinculado a la belleza. Simone Weil escribía: «La Belleza seduce a la carne para obtener el premio de pasar hasta el alma». El arte toca los sentidos para animar el espíritu y hace esto a través de la belleza, que es reflejo de las cosas cuando son buenas, justas, verdaderas. Es señal de que algo tiene plenitud. La belleza nos hace sentir que la vida está orientada a la plenitud. En la verdadera belleza se empieza a sentir nostalgia de Dios. La belleza verdadera, de hecho, es reflejo de la armonía. Esa es la virtud operativa de la belleza. Es su espíritu de fondo, en el que actúa el Espíritu de Dios, el gran armonizador del mundo. Vosotros, los artistas, podéis ayudarnos a hacer lugar para el Espíritu. Cuando vemos la obra del Espíritu, que es crear la armonía de las diferencias, no destruirlas, no uniformarlas, sino armonizarlas, entonces comprendemos qué es la belleza.

Ánimo, artistas.

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