+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
No sé si muchos lo habéis visto, pero en la escalera principal de nuestro Seminario Diocesano, entrando por la calle Cardenal Almaraz, hay una bella imagen en bronce de san José que ha mirado con ternura a Jesús y a los seminaristas que han pasado por nuestro seminario y que después han sido sacerdotes, y, a su vez, ha sido mirado e invocado por ellos con devoción. Porque San José es el patrono de nuestro Seminario como lo es de toda la Iglesia Universal.
El papa Francisco, con motivo del 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia Universal, realizada por el beato Pio IX el 8 de diciembre de 1970, ha escrito una carta apostólica titulada “Patris Corde”, “con corazón de padre”, en la que presenta la figura de san José desde los evangelios, ofrece unas reflexiones personales de esta figura tan cercana a nuestra condición humana y más en estos tiempos todavía de pandemia en la que «nuestra vida está golpeada por la crisis y en la que nuestras vidas están tejidas y acompañadas por personas comunes -corrientemente olvidadas- que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show, pero, que, sin lugar a dudas están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo... Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos, abuelas y docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien común. Todos pueden encontrar en san José -el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta- un intercesor, un apoyo y una guía en los tiempos de dificultad» (PC, introducción).
El papa presenta a san José como padre amado que hace de su vida un servicio, un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo, de su amor para su esposa María, la Virgen, y para Jesús. También como padre lleno de ternura, de fe y confianza en Dios en medio de las tormentas de la vida, de nuestra debilidad, de nuestros miedos, cediendo a Dios el timón de nuestra barca (nº1 y 2).
También como padre en la obediencia, abierto a la voluntad de Dios sin comprender, que como María supo pronunciar su “fiat”, su “hágase en mi”; padre que acoge a Dios y al otro, aunque no comprenda del todo; padre con valentía creativa, con resolución ante los problemas; padre trabajador, padre en la sombra.
San José es el patrón de los seminarios, el lugar donde, como en Nazaret, los llamados por Dios a servir fraternamente a su pueblo, crecen en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. A san José, padre y hermano, queremos encomendar a nuestros sacerdotes y nuestros seminaristas, el presente y los futuros, para que, forjados y formados en la escuela de Nazaret, bajo el cuidado de San José y de la Virgen María y la mano providente de Dios, puedan ser enviados a cuidar la vida de cada una de las personas de nuestras comunidades con un corazón de padre (I Cor. 4,15) y servidores de nuestra alegría (Gal.1,24), sabiendo, a la vez, que cada uno de ellas son hermanos y hermanas.
También pedirle que interceda, porque en nuestra Diócesis necesitamos seminaristas que el día de mañana sean sacerdotes, padres y hermanos; necesitamos seminaristas; para mí es una de las necesidades de nuestra iglesia pensando en el hoy y en el mañana que más me preocupan. Ahora tenemos uno solo, Antonio, que se está formando en Salamanca, estudiando en la Universidad Pontificia y conviviendo con otros jóvenes de Castilla en el teologado de Ávila, en Salamanca. Pero quedamos pocos sacerdotes y, en general, mayores y a quienes debemos gratitud por su entrega generosa. El año pasado he enterrado a 14 sacerdotes, algunos por Covid-19, y hoy nos vemos y deseamos para atender a las comunidades cristianas de nuestros pueblos. Gracias a Dios hoy contamos, con religiosos y religiosas, laicos y laicas que colaboran generosamente para que la fe no se apague, sino que se mantenga firme y viva, la esperanza no desfallezca y la caridad sea el motor de todos. Y en esta tarea el sacerdote es imprescindible y tiene la misión de ser Padre y Hermano como san José.
Os pido, por favor, que oréis por vuestros sacerdotes, que pidáis al Señor que mande obreros a su mies, que propongáis a vuestros hijos y nietos, a los jóvenes la posibilidad de ser sacerdotes si Dios les llama a ser servidores de los demás. Verán su vida realizada con la alegría que viene de Dios. No os olvidéis en la colecta de colaborar económicamente con el Seminario; desde la esperanza en Dios que no falla hemos de mantenerlo en vistas al futuro.