La Catedral en la ciudad de Palencia

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Casi todos los que hemos hecho una visita a una catedral hemos experimentarnos que nos hallamos ante un edificio que testifica el paso de los siglos en la historia. Podemos recordar las etapas de su construcción, o las catedrales sucesivas en un mismo lugar; visitar una catedral es conocer un poco la historia de España o de una ciudad concreta, Sevilla, Toledo, Madrid, León, Burgos o Palencia.

Ante ella podemos preguntarnos ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Cuántos años tienes? ¿Qué cosas han ocurrido durante tu historia? ¿Cuál es el sentido de tu existencia? ¿Cuál es tu presencia en la vida de la Diócesis? A todos nos interesa conocer su biografía: su nacimiento, su crecimiento, su juventud, su vida, su alma; ella guarda la memoria diocesana, una memoria escondida y guardada en sus piedras y muros, una memoria histórica, religiosa, civil, cultural...

La edificación de las catedrales ha estado íntimamente vinculada al desarrollo de las ciudades en nuestros países de tradición cristiana. Seguir la cronología de las catedrales es, muchas veces, seguir el momento culminante del progreso y desarrollo de una ciudad. La nuestra es un ejemplo claro de cómo configura el paisaje; la torre de la catedral de Palencia era visible desde toda la ciudad antigua, antes del ensanche hacia el Este, como signo de fortaleza y de defensa.

También manifiesta la evolución de la sociedad palentina. Su edificación responde a una época fuerte de cristiandad, por eso quedó plasmada la vida social de aquel tiempo y todo lo mejor del arte. La riqueza artística es un testimonio de las generaciones antiguas, haciendo de las catedrales unos museos natos, con toda la belleza de un museo, y con todo el peligro que este puede engendrar cuando un museo está integrado en una iglesia. Por descontado no puede quedar reducida para el turismo.

La identidad de la catedral es ser casa de la Iglesia, una casa habitada, no solitaria, habitada por el Señor en el Sagrario, y habitada por una comunidad que ora, una casa abierta a todos, también a los turistas, pero una casa de la familia que allí se reúne.

Como casa abierta, es una casa para orar, para admirar o simplemente para estar en silencio. Y cómo necesitamos espacios de silencio hoy. Una casa acogedora. De hecho, casi siempre hay un sacerdote para una conversación, una confesión, o para escuchar, para explicar el Evangelio, etc.

También es el lugar de la fiesta ciudadana: de las grandes fiestas de la comunidad cristiana y de la misma ciudad en cuanto que la fiesta está enraizada en la fe, como es el caso de nuestro patrono San Antolín, o la fiesta del Corpus Christi.

No es un simple evocar al pasado y promover un retorno al pasado, sino una vocación para revitalizar permanentemente a la ciudad, vocación de dar alma y sentido a la vida de los hombres y mujeres que vivimos en la ciudad, una vocación de servir a la convivencia sana, justa, fraterna y alegre.

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