Viernes Santo en la Pasión del Señor - Homilia de nuestro obispo

Homilía de nuestro obispo, Mons. Mikel Garciandía Goñi, obispo de Palencia, en el Viernes Santo.

 

Queridos hermanos, el Señor nos ha convocado para que le acompañemos en su Pasión, a quienes estáis hoy aquí, en esta preciosa catedral de San Antolín de Palencia, y a quienes nos seguís a través de Televisión Española.

Acabamos de escuchar la Pasión del Señor según el Evangelio de San Juan. Y en ella, la última palabra de Jesús, ha sido: “está cumplido”. Me impresiona el modo como el cuarto evangelista describe su muerte. “E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. El contenido de la cruz no es el dolor, la pasión, el fracaso o la muerte. El núcleo de la celebración de hoy es esa entrega del Señor. Entregó su espíritu, porque se vació, se anonadó, como reza el himno de la carta a los filipenses. Jesús ha cumplido todo, hasta el punto de que el cuarto Cántico del Siervo de Isaías que hoy se ha proclamado resulta una profecía exacta de la Pasión del Señor. ¿Cómo no conmovernos ante este hombre de dolores desfigurado, acostumbrado al sufrimiento, despreciado y evitado, leproso, humillado y herido, que causa asombro y espanto?

El cartel de la Semana Santa de Palencia de este año, me ha tocado e inquietado. La mirada del nazareno, desvalida y ausente, me cuestiona mi comodidad y buena conciencia, pues remueve mis falsas tranquilidades, y cuestiona mi fe. Rostros de tantas personas rotas, como los torturados en Moscú, los ucranianos, los palestinos de Gaza o los judíos, los cristianos perseguidos y asesinados de Nigeria y en tantos países, o las víctimas de las guerras, hambrunas, dictaduras, abusos, y un largo y doloroso et caetera afloraban en sus ojos.

La mirada del Hijo es capaz de sanar nuestras miradas autosuficientes, arrogantes. depredadoras, consumidoras, humillantes, violentas. Estas miradas esconden a menudo miedos y heridas insoportables. Jesús lo sabe, nos conoce y ha venido al mundo a curar el drama humano. Errábamos y cargó con nosotros, sus cicatrices nos curaron. Murió por los malvados, por ti y por mí. Sufrió dolorosa pasión en su combate contra el maligno. El relato de la pasión comienza al otro lado del torrente Cedrón, en el huerto de los olivos. Describe la carta a los hebreos cómo allá Cristo presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Si llegamos con más cuidado al texto original, vemos que lo que dice se puede traducir como presentó ofrendas y súplicas. Es decir, en el combate definitivo contra el Mal, Jesús pone en juego toda su libertad y se nos convierte en modelo de toda oración de petición. Pide al Padre, pero poniéndose confiadamente en sus manos.

El salmo 30, que hemos cantado expresa justamente ese sentimiento del Señor en la agonía del huerto. A tus manos encomiendo mi espíritu. Yo confío en ti, Señor. Te digo: Tú eres mi Dios. Tú eres mi Dios en hebreo suena: Elí, atá! Elí, atá! Esta expresión de Jesús aparece también en el salmo 22, que comienza: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A mitad de salmo, dice el salmista: desde el vientre materno, Tú eres mi Dios. Es eta la expresión que suscitaría la burla de los dirigentes judíos y los soldados romanos, que malinterpretaban lo que Jesús decía: Elí, atá, Tú eres mi Dios. Y ellos creían escuchar: Elía, tá! Elía, tá! Elías ven, Elías, ven! No, Jesús no buscó una escapatoria clamando la llegada de Elías para que le salvara en el último momento. Jesús había dicho que Elías, es decir, su primo Juan el Bautista ya había llegado, y que habían hecho con él lo que habían querido. De hecho, Juan señaló a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Nosotros estamos en esta celebración porque no queremos avergonzarnos del Evangelio. Hemos escuchado en la epístola: acerquémonos por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno. Nos recuerda esta expresión al miércoles de ceniza, en el que San Pablo nos decía de parte de Dios: “en el tiempo de la gracia te escucho; en el día de la salvación te ayudo. Pues mirad: ahora es tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación”.

Amigos y hermanos, ¿cómo convertir el día de hoy en un día de gracia? ¿Qué tenemos que hacer? Tal vez la respuesta es: aprender a mirar al que traspasaron, y dejarnos herir por la mirada del Señor. Dice San Juan Clímaco: “tu amor me ha herido y yo camino cantando”. No rehuyamos la mirada de los sufrientes, de las víctimas de todo tipo de abusos, de los que tienen sed de vida, de quienes no conocen al verdadero Dios, de quienes han dejado de esperar, de quienes se ven abocados a la nada sin remedio… Sus miradas buscan a Dios, y éste quiere que las nuestras sean reflejo de su misericordia. Nosotros sabemos, conocemos la respuesta a todas las genuinas preguntas de la humanidad. La ha dado el mismo Jesús a quienes le buscaban: yo soy. Y más tarde a Pilato: Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Así es. Querida comunidad reunida aquí, y queridos televidentes, si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón. Jesús ha cumplido la misión de su Padre Dios, incluso ha bebido la cuarta copa de la Pascua judía que ayer comenzó en el cenáculo. Hoy, en el madero de la cruz, ha dicho: tengo sed, y en una esponja, le han dado vinagre. Así ha cumplido del todo la prescripción de los brindis de la Pascua. Un cáliz amargo, para que todos nosotros bebamos el dulce vino de la Alianza.

Querida comunidad, sanemos nuestra mirada, mirándole a Él y dejémonos herir por la mirada de Jesús en todos los humillados y aplastados de la historia. Así alcanzaremos misericordia al acercarnos al trono de la gracia que es la cruz.

Termino con una llamada que el Santo Padre lanza cada viernes santo: que recordemos a las comunidades cristianas en Tierra Santa que atraviesan una situación crítica, dramática. A ellos se destina la colecta pontificia por los Santos Lugares. Este año lleva como lema: “Tierra Santa, sigue la Pasión”. Es importante que siga habiendo hombres y mujeres que sigan haciendo presente a la Iglesia en la tierra de Jesús. Gracias por vuestra generosidad.

Oramos a continuación por toda la humanidad a quien Salva el Señor.