Celebración de la Vigilia Pascual en la Noche Santa y Homilía de nuestro obispo, Mons. Mikel Garciandía Goñi.
Querida comunidad reunida hoy aquí, de las parroquias de San Lázaro, San Miguel, Nuestra Señora de la Calle, Santa Marina y Allende el Río de Palencia, y cuantos nos seguís a través de Televisión Española, alegraos, porque Cristo, nuestro Señor y amigo, ha resucitado.
Sucede cada año. Por mucho que hayamos vivido la Cuaresma, por muchos ayunos, limosnas, oraciones, por mucha emoción de los oficios de la Semana Santa, nos llega sin estar preparados. Como por sorpresa. Acabamos de orar con María en la plaza de la Inmaculada, y he aquí que nos hemos sumergido en la Vigilia Pascual. El Santo Sábado ha discurrido en un enorme y sobrecogedor silencio. Y el Evangelio que el diácono ha proclamado nos trae ecos de las mujeres que salen del Cenáculo antes de rayar el alba, ¿para qué? ¿para asomarse a un sepulcro que está sellado por una enorme roca? No tiene mucho sentido. Ellas, María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé, al menos han pretendido honrar al cuerpo de su maestro, terminando lo dejado a medias: embalsamar el cuerpo de Jesús.
Una losa se interpone entre el cuerpo de Jesús y ellas. Pero con todo, han salido de la ciudad, y su piedad ha tenido premio. Ahora bien, no es fácil de asimilar lo que han visto: la piedra corrida y un misterioso joven vestido de blanco, que les indica: No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a los discípulos y a Pedro. Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo. Ellas salieron, pero temblando de espanto y no dijeron nada a nadie, por el miedo que tenían. Por cierto, este puede ser un buen retrato del momento de nuestra Iglesia. Miedo a decir lo que hemos visto, de lo que nos ha pasado…
Pero, insisto en que es normal, que nos pille impreparados, como por sorpresa. Por mucho que Jesús nos lo anunciara por tres veces. Por mucho que Él mismo en la Última Cena se diera en Pan de Vida y Cáliz de Alianza Eterna, que hablara del Amigo que muere por Amor… El acontecimiento de la pasión y muerte nos es más familiar, asimilable. “Todos hemos de morir, nadie ha vuelto de allí”, se escucha a veces en los velatorios. Nos hemos hecho a lo irremediable, a lo irreversible a lo definitivo de la muerte. Qué difícil es vivir ya aquí y ahora la Resurrección y la Vida. Nos resignamos, nos ponemos en lo peor, nos institucionalizamos, nos endurecemos con facilidad.
Queda una vía alternativa, pequeña, impredecible, asombrosa: dar crédito a esas mujeres que se han deslizado desde el monte Sión hacia la puerta que da salida hacia el Gólgota, y que los soldados acaban de abrir, una vez concluido el Shabbat, el primer Sábado de la primavera. Ellas, una vez repuestas del miedo inicial, han cambiado porque a lo largo de esta noche, se les aparece Jesús, y entonces sí, vuelven a la comunidad a anunciar lo que les ha pasado, que han visto al Señor vivo y feliz, regalando su Paz, su Shalom para todos y para siempre.
Esa es la única carrera lícita y legítima de todo cristiano. Correr hacia el sepulcro, para ver si lo que atestiguan las mujeres es cierto o no. No hay que tener ninguna prisa para lo que no es lo más importante. Pero sí para lo que puede ser la Gran Noticia que desde el alba de la historia toda mujer y todo hombre esperan. Correr hacia la Palabra y hacia la comunidad. Correr hacia este cirio pascual que ha roto las tinieblas y no va a dejar de crecer en estos cincuenta días santos del tiempo pascual. Correr y apresurarnos para entender el sentido real y pleno de las siete lecturas del Primer Testamento que Jesús cumple.
Hemos gritado con los salmos: “envía tu Espíritu Señor, y repuebla la faz de la tierra… protégeme Dios mío, que me refugio en ti…te ensalzaré Señor, cambia mi luto en danzas… confiaré y no temeré… Señor, Tú tienes palabras de vida eterna… como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío…
Jesús, responde a los anhelos de la humanidad cumpliendo aquello a lo que apuntan las Escrituras: Él sí es sacrificado por la vida del pueblo en el monte Moriáh en lugar de Isaac. Jesús, cruza el mar de la muerte para abrirnos un camino hacia la Tierra prometida. Jesús, te dice: “oh afligida, zarandeada, desconsolada, con misericordia eterna te quiero”. Y también en Isaías te repite: “escuchadme y viviréis”. Y con Ezequiel te recuerda: “os recogeré de entre las naciones, os daré un corazón nuevo, de carne”.
Él es el único hombre que escoge en plena libertad la muerte, para que nosotros heredemos su Vida. Porque es Dios Hijo y porque Dios es feliz y ha resucitado por ti, como decía San Carlos de Foucauld. Queridos hermanos, en esta noche la luz y la alegría del Resucitado inunda todo el mundo. Y para ello Dios requiere de la Iglesia que renovemos nuestro bautismo, origen y causa de nuestra fe, esperanza y amor. En definitiva, que le elijamos como Señor y Amigo, que rechacemos el mal y la muerte que éste conlleva.
Lo sé, nos pilla impreparados y como por sorpresa. Jesús está aquí y ya no nos abandonará nunca más. Cincuenta días para descubrir, celebrar, acoger en Don de su Vida. Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Por puro regalo, por la locura divina del Amor que sólo sabe dar, darse, derramarse, habitar, sanar. La locura que todo lo cura. La locura de aquellas mujeres, la ha confirmado Dios regalándoles el ver a su Hijo. Que con la ayuda del Espíritu seamos hombres y mujeres de Pascua. Santa María, madre de la esperanza y de la vida, ruega por nosotros.