La información, en los tiempos complicados que estamos viviendo, adquiere una relevancia especial. Recordáis la historia de aquel individuo que cruzaba todos los días la frontera en una bicicleta en cuyo soporte colocaba un saco de paja. Los aduaneros le hacían bajar el saco y analizaban con detenimiento la paja que contenía. Después de los pertinentes interrogatorios, no hallaban nunca nada anormal. Por eso, después de las pesquisas minuciosas, acababan dejando pasar al viajero. Al parecer, después de mucho tiempo, alguien descubrió que aquel individuo hacía contrabando de bicicletas. El saco de paja era una forma hábil de desviar la atención de los vigilantes. Nunca pusieron sus ojos en la bicicleta.
Miramos la vida, lógicamente, pero pocas veces nos atrevemos a asomarnos a mirar la muerte. Solamente cuando ésta te da en la cara y se presenta cercana, es cuando realmente nos arrimamos a ella. A la muerte se la puede mirar desde muchas perspectivas -inevitable, transcendental, religiosa, “ley de vida”…- pero es necesario, pienso, contemplarla de vez en cuando.
“Siempre te querré”. Tranquilos que no me ha dado un arrebato de romanticismo. Mas bien lo contrario. Esta es la frase que está pintada, en tamaño considerable, en un lugar público y por el que pasamos todos los días bastantes personas.
Estamos ante una situación nueva. Preocupante. Incierta. Si los comienzos del curso siempre generan inquietud, creo que este año y dadas las características del momento tan especial que estamos viviendo, pues muchísimo más. Durante la etapa del confinamiento se ha hablado mucho del trabajo escolar realizado por profesores y alumnos, pero quizás hemos dedicado poco tiempo al apoyo realizado por las familias. Y ahora ¿qué?
“¿Nos hacemos un selfie? ¿Quién me ha dado a me gusta? Con ese filtro sales muy bien”, estas son algunas de las preguntas que los jóvenes se hacen. Pero las familias, ¿Cuáles se deben hacer? Es muy importante cuestionarse cuántas veces vemos a los jóvenes con el móvil en la mano o cuántas redes sociales pueden manejar y qué uso hacen de ellas.
La pubertad se refiere a los cambios biológicos y morfológicos del joven. Es una etapa donde se exteriorizan esos cambios y se hacen visibles a todos los que rodean al joven. La pubertad se produce entre los 10 y 16 años, un poco antes para las chicas que para los chicos, y es cuando el cuerpo empieza a cambiar. Esos cambios se ven a través del aumento de la estatura, produciéndose un crecimiento de algunas partes del cuerpo como las manos, pies, brazos y piernas.
La ira es una de las emociones básicas que pertenecen al repertorio emocional humano. Sin embargo, se trata de una emoción que solemos censurar porque, a menudo, la forma de expresarla va a asociada a falta de control y a violencia física o verbal.
Hay una etapa de la vida familiar marcada por la jubilación y la emancipación de los hijos. Los miembros del matrimonio pasan más tiempo juntos y no tienen ya la responsabilidad del cuidado de los hijos.
Hace algunos meses, en un encuentro con padres en el que hablábamos sobre la adolescencia, una madre comentó “Tranquilos, que de esto se sale”. Los hijos de esta mujer eran ya adultos y, por lo que afirmaba, había “sobrevivido” a su adolescencia como si se tratara de superar la adicción a una droga.
Hace poco, un amigo me comentó que acababa de asistir a un encuentro de antiguos alumnos de su colegio. Estaba sorprendido ya que algunos compañeros que fueron brillantes en la escuela apenas habían destacado en la vida, mientras que otros, aparentemente menos listos, habían tenido éxito profesional y familiar. Esta conversación me recordó un libro que Daniel Goleman, un psicólogo de Estados Unidos, publicó hace algunos años. La obra, titulada “Inteligencia Emocional”, fue tan bien acogida que se tradujo a 40 idiomas y se vendieron más de 5 millones de copias.
La llegada de los hijos implica una reorganización en las tareas del hogar y una distribución en las labores de crianza. Habrá que decidir quién se levantará a media noche si el bebé llora, quién llevará al niño al pediatra, quién lo sacará de paseo… La dificultad para conciliar el horario laboral con la vida familiar exigirá de los padres mucha imaginación y generosidad para decidir en qué áreas es mejor que uno de los progenitores sea el responsable, en qué aspectos será preferible que se vayan alternando y en qué ocasiones lo ideal es que estén los dos presentes.
Solemos separar las emociones en dos bloques: las emociones positivas y las negativas. Sin embargo, todas las emociones son positivas, ya que son útiles para la vida y permiten adaptarnos a las diversas circunstancias que hemos de afrontar. Un enfoque más adecuado sería distinguir entre emociones agradables y desagradables. Pues bien, una visión superficial de la psicología nos invita a vivir en un permanente estado de euforia y bienestar, aceptando solo las emociones agradables y tratando de olvidar enseguida (o anestesiar con fármacos u otras sustancias) las emociones desagradables.
Es completamente normal que los padres se preocupen por el bienestar y el futuro de sus hijos y traten de protegerlos de peligros y amenazas reales que pueden poner en riesgo su integridad física o psicológica. Sin embargo, más allá de una precaución “sana”, está la actitud de un número creciente de madres y padres a los que podríamos denominar “padres helicóptero”. Son adultos que, como un helicóptero, sobrevuelan constantemente la vida del menor, supervisan cada uno de sus movimientos y tratan de evitarle cualquier experiencia frustrante por pequeña que parezca.
El nacimiento de un bebé supone un cambio profundo en la organización de la familia. Esto implica también a los abuelos. Los padres del niño, teniendo en cuenta su situación laboral, tendrán que decidir qué grado de implicación van a pedir a los abuelos en la crianza del menor y cuál va a ser la frecuencia y duración de los encuentros de los abuelos con su nieto. De este modo, los abuelos, además de colaborar con los padres del niño, disfrutan de sus nietos permitiendo la expresión de afecto y experimentando la alegría de verlos crecer.