El Espíritu es el auténtico «Vicario de Cristo», quien actúa en su nombre y lo hace presente, tal como Jesús lo anunció.
EVANGELIO
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
(Juan 20, 19-23)
VIVIR «CON» ESPÍRITU
«Vida espiritual», a fin de cuentas, es una tautología, pues todo ser humano vive su vida con espíritu. Otra cosa es, por supuesto, cuál sea el espíritu con el que cada cual vive. Los cristianos queremos vivir «con el Espíritu de Jesús». En esa perspectiva, integrar apropiadamente la experiencia del Espíritu en la identidad y praxis cristianas comporta la asunción de dos líneas orientativas esenciales: 1/ El Espíritu es el «Vicario de Cristo» y memoria viviente de Jesús; 2/ El Espíritu es el «Señor y dador de vida».
El Espíritu es el auténtico «Vicario de Cristo», quien actúa en su nombre y lo hace presente, tal como Jesús lo anunció («El Espíritu Santo... os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»: Jn 14,26): es, pues, memoria fiel («No hablará por su cuenta..., sino que tomará de lo mío y os los interpretará a vosotros»: Jn 16,14) y memoria viviente de Jesús: «nos dice cosas que éste nunca dijo, pero que las habría dicho de haber vivido hoy entre nosotros. Es la más íntima comunicación de Dios a los hombres" (L. González Carvajal). San Pablo hablará en repetidas ocasiones de que el Espíritu habita en lo más profundo de nosotros mismos para que caigamos en la cuenta de cómo interpretar creativamente la «carta de Cristo» que somos («escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones»: 2Cor 6,3).
TESTIMONIO: LUIS
Luis, a sus ochenta, ochenta y un años, se mantiene con una ilusión que me hace dudar de su cordura, pues no me parece su edad ni tampoco me parecen estos tiempos los mejores para la utopía, más bien para el pragmatismo y el «ir tirando». Luis, «el fonta», como le conoce todo el mundo, ha dedicado su vida a acompañar a cientos de jóvenes trabajadores, caminando por muchas calles de barrios obreros, tras las huellas de Jesús. Ha empleado su vida al trabado, siendo un cura obrero. Lo ha hecho para estar cerca de los trabajadores y trabajadoras, como el Maestro carpintero de Nazaret. Y a sus ochenta y más, achaques incluidos, se mantiene incansablemente utópico.
¿Qué hace que Luis viva así la vida? ¿Qué luz ilumina o qué llama arde dentro de él para que camine ilusionado, vea posibilidades donde otros no vemos más que dificultades, mantenga una fe utópica donde a muchos sólo les quedan rescoldos de un fuego que ardió? ¿Qué?
Dicen los estudiosos que, en Europa, los cristianos padecemos una falta de ánimo, como si la llama que sostiene la fe estuviera apagándose lentamente, por más convocatorias e iniciativas en pro de una nueva evangelización. Y, sin embargo, cuando a Luis le miro a los ojos veo luz. Hago memoria de su vida y compruebo que la ha vivido, y la vive, con espíritu. Escucho, con atención, con qué sencillez habla de Jesús y percibo en sus palabras calor, autenticidad, verdad. Escucho cómo habla de los chavales y, más allá de lo acertado o no de sus apreciaciones, se nota que lo hace con un grandísimo cariño. Les quiere y cree en ellos. Necesitamos en la Iglesia personas que en su corazón llevan fuego y que, cuando viven y cuando hablan, transmiten la magia de haberse encontrado con alguien, de haberse enamorado de alguien, de haberse dejado seducir por alguien («Sementera»).
ORACIÓN: ASÍ ERES TÚ
Brisa que mueve y mece,
que acaricia y besa,
que refresca y da vida;
brisa gratuita que nos alcanza,
que nos despierta y empuja,
que nos abre el horizonte
y nos invita a ir más aprisa...
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.
Rocío mañanero que se hace presente
en el amplio campo del mundo
y en nuestras huertas y rincones
más queridos y secretos;
rocío que nos empapa suavemente,
acariciando y besando
nuestro cuerpo, entrañas y espíritu...
Así eres Tú desde
que entraste en nuestra historia y vida.
Brisa y rocío, rocío y brisa...
que fecundan nuestras zonas yermas
y miman
nuestros oasis y huertas predilectas
cada día a cualquier hora;
brisa y rocío, rocío y brisa
que nos trae tu Navidad
con paz, gozo y alegría...
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.
Brisa y rocío, rocío y brisa
en las calles y plazas,
en las casas y en las entrañas
de los que buscan y preguntan,
de los que salen y miran,
de los que andan por los márgenes
buscando la fraternidad perdida.
Así eres Tú
desde que entraste
en nuestra historia y vida.
FLORENTINO ULIBARRI