Palabra y Vida - No sabemos ni el día ni la hora

Es posible que pensemos que las cinco vírgenes prudentes fueron poco solidarias y generosas con las otras cinco. Digámoslo sin ambages: fueron egoístas. A medianoche, cuando el novio llegó, las vírgenes necias pidieron aceite a las prudentes que se negaron a compartirlo con la excusa de que acaso se les acababa también a ellas el aceite. Concluyamos que aquellas vírgenes además de prudentes fueron egoístas porque se negaron a compartir su aceite con las que no lo tenían que, por consiguiente, se perdieron la fiesta de la boda. Si esto fuera así, ¿cómo entender que se alabe el comportamiento de quienes no compartieron, no fueron generosas y se mostraron insolidarias con las que no tenían aceite en sus lámparas?

 

Viene el esposo

El evangelio nos presenta la espera del esposo por parte de aquellas mujeres como el centro y la razón de la parábola. “Que viene el esposo” explica la razón de la espera. Estamos en vela, en espera constante y vigilante. Esto es lo importante y valioso y para ello debemos prepararnos concienzudamente... con los ojos abiertos porque no sabemos ni el día ni la hora en que viene el esposo.

Recordemos que, en esa espera, todas se durmieron, tanto las prudentes como las necias. Ninguna estuvo en vela y todas se despertaron al oír el estruendo de la llegada del esposo. Ninguna de ellas mantuvo sus ojos abiertos durante la espera.

 

Llena tu alcuza

Siempre debemos tener suficiente aceite en nuestras lámparas. En esto se resume el compromiso que hoy se nos pide. Por ello nos preguntamos: ¿qué significa el aceite? El aceite debe ser algo que conserva la llama de la fe encendida mientras vivimos a la vez que algo que llevamos con nosotros cuando morimos. Por otra parte, será algo que podemos comprar en las tiendas mientras estén abiertas, pero una vez que cierren, es algo que cada uno de nosotros podemos tener, pero no compartir ni dar a los demás: un recurso personal e intransferible.

Podemos pensar en la oración que mantiene encendida la llama de la fe, pero sabemos que la oración es transferible en la economía de la gracia. Nuestras oraciones por los demás, le Eucaristía ofrecida por nuestros difuntos sabemos que alcanzan el perdón y la purificación de sus almas.

El aceite no debe ser la oración, sino algo más, que, incluso si yo quiero dar no pueda, porque entonces no habrá suficiente para los demás y para mí. El aceite de la parábola es la caridad. Lo que hacemos por los pobres, lo que gastamos en los demás, lo que amamos a los otros es el auténtico aceite que mantendrá encendida siempre la llama de nuestra lámpara cuando venga el esposo y salgamos a recibirlo. Todo el bien que hagamos, el servicio que prestemos a los más necesitados, los bienes que compartamos con los pobres llenarán de aceite nuestra alcuza para que nunca nos falte la luz. Y lo que hagamos cada uno no lo podemos transferir a los demás, servirá solo para alumbrar mi lámpara. Cuando hacemos el bien a los más desfavorecidos, compramos una reserva de fe que nos iluminará, aunque las horas de la espera sean largas, los párpados se nos cierren y nos llegue la muerte.

Porque el tiempo de la espera puede ser largo, pregúntate si tienes suficiente aceite para cuando llegue el esposo. Si no, lo mejor es que vayas a los pobres y les compres el aceite que necesitas para llenar tu lámpara.

 

José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia

 

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