Material para el Animador de la Palabra.
Celebración del VI Domingo de Pascua. 26 de mayo de 2019.
1. AMBIENTACIÓN
Podemos colocar una de estas frases delante del altar: “LA PAZ DE JESÚS ES AUTENTICA” o “SOMOS TEMPLO DE DIOS”
2. RITOS INICIALES
Monición. Bienvenidos, seáis todos y todas a esta celebración pascual. Nos reunimos en torno a Jesús que es sacramento de solidaridad, de entendimiento y de comunión. Él es nuestra paz. Así lo revela tras su resurrección.
Sin embargo, la vida cristina, como toda vida comunitaria, es compleja. Los conflictos y debates los tenemos hoy como los había en las primeras comunidades. Cuando queremos encarnar la fe en lo social y en la cultura, no faltan problemas y tensiones. Para proceder con equilibrio se nos ha dado el Espíritu que nos enseña y nos recuerda el mensaje de Jesús.
Escuchemos con atención la Palabra y trabajemos la fidelidad.
Canto
Saludo. Hermanas y hermanos, bendigamos al Señor, que habita en nosotros.
Acto penitencial
Tú que nos aconsejas y nos serenas: Señor, ten piedad.
Tú que intercedes por todos: Señor, ten piedad.
Tú que nos alientas y nos quieres: Señor, ten piedad.
Gloria
Oración. Dios Padre bondadoso, que nos acompañas y defiendes con el Espíritu de la Verdad; ayúdanos a irradiar con la vida el impacto que nos proporciona la fe. Por J. N. S.
3. LITURGIA DE LA PALABRA
Monición a las lecturas. La primera lectura plantea un problema cristiano de todos los tiempos: la relación entre fe y cultura. Hoy como ayer surgen conflictos al entender y expresar la fe de manera diferente según tradiciones y mentalidades. Para aclarar este problema, los primeros cristianos convocaron el primer Concilio de la Iglesia. Y tuvieron experiencia de que el Espíritu los iluminaba.
Esta presencia del Espíritu para enseñar y comprender, es la gran promesa que recoge hoy el Evangelio. Junto con la Paz, son dos ingredientes fundamentales del testamento de Jesús.
Lecturas. Hch 15,1-2.22-29. Salmo o canto. Ap 21, 10-14.22-23. Aleluya. Ju 14,23-29. Breve silencio.
Comentario homilético. La realidad profunda de nuestro ser que se mueve en nuestro interior dándonos vida, tiene un nombre: Dios, Cristo Jesús. Cada uno de nosotros estamos habitados interiormente por esa presencia divina que nos plenifica como personas, que nos capacita para amar y ser amados, para dar y recibir, para adorar a Dios y servir a los hermanos. Cada uno de nosotros somos como esa ciudad de la que nos habla el libro del Apocalipsis, la cual “no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina y su lámpara es el Cordero”. Ese Cordero es Cristo, luz del mundo el que, junto con el Padre, viene para hacer morada en nuestro interior, como nos recuerda el pasaje evangélico de hoy: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” “¿O es que no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”, nos recuerda san Pablo.
En efecto “estamos edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas y Cristo mismo es la piedra angular” de nuestro templo. Todo esto nos lo enseña el Espíritu Santo con su luz que irrumpe en nosotros para llevarnos a la verdad plena. El Espíritu de Cristo resucitado nos ilumina interiormente para comprender las Escrituras, para recordarnos todo lo que Jesús dijo y nos sigue diciendo a través de la Palabra y de la comunidad cristina.
Hoy esa Palabra nos habla de luz y también de paz.
La luz que nos hace discernir el bien del mal, la verdad de la mentira; la luz que ilumina nuestros pasos y nos hace descubrir la presencia del amor de Dios en nosotros, porque en Él está la fuente viva del Espíritu Santo que nos hace beber del torrente de sus delicias (cf. Sal. 35,9b) y su “luz nos hace ver la luz” (Sal. 35,10b), esa luz que nos conduce a la verdad plena de Dios y que no tiene ocaso.
La paz. Esa paz que hoy nos da Jesús que no es la paz que nos puede dar el mundo con su bienestar y comodidades, con una vida sin mayores problemas. La paz de Cristo es muy distinta: es esa serenidad interior que aquieta nuestro espíritu, es esa corriente que fluye como un río en nuestro interior que nos hace vivir las cosas de otra manera; es una paz que nos permite vivir las contrariedades y sufrimientos de la vida sin perder el control de nuestros impulsos y reacciones; es la paz que nos hace vivir gozosamente nuestras propias limitaciones sin perder la luz pascual de nuestra mirada. Esa paz es un don: “mi paz os doy”. Un don, sin embargo, que no poseemos sin más y que no podamos perder; sino que se trata de un don que tenemos que pedir y desear como nos insta el salmista: “Busca la paz y corre tras ella” (Sal. 33, 15b). Así es; para alcanzar el don de la paz de Cristo es necesario ponernos en movimiento, es preciso una actividad de amor espiritual, bien para ponernos en oración adorando a Dios, bien para salir al encuentro de nuestros hermanos necesitados, aunque ambas actividades van unidas y se corresponden. La paz de Cristo está, pues, en el servicio.
Esa paz pascual hará que “no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. La paz de Cristo y la fuerza de su Espíritu nos dará valentía en nuestras dudas y vacilaciones; nos dará el coraje de testimoniar nuestra fe y nuestro amor al que ha dado su vida por nosotros; la paz de Cristo en nuestras vidas dará un nuevo sentido a nuestros quehaceres cotidianos, a nuestra vida de relación con los demás, porque en nuestros ojos brillara una luz nueva, la de Cristo que vive y permanece siempre con nosotros: “Me voy pero vuelvo a vuestro lado”.
Credo
Oración de los fieles
Por la Iglesia, para que presente en todos los lugares un talante de sensibilidad y de servicio , roguemos al Señor.
Por todos los enfermos, para que no se vean desprovistos de la ayuda de Dios y encuentren en nosotros compañía y atención, roguemos al Señor.
Por los que atienden diariamente a los enfermos, para que no decaigan en su servicio y entrega, roguemos al Señor.
Para que nos comprometamos con todos los que construyen la paz, roguemos al Señor.
Por todos nosotros, para que progresemos en paz y buena convivencia, roguemos al Señor.
4. RITO DE LA COMUNIÓN
Monición. Jesús no se aleja nunca de nosotros. Más aún, quiere habitar en nuestro interior en compañía del Padre y del Espíritu. Oremos en nuestro interior con el cariño de Dios que ora en nosotros por el Espíritu. Y recibamos sacramentalmente a Jesús, es una experiencia sobresaliente de amor total.
Introducción al Padre nuestro
Te alabamos, Dios nuestro,
con todos los pueblos y criaturas de la tierra.
Te cantamos con todos los creyentes
porque riges el mundo con justicia y santidad
y nos orientas con rectitud y amor.
Esta comunidad te agradece que estés con nosotros,
que nos habites y nos eduques con tu Espíritu Santo.
Por Él nos enseñas y recuerdas lo fundamental,
nos purificas y haces digna la vida.
Hoy te damos gracias por la invitación a ser templos tuyos,
a ser, juntos, el altar vivo de la comunidad y del pueblo.
Recibe el culto de nuestra fraternidad trabajada,
el sacrificio de la entrega mantenida
y con ganas de avanzar a ritmo de Evangelio.
Enséñanos a ser libres
a dejarnos habitar por Ti, siguiendo a Jesús, llenos del Espíritu,
Acogiendo la luz y regalando claridad en nuestro vivir cotidiano
Poniendo tus propias palabras a nuestros sentimientos,
nos unimos a toda la Iglesia y rezamos juntos
la oración de los hijos y los hermanos: Padre nuestro....
Gesto de la paz
Distribución de la comunión: canto
Acción de gracias
Gracias Señor por tu luz regalada... enséñanos a ser luz en la vida diaria, con gestos sencillos y normales, sin ninguna teatralidad ni publicidad.
Enséñanos a ser generosos como el agua de la fuente, como la madre que amamanta, como Tú cuando curas y acaricias a los enfermos.
Gracias, Jesús por tu gran ejemplo. Es posible vivir a tu estilo y subir hasta la altura del Espíritu.
5. RITO DE CONCLUSIÓN
Compromiso. Testimoniar que somos morada de Dios y que el Espíritu y la paz de Jesús nos acompañan.
Bendición
Monición final. Jesús nos ha dejado su Espíritu y su paz como regalos de despedida, dos detalles de hondo significado para nuestro equilibrio y dinamismo creyentes. Ese Espíritu, que anima a la Iglesia, no solo es el que nos llena de consuelo pacificador, sino que ilumina potentemente a la hora de tomar pequeñas y grandes decisiones.
Así pues, con la paz y la fuerza del Espíritu en el corazón regresemos a la calle rebosando espiritualidad. Vamos con Dios, porque habita en nosotros.
Canto final y despedida.