Material para el Animador de la Palabra.
Celebración del VII Domingo de Pascua. La Ascensión del Señor. 2 de junio de 2019.
1. AMBIENTACIÓN
Podemos colocar delante del altar esta frase: “VOSOTROS SOIS MIS TESTIGOS”
Símbolos: Herramientas de construcción, Calzado de caminante y evangelio encima.
2. RITOS INICIALES
Monición. La ascensión de Jesús es un gran símbolo. Expresa que en el plan de Dios no hay otra suerte ni otro final para la humanidad que el que hoy celebramos en Jesús. Él es quien nos ha abierto el acceso al Padre, el camino de vuelta a Casa, el triunfo de la Vida sobre la muerte. Jesús nos garantiza que nuestra esperanza no quedará defraudada.
En este día se nos recuerda el compromiso de anunciar el Evangelio por todo el mundo, porque la Iglesia ha de procurar la plenitud de todo lo humano. Para ello, Dios cuenta con nuestra acción comprometida y testimonial.
Canto
Saludo. Hermanas y hermanos, bendigamos al Señor, que nos llama a vivir en plenitud.
Acto penitencial
Tú que eres fiel y nos salvas: Señor, ten piedad.
Tú que nos propones caminar como hijos de la luz: Señor, ten piedad.
Tú que nos ha reconciliado: Señor, ten piedad.
Gloria
Oración. Concédenos, padre bondadoso, exultar de gozo y darte gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y Él, que es la cabeza de la Iglesia, nos ha precedido en la gloria a la que somos llamados como miembros de su cuerpo. Por J. N. S.
3. LITURGIA DE LA PALABRA
Monición a las lecturas. El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta los hechos más relevantes de la Iglesia primitiva. Es un dato muy significativo que comience por la ascensión del Señor. Ahora que Jesús ha sido glorificado, la comunidad se entrega al Reino de Dios con la intensidad que aprendió del Maestro. Partiendo de esta experiencia y de la presencia del Espíritu Santo, los primeros cristianos se llenan de coraje, de entusiasmo y de creatividad. Entender el símbolo de la Ascensión es hacer que la tierra se parezca al cielo.
Lecturas. Hch 1,1-11. Salmo o canto. Ef 1,17-23. Aleluya. Lc 24,46-53. (Breve silencio)
Comentario homilético
Jesús, el Señor, ha cumplido su misión en la tierra. Ha llegado el momento de volver hacia el Padre de donde vino. Asciende al cielo el que estaba desde siempre en el cielo junto a Dios. No estemos tristes, debemos alegrarnos, nos dijo antes de partir; porque no nos deja solos: nos deja su palabra, nos da su Espíritu de amor y vida que nos irá llevando hasta la verdad plena; nos ha dado a conocer al Padre, nos ha conseguido la afiliación divina, somos uno en él y con el Padre participamos de su amor y plenitud.
Se aparta de nosotros, una nube lo oculta a nuestros ojos, pero él está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Está pero no lo vemos, vive con nosotros pero no lo percibimos; actúa en nuestro interior pero ocultamente. Es el momento en que el amor y la fe se ponen en acción, una acción del Espíritu que pone en movimiento el mensaje que Jesús nos enseñó. Es el momento de poner en práctica su palabra, su mandamiento, sus enseñanzas. Es el momento en que nuestro amor por Jesús ha de crecer en nuestro interior para buscar las cosas de arriba, para elevarnos a lo alto sin olvidarnos de las cosas de abajo orientadas a las necesidades de los hermanos más necesitados, porque -como dice san Agustín, si bien no hay que “confundir la dignidad de la cabeza con la del cuerpo”, si tenemos que afirmar “que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su cabeza”. Esta unión entre la cabeza y el cuerpo es la que nos insta a seguir cumpliendo aquí abajo las enseñanzas de Jesús, la voluntad del Padre: ese amor mutuo entre nosotros para que el amor del Padre y de Jesús siga actuando en nuestro interior.
Jesús regresa al Padre; vino al mundo con la semilla del amor de Dios, hoy regresa con el correspondiente fruto en sus manos para entregarlos al Padre. En sus manos y en sus pies -también en su costado- lleva marcados el precio que tuvo que pagar para comprarnos, para salvarnos de nuestra esclavitud y ser hombres libres. No, no podemos estar tristes por su ausencia, por su regreso al Padre, pues donde él va estaremos también nosotros. Junto al Padre ha ido a prepararnos un lugar de acogida y de amor, para vivir eternamente con él. No hay lugar para la duda ni la tristeza que nos hunde en la desesperanza. Y si acaso la tristeza nos invade por un instante, es una tristeza que se convierte en seguida en un gozo permanente que nada ni nadie nos podrá quitar, porque el amor, la esperanza y la fe en Cristo Jesús son más grandes que cualquier sufrimiento, que cualquier pena. En el mundo tendremos tribulaciones, pero “ánimo -nos dijo- yo he vencido al mundo”. Si él que es nuestra cabeza ha vencido, también nosotros podremos vencer porque somos uno con él.
Con la Ascensión del Señor, “empieza nuestra tarea”, canta un himno litúrgico. La tarea de enseñar a los demás las enseñanzas de Cristo; de entregar a los demás el amor que hemos recibido de su pecho abierto, de repartir los dones y capacidades que ha puesto en nuestras manos. La tarea de salir de nosotros mismos para ponernos al servicio de los más necesitados; de poner luz y esperanza donde haya oscuridad y confusión; sin buscar recompensa, sin esperar halagos, al contrario: preparados para el desprecio y las contradicciones, pero al mismo tiempo firmes para dar testimonio de lo que hemos recibido de Jesús, de la misión que nos ha confiado. No podemos guardar escondido en nuestra vasija de barro el tesoro del amor que Jesús no ha comunicado, sino que tenemos que ofrecerlo gratuitamente para que todos tengan la posibilidad de participar de él.
Se va, pero nos pide que continuemos su obra, una obra que tenemos que cumplir allí donde el mismo nos ha colocado, en la vocación que nos ha escogido para santificarnos, en la tarea que tenemos que desempeñar día a día con ilusión y entrega. Allí donde estemos estará él con su presencia divina capacitándonos para la misión. Una misión única y universal: dar a conocer su amor, su mensaje, su obra de salvación a los demás; unos orando, otros actuando, unos por el deseo, otros por el ejemplo, pero todos unidos por Cristo, cabeza y fundamento de nuestra vida.
Credo
Oración de los fieles
Por cuantos formamos la Iglesia, para que vivamos fielmente nuestra vocación, roguemos al Señor.
Para que las pequeñas comunidades cristianas sean valientes y no pierdan el entusiasmo, sabiendo que Jesús no nos abandona nunca, roguemos al Señor.
Para que la ascensión de Jesús estimule en la Iglesia una cultura de superación de retos y dificultades, roguemos al Señor.
Para que seamos creativos y entusiastas a la hora de llevar la Palabra a los hermanos y hermanas, roguemos al Señor.
Por todas nuestras intenciones, preocupaciones y necesidades, roguemos al Señor.
Gesto. Dos personas van al lugar de los símbolos. Una coge el calzado, la otra el Evangelio. Los levantan ante la asamblea y una dice: Id y anunciad el Evangelio.
Canto
4. RITO DE LA COMUNIÓN
Monición. Jesús ha cumplido como Hijo de Dios, como profeta y como hijo del pueblo. Dios y la historia le han dado la razón. Comulgar con Él es ascender en valores y en compromisos de humanidad.
Canto
Introducción al Padre nuestro
Dios y Padre nuestro,
admirando la talla humana de Jesús,
te dirigimos esta plegaria de bendición:
Una gozosa conmoción envuelve hoy a la Comunidad,
porque después de Jesús, son muchos los testigos
que han construido fraternidad en la historia
dejándonos la herencia de un cielo anticipado.
Son muchos los testigos de la luz que comprometidos
han hipotecado su salud y su energía
en proyectos humanitarios, transidos de Evangelio.
Miles de voces y de gestos nos aseguran
que tu Reino también es de este mundo,
que se ha abierto el tiempo definitivo de tu gracia.
Con orgullo aplaudimos el gesto de llevarte a Jesús
y de sentarlo a tu derecha como Señor,
satisfecho de su paso por la tierra.
Para nosotros Él es el primero en todo,
el símbolo de la humanidad lograda,
el primogénito de la nueva creación,
el que te da gloria como nadie
y el que orienta a todos con coherencia y con acierto.
Ahora entendemos que el cielo compromete,
que es una necesidad y una vocación.
Danos vivir esa vocación de cielo sin descuidar el suelo.
Nos unimos a toda la Iglesia y rezamos juntos: Padre nuestro...
Gesto de la paz
Distribución de la comunión: canto
Acción de gracias
Te damos gracias, Padre, porque experimentamos que hay en nosotros gérmenes de vida indestructible, aspiraciones de plenitud.
Te damos gracias porque se acrecienta nuestra fe y crece nuestra responsabilidad por tu Reino al celebrar la aventura de Jesús: sencillo y grande, servidor y libre, exigente y misericordioso.
Te damos gracias porque nos has confiado una gran misión. Queremos comenzar siendo testigos en nuestra comunidad, para apoyar el entusiasmo y la acción misionera de toda la Iglesia.
5. RITO DE CONCLUSIÓN
Compromiso. Cumplir la voluntad de Dios en la tierra como ya se cumple en el cielo.
Bendición
Monición final. La Ascensión de Jesús es el símbolo y garantía de nuestra aventura humana. No estamos en manos de un ciego destino. La fe cristiana nos asegura que nuestras aspiraciones no quedarán frustradas. Estamos pensados y hechos por Dios, para la plenitud. Eso es el cielo. Mientras caminamos por esta tierra se nos pide coger el relevo de Jesús. Que se note que lo hacemos. Feliz semana para todas y todos.
Canto final y despedida