Un libro que sigue hablando

Un libro que sigue hablando

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Estamos viviendo tiempos difíciles a causa del coronavirus, la pandemia que ha ocasionado tantos muertos, tanto miedo, tanta desconfianza ante los políticos, tantas empresas arruinadas y cerradas, tantos ERTES, tanto paro, tantos divorcios, tanta incertidumbre ante el futuro, tanta polarización social, corrupción, etc. Hemos oído muchas veces que el futuro será distinto a lo vivido y conocido, pero no sabemos si para bien o para mal.

Repasando un poco la historia y pensando en el futuro de la sociedad y la misión de la Iglesia en la situación actual recordé la caída de Roma y la interpretación filosófica y teológica de la historia que a raíz de aquella caída del poder romano hace el Padre de la Iglesia y Obispo san Agustín en la Ciudad de Dios.

A san Agustín le impactó muchísimo la caída de Roma en el 24 de agosto del año 410 por los bárbaros al mando de Alarico. Así lo expresó en un sermón al pueblo creyente de Hipona: «Horrible noticias nos ha llegado de mortandades, incendios, saqueos, asesinatos y otras enormidades, cometidas en aquella ciudad. No podemos negarlo: infaustas nuevas hemos oído, gimiendo de angustia y pena, y llorando frecuentemente sin podernos aliviar. No cierro los ojos a los hechos» (Sermo de Urbis excidio, 3; La devastación de Roma, BAC, Madrid, 1995, vol XL, pags. 515-). La caída de Roma fue interpretada por muchos como que la causa de la caída de Roma ha sido Jesucristo, el haber abandonado Roma a los dioses y volverse a Cristo. Algunos hoy se han reído de nuestras oraciones y plegarias al Señor para liberarnos de la pandemia, sin entender qué sentido tiene la oración, que no es que Dios haga nuestra voluntad, sino que nosotros, con buen ánimo, hagamos siempre la suya.

San Agustín contempla y hace una lectura de la tragedia desde la fe en Jesucristo y trata de descubrir en ella un sentido providencial e incluso signos de la gran misericordia de Dios. «Por eso yo, ardiendo en el celo por la casa de Dios y para refutar sus blasfemias y errores, resolví escribir la Ciudad de Dios» (Retractaciones, II , 43) Lo hace con la valentía de Job, prototipo de toda paciencia, con el espíritu de Daniel, ejemplo de un hombre orante y confesor de sus pecados, y con el ánimo de Noé, figura de los que están al frente de las iglesias, porque llevó el timón del arca para la salvación del género humano.

Exhorta a los fieles de Hipona en aquella situación lo siguiente: «Os rogamos. Os suplicamos, os exhortamos: portaos con mansedumbre, compadeceos de los que padecen, recibid a los flacos y en esta ocasión que acuden muchos peregrinos con sus necesidades y trabajos, abunde vuestra hospitalidad y multiplíquense vuestras buenas obras» (Sermón 81,9).

Es una gran obra, de 22 libros, que él escribió a lo largo de 16 años; en la edición de la BAC son dos volúmenes, en latín y castellano. Los primeros cinco libros refuta a aquellos que desean que las cosas humanas prosperen de tal modo, que creen que para eso es necesario volver al culto de los muchos dioses; los cinco siguientes hablan contra esos que vociferan que esos males ni han faltado, ni faltarán jamás a los hombres y que ya sean pequeños o grandes, van cambiando según los lugares, tiempos y personas, pero sostienen que el sacrificio, a los dioses es útil a causa de la vida futura después de la muerte... En los doce siguientes libros afirma su doctrina: el origen de las dos ciudades: la primera, la ciudad de Dios y, la segunda la ciudad de este mundo, su progreso; las dos están mezclada hoy, como el trigo y la cizaña.

¿La clave del futuro? El amor: «Dos amores, pues, han hecho dos ciudades, a Jerusalén, el amor de Dios; a Babilonia, el amor al siglo - al mundo-.Vea pues cada uno lo que ama y hablará de dónde es ciudadano, y si viere que es ciudadano de Babilonia, extirpe la codicia y la soberbia y plante la caridad y la humildad como hija del buen amor; y si se viere ciudadano de Jerusalén, tolere la cautividad, espere la libertad».

Esta obra de san Agustín nos descubre claves fundadas para entender y afrontar la situación actual, haciendo las oportunas distinciones, sabiendo que el futuro feliz está en seguir a Jesucristo, el único Salvador y Maestro, el que humaniza nuestra sociedad. Somos peregrinos, pero Cristo es el mediador universal. La Iglesia marcha, es santa y pecadora, pero Dios la guía, Cristo es su alimento y fuerza. Los hombres se reconcilian y se unen con Dios en Cristo.

Vayamos a Cristo, conozcamos a Cristo, amemos a Cristo y sigamos a Cristo y tendremos un mundo nuevo y una humanidad nueva en justicia, paz y caridad.