Cartas y Artículos

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

El domingo anterior presenté varios humanismos post o trans y quedarían dos. Por un lado, el transhumanismo eugenésico. La intervención humana puede llegar a ser como un factor de la evolución biológica, añadiendo a la selección natural de Darwin, la selección promovida por medios técnicos, la selección premeditada de los individuos que han de nacer y esto no sólo con individuos aislados, sino con la misma especie humana en el caso de que la selección de rasgos genéticos se prolongara en varias generaciones sucesivas. Las técnicas de la selección germinal y de la clonación abren la posibilidad de producir individuos con determinadas características. A esto habría que añadir la superación de la necesidad de la reproducción sexual en el útero materno, el sueño de un posfeminismo y la tentación de combinar el genoma humano con genes de otras especies para producir quimeras, incluso superando todo lo imaginable, unos nacerían esclavos especializados y otros como parte de la élite.

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Al comienzo de este nuevo año, 2023, la Conferencia Episcopal Española publicó un documento muy interesante titulado “El Dios fiel mantiene su alianza” que tomando una frase del Libro del Deuteronomio (7,9) en la que se habla de las relaciones de Dios e Israel, unas relaciones basadas en el amor que hace de Israel el pueblo consagrado al Señor y de la respuesta fiel del pueblo.

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Considero, con otras muchas personas, creyentes o no creyentes, que el gran problema y debate actual y de futuro es quién es el hombre, de dónde venimos y a dónde vamos; esas preguntas que llevamos todos ínsitas en nuestro interior y que siempre están ahí, aunque intentemos acallar o no planteárnoslas en primera persona del singular: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino final?

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

La comunidad cristiana tiene su origen en torno a Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, el que murió, fue sepultado y resucitó. Lo expresó bien un romano, Festo, gobernador romano, cuando dijo al rey Agripa por qué tenía preso a Pablo y por qué este había apelado al César: «Tengo aquí a un hombre a quien Félix ha dejado preso, y contra el cual, cuando fui a Jerusalén, presentaron acusación los sumos sacerdotes y los ancianos, pidiendo su condena... Se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo» (Hch 25, 13-19). Es lo que afirmamos los cristianos, porque la fe en el Resucitado es el fundamento de nuestra fe. Ella nos da vida, esperanza y nos anima a amar como él amó. Es la luz de da sentido a nuestra existencia y actos, porque «si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe» (I Cor 15, 14). Es a Él a quien queremos seguir, a quien celebramos, en quien esperamos, a quien amamos y por quien amamos.

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