+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Una de las virtudes fundamentales en la vida cristiana, además de la fe y el amor, es la esperanza. Y el tiempo propio de la esperanza es el adviento; pero siempre estamos en adviento, el adviento maravilloso de que todo va hacia la cumbre, hacia Dios Padre, por medio de Jesús, el que nos ama hasta el extremo, con el impulso y el soplo del Espíritu.
Sin esperanza no se puede vivir. Y más en los tiempos que corren de la segunda ola la pandemia y sus consecuencias de muertes, enfermos, miedo, crisis económica, social, laboral y política. “La esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña, me extraña hasta Mi mismo, esto sí que es verdaderamente extraño. Que estos pobres hijos vean cómo marchan las cosas hoy y crean que mañana irá todo mejor, esto sí que es asombroso, y es con mucho la mejor maravilla de mi gracia” (Ch. Peguy). En adviento decimos muchas veces: “Ven, Señor Jesús”. Porque creemos en Él, nos sentimos amados por Él y en Él descubrimos que nuestra vida, a pesar de los pesares, está rodeada, transido del amor de un Dios que es Padre, con entrañas de Madre, compasivo y misericordioso; en él está nuestra salvación, nuestra vida y resurrección, nuestra paz, la verdad, todo lo que profundamente anhelamos cada ser humano y toda la humanidad. Le decimos “Ven”, porque todo lo esperamos de él.
Pero la esperanza no es como esperar en la estación un tren o un autobús que vienen con retraso, aunque sea en el vestíbulo con calefacción; creo que la imagen o icono más adecuado es el de la mujer que está embarazada y espera a una criatura nueva, y que colabora con su amor, su sangre, su trabajo y su sudor y dolor, con todo su ser a que el niño o la niña nazcan bien y con salud.
Así tenemos que vivir nosotros el adviento de la Iglesia y el adviento de una sociedad nueva: con esperanza activa, que no es sencillamente y bobamente creer que todo, por inercia, por un irreflexivo optimismo, por puro positivismo, va a ir todo bien, sino que se implica y complica para que todo vaya mejor, aunque cueste y suponga salir de nuestra comodidad, y dejar que otros hagan y deshagan y después nosotros criticar y lamentarnos.
¿Qué hacer? Cada uno vea su conciencia y obre en conformidad con ella.
Desde la Iglesia en Palencia, y en el contexto del lema de este año que es “tiempo de crear, tiempo cuidar”, se proponen unas actitudes que sirven para este adviento y para siempre. Gráficamente se muestran en torno a una rosa de los vientos indicando cómo navegar. Son cuatro verbos: Mirar, crear caminos nuevos, acompañar y acoger.
Mirar: Y mirar, sobre todo con los ojos del corazón, porque lo esencial sólo se ve con el corazón. “Mirar no es lo mismo que ver. Ver es pasar la vista por encima. Mirar supone fijarse, implica una actitud activa y origina una relación”. Mirar lo esencial porque hay muchas cosas en nuestra existencia que son secundarias o terciarias, de las que podemos prescindir.
Es esencial en nuestra vida Dios, que es el misterio último que con inunda. Mirar a Dios, elevar nuestra mirada a Él, dialogar con Él, escuchar su palabra; mirar a Jesús como le miraron la gente del pueblo, como le miró su Madre, sus amigos, los pobres. Dejemos mirarnos por Él, una mirada llena de bondad y misericordia una mirada de amor.
Mirar nuestra propia vida, el pasado, el presente y vislumbrar el futuro, con sus luces y sus sombras, con su grandeza y miseria. Mirarnos también con misericordia, sin complacencias ni disculpas, sin engañaros a nosotros mimos, pero sí con amor.
Mirar a las personas que nos rodean, familia, vecinos... sobre todo a los que sufren, y verlas como hermanos de verdad. Mirar con empatía, es decir, con ternura, poniéndonos en su lugar y situación para comprender, no condenar, no tirar ni la primera ni la última piedra.
Mirar los acontecimientos, que nunca son neutros, en profundidad, sin quedarnos en la superficie o irnos por las ramas, con reflexión para descubrir el sentido profundo que encierran. Discerniendo lo bueno de lo malo, la paja del grano, la cizaña dl trigo. Mirar la realidad sin filtros, superando miedos, individualismos y prejuicios, incluso superando experiencias negativas, tomando conciencia de que tenemos que cuidar nuestras relaciones, de que unos dependemos de otros, dejarnos afectar por lo que vemos, y cuidar con cariño de todos, sobre todo a los más débiles.
Mirar como los vigías en la noche, oteando el amanecer; sin maldecir la oscuridad, sino encendiendo una vela, alumbrando luces, estrellas que nos guíen.
Mirar la creación, la situación de la casa común en la que habitamos como nos recuerda el papa Francisco.