+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Siempre me ha impactado y me sigue interpelando la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Hay un herido en la cuneta del camino. No por un accidente, no porque tuviera mala suerte, sino porque unos bandidos lo desnudaron, lo molieron a palos, le robaron hasta la ropa y se marcharon dejándole medio muerto. Como hoy hay tantos y tantas personas que en el mundo están heridos, por el paro, la pandemia, las guerras, la falta de salud, de escuela y educación, de vivienda digna, de amor, y compañía, más solos que la una, o ancianos cargados de años y achaques...
Manos Unidas, una Organización No Gubernamental de Desarrollo, católica y de voluntarios que, comprometida en la construcción de un mundo donde todas las personas puedan vivir según su dignidad fundamental, cuidando de los más débiles y del planeta, nuestra casa común, nos dice que hay unos 800 millones, que se dice pronto, y algunos de herida mortal; y cada día mueren 18.000 niños entre uno y ocho años. ¿Y no se nos cae la cara de vergüenza?
En la parábola de Jesús, pasan cerca un sacerdote y un levita. «Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino, y al verlo, dio un rodeo y paso de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo, dio un rodeo y pasó de largo» (31-32). ¿Por qué? Verlo, lo ven, pero pasan de largo; se ve que el sacerdote tenía prisa por ir al templo o a su casa de vuelta del templo de Jerusalén y el levita parecido; se dan cuenta, no son tontos, lo ven, pero pasan de largo. No son indiferentes; sencillamente no tienen empatía, no se ponen en lugar del otro, no tienen amor, ni misericordia. Van a lo suyo. Como muchos de nosotros hoy; vemos las situaciones, podíamos echar una mano o las dos, también al bolsillo o a la cartera, hacer algo para ayudar, pero no lo hacemos por mil presuntas razones: “yo estoy peor, tengo mucho que hacer, esto me va a traer líos y complicaciones con la policía o el juzgado...”. Otros ni siquiera ven, se enteran; están tan enfrascados en lo suyo que no se entran de nada, sólo de lo que les interesa por puro egoísmo. Sólo un samaritano, que iba de viaje se acercó a donde estaba él, y, al verlo, se compadeció, y acercándose le vendó las heridas echándoles aceite y vino, y montándolo en su cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios- el salario de dos días- se los dio al posadero y le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta» (33-35).
El gran samaritano de la humanidad que bajó del cielo, que nos vio, se acercó a los hombres heridos, nos llevó en sus hombros, nos ha curado con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza y nos ha encomendado en la posada de la comunidad cristiana, la Iglesia, a su Santo Espíritu para que nos cuide y sane, es Jesucristo, el Señor.
Los voluntarios de Manos Unidas, siguiendo al Buen Samaritano, nos llaman a tomar conciencia de tantos heridos por el hambre, que es resumen y síntesis de todas las injusticias, del escándalo de la desigualdad, y nos animan al compromiso para que todos los hombres y mujeres, de España y del mundo entero, puedan lograr un desarrollo en el que nadie se quede atrás y al que todos tenemos derechos porque es la voluntad de Dios y lo que corresponde a nuestra dignidad.
Tenemos que mirar nuestra realidad y no olvidarnos de los que sufren; el olvido de los que sufren es peor que la sepultura, y, como el Buen Samaritano, actuemos eficazmente. No únicamente a nivel individual- solos podemos hacer muy poco- sino unidos, apoyando causas de desarrollo sostenible, campañas como las que promueve Manos Unidas en los distintos países y naciones, contando con la gente del lugar, haciéndoles partícipes no únicamente de los beneficios sino de todo el proceso para que puedan levantar la cabeza desde la postración, sentirse y ser artífices de su propio desarrollo.
No cerremos los ojos -ojos que no ven, corazón que no siente y coscorrón que te llevas-; seamos humanos y solidarios, seamos hermanos y colaboremos con Manos Unidas. Si no eres católico, pero tienes corazón fraterno, puedes colaborar igualmente en esta buena y magnífica obra. Todos podemos acercarnos a su sede aquí en Palencia -en la calle Gil de Fuentes- o en otro sitio. Manos Unidas tiene sus puertas abiertas.