+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Desde el año pasado se celebra en la Iglesia, por sugerencia del Papa Francisco, la “Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores”. Este año, por tanto, es la segunda jornada, y con el lema que intitula estas letras. Se celebra el domingo más cercano a la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María y, por tanto, los abuelos de Jesús, el Cristo. Este año es el domingo 24 de julio.
La Iglesia lo hace porque los mayores son motivo de alegría. Que los cristianos, en este día o cuando podamos, visitemos las residencias donde hay ancianos que están solos, o en sus casas, es una obra de misericordia, de la que está tan necesitada nuestra sociedad.
Hablar ahora de los ancianos y mayores es ir en contra de la corriente; muchos en nuestra sociedad, no los tienen en cuenta. Se exalta lo joven, lo que produce; se piensa en las pensiones; muchos políticos se acuerdan cuando llega la hora de recabar el voto; y es más, para muchos ancianos y mayores es una desgracia envejecer y lo afrontan de forma resignada, con poca esperanza y sin aguardar nada mejor. Muchos en nuestros días tienen miedo a la ancianidad. La consideran como especie de enfermedad con la que es mejor no entrar en contacto no vaya a ser que, como en la pandemia, nos contagiemos. Algunos piensan que los ancianos no nos conciernen y es mejor que estén lo mas lejos posible, quizás juntos en residencias donde los cuiden y nos eviten tener que hacernos cargo de ellos y sus preocupaciones y necesidades. El Papa lo concibe como una manifestación de la “cultura del descarte” que es una mentalidad que nos lleva a sentirnos diferentes de los más débiles y a sentirnos ajenos a sus debilidades y que nos autoriza de hablar de ellos y nosotros. Y es verdad que la sociedad como la nuestra invierte mucho en esta edad, pero no ayuda a interpretarla, porque no es una etapa fácil de comprender, tampoco para los mismos ancianos. Nadie nos ha preparado para afrontar esta etapa y casi nos coge por sorpresa. Y cuando llega tendemos a disimular las arrugas, fingiendo que somos siempre jóvenes, y que no nos queda más que vivir sin ilusión, sin fruto que aportar.
Pero para el cristiano no debe ser así. Una larga vida es una bendición, así lo enseña la Biblia. Los ancianos no son unos parias de los que hay estar lejos, sino signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia. El Papa dice: “¡Bendita la casa que cuida a un anciano; bendita la familia que honra a sus abuelos!”.
La ancianidad nos debe ayudar a cultivar la vida interior, la espiritualidad con la lectura de la Palabra de Dios, la lectura de libros que nos ayuden a seguir cuidando nuestro espíritu, con la literatura, la música, el arte, el cine, etc. Nos debe ayudar a cultivar las relaciones con los demás, con la propia familia, los hijos, los nietos, unas relaciones llenas de cariño y ternura, pero también con otras personas, sobre todo los pobres y afligidos, los que están solos o enfermos y acercarnos con nuestra oración y ayuda concreta.
También esta etapa de la vida nos puede servir para mirar al pasado, sin nostalgia y pensando que lo pasado era mejor, y a vivir el presente con pasión y mirar el futuro con esperanza. Todo con amor; que el amor envuelva nuestras vidas, relaciones, y obras El Papa habla de la “revolución de la ternura”. Y cómo la necesitamos en esta sociedad cada vez más crispada y enfrentada, más dividida e individualista. Estamos en Europa en guerra y en otras partes del mundo; necesitamos personas que en estas circunstancias nos recuerden que el odio, la violencia, la guerra no resuelve nada; trae muerte, refugiados, dolor, heridas que tardan muchos años en cicatrizar; necesitamos personas que pongan sensatez, que nos inviten a mirar al otro como lo que es, un hermano, aunque sea de otro pensamiento, otra raza, cultura o religión; seamos las personas mayores maestras de una forma de vivir en paz, atenta a los más débiles, a los niños y a los jóvenes.
El Papa Francisco pide que los mayores protejamos el mundo. “Todos hemos pasado por las rodillas de nuestros abuelos, que nos han llevado en brazos; llevemos con la ayuda concreta o al menos con la oración a todos los nietos del mundo, muchos de ellos atemorizados y que huyen de la guerra o sufren por otras causas Llevémoslos en nuestro corazón. Que Santa Ana y San Joaquín y su hija, la Virgen María, intercedan por todos, pequeños, mayores, abuelos, padres hijos y nietos”.