Queridos hermanas y hermanos, ¡Paz y Bien!
Hoy Cristo nos ha convocado aquí, en esta catedral de San Antolín, a cada uno de nosotros y a todos como una única comunidad, una sola familia, su Iglesia. Este Miércoles de Ceniza nos invitaba a hacer un camino que tiene un sentido y una meta precisas. Y nos propone a ir con Él al desierto. Los Santos Padres llamaban a la Iglesia, sínodo, o como sabéis bien, camino común, que implica el Espíritu Santo nos alienta a hacer este recorrido buscando la plena comunión entre las hijas y los hijos de Dios Padre. Plantamos cara hoy a nuestras divisiones, nuestras frialdades, nuestras deslealtades mutuas. Dios lo quiere y lo requiere.
«En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto». Es lo que escuchamos este domingo en el Evangelio. Hoy, por tanto, si queremos ser seguidores de Jesús, estamos llamados a movernos, a salir de donde estamos, de nuestras trincheras y zonas de comodidad y a exponernos a la amenaza de adentrarnos en una tierra nueva. Es el sentido profundo de lo que vamos a vivir con la ayuda de la Hermandad de Cofradías: el Via Crucis del Señor. Si los cristianos abrazamos ese horrible instrumento de tortura romano, no es porque seamos masoquistas, es sólo porque vemos en la Santa Cruz el instrumento que Él cargó por nosotros, y al que fue elevado Jesucristo, y en él y desde él venció. Y a nosotros nos toca elegir si queremos ser meros espectadores de ese acontecimiento, o partícipes de su misterio. Debemos plantearnos si queremos triunfar de la muerte y del pecado, o si queremos seguir sumidos en una mediocridad tan complaciente como falsa, tan cómoda como letal. Si hemos salido de casa, es porque sabemos en el fondo que algo nos falta, que algo necesitamos, que nos vamos desangrando lentamente en una vida no del todo auténtica, entregada, asumida como la de Jesús.
La diócesis nos ofrece unos materiales de Cuaresma con el lema “Brazos para Acoger”. Y en un primer momento, podemos interpretar simplemente como que nuestros brazos están llamados a acoger al hermano. Y también es eso, pero no sólo. Esa es la consecuencia. No habrá verdadera fraternidad si hoy no nos dejamos abrazar y llevar por el Señor, y si luego nuestros brazos no acogen en todo hermano al Nazareno y a su cruz. Quiero proponeros tres momentos de meditación, en los que conjugaremos tres verbos muy familiares en nuestro plan de pastoral, y en los materiales que inspiran los retiros de los jóvenes, por ejemplo: acoger, acompañar y soñar.
1. Acoger
La Palabra con que Jesús inaugura el Evangelio de Marcos y que nos lanza hoy en este primer domingo de Cuaresma, ha de marcar todo este año de gracia de 2024: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio». ¿De qué plazo hablas, Señor? ¿Acaso de tu hora? «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). El Jueves Santo escucharemos este texto en la lectura evangélica. En ella, Jesús hará un gesto que nos ha de cuestionar y conmover profundamente, nos lavará los pies. Y ya desde hoy hemos de disponernos a que sea toda nuestra vida la que se movilice en torno a la entrega y el servicio de Jesús y se deje ganar radicalmente por su persona y por su causa.
¿Acogeremos su Palabra, nos descalzaremos de nuestra soberbia y dejaremos que nos acaricie, enjugue y seque nuestros pies? Jesús, el nuevo Moisés ha venido a rescatarnos de la vanagloria, de la falsedad, de toda hipocresía y nos recuerda que podemos embarcarnos con él en la travesía de la Vida. La Iglesia no es un cómodo yate de recreo donde los buenos nos refugiamos de los peligros del mar. La Iglesia es una lancha salvavidas que ha de salir a mar abierto a rescatar tantas vidas naufragadas. Hay miles de pequeñas Lampedusas en Palencia. El Papa Francisco, en su mensaje de Cuaresma de este año, nos repite las preguntas que él hizo en aquella isla perdida en medio del Mediterráneo: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9). «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4, 9).
Y no podemos disimular y menos mentir. Ni estamos en Egipto del todo, ni mucho menos hemos llegado a la Tierra Santa. Y ¿qué es lo que se extiende entre Egipto y Palestina?: el desierto, un inmenso e inquietante desierto. Y el cristianismo es Sínodo y también Éxodo, salida, vuelta, retorno al Paraíso prometido y tantas veces perdido y recuperado. En esta línea, el Papa nos recuerda y nos quiere remover con eso que tan a menudo obviamos y olvidamos: «A través del desierto, Dios nos guía a la libertad» es el título de su Meditación Cuaresmal de este año. Éxodo significa salida, y por ello nos hará bien el dudar de nosotros mismos. ¿Realmente hemos salido, o estamos saliendo o queremos salir?
El Papa le echa un jarro de agua fría a nuestra tendencia de crearnos un buen personaje o perfil, de aparentar que realmente nos estamos desplazando hacia la Patria, hacia la tierra Nueva que Dios nos regala. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí (por eso murmura y siente nostalgia de lo que ha perdido), también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nuestra diócesis de Palencia, como la de Pamplona, y como todas, padece del cáncer de la desesperanza. No avanzamos decididamente hacia Jerusalén, y con el retrovisor miramos a la fértil vega del Nilo, donde teníamos asegurado el sobrevivir. Esclavos, pero satisfechos. Además de la esclavitud de Egipto, el pueblo elegido soportó el exilio y la deportación a Asiria y Babilonia. Y me temo que entre Babilonia y Jerusalén hay un sitio que se llama Babia. Sin salir del todo, sin encaminarnos del todo, en una perplejidad mortal. Pero los cristianos no podemos estar en Babia. Se supone que avanzamos por los senderos del Reino, pero a veces aparentamos caminar, y en definitiva nos instalamos. La Iglesia no es una mera institución, es un movimiento, es una comunidad itinerante y carismática. Os invito de todo corazón a adentrarnos en el desierto para acompañar a Jesús. Así aprenderemos de Él a vivir, a compartir, a servir, a amar.
Sé que a muchos os pesa, nos pesa la lucha sostenida de años, y no se ven resultados tangibles. Cuántas decepciones y heridas en el seno de nuestras comunidades, y por eso Cristo viene hoy, en este tiempo privilegiado para combatir y vencer al Demonio, Padre de la mentira, enemigo de la natura humana, como decía San Ignacio de Loyola. No debemos refugiarnos en la tristeza o en la resignación. Puede parecer a veces que nuestra pastoral simplemente gestiona la decadencia, que pasan los años y las cosas no cambian a mejor, que nuestras expectativas se van marchitando. Frente al pesimismo, el Papa nos alienta: «La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser -como anuncia el profeta Oseas- el lugar del primer amor». Así como Israel había olvidado su primer amor, a nosotros se nos enfrió el primer enamoramiento, nuestro noviazgo de Alianza con Dios. El Señor lo dice así en el Apocalipsis: «tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero» (Ap 2, 3-4).
Acogemos hermanas y hermanos la advertencia del Señor, pues sólo desde ella alcanzamos la Vida.
2. Acompañar
Entonces, ¿por dónde empezamos? Estamos disponiéndonos a celebrar el santo ejercicio del Via Crucis. Os pido de verdad, con toda el alma, que hoy y en estos cuarenta días nos adentremos en el desierto y acompañemos a Jesús. Él es el único guía experto capaz de atravesar la muerte y conducirnos a la orilla de la Vida. El único que, empujado por el Espíritu, se adentra en el desierto y se confronta y desarma al que quiere acusarnos y destruirnos.
Acompañar y compañero vienen del latín y significan cum-panis, comer el mismo pan. A veces toca compartir el amargo pan ázimo del Éxodo. Pero éste siempre como anuncio, anticipo de la Eucaristía. Una vez llegados a la Tierra comeremos el Cordero Pascual. Por eso estamos aquí. Os agradezco a las Cofradías esa enorme y hermosísima catequesis que cada año suponen los pasos y las procesiones de la Semana Santa, con su maravillosa imaginería, sus plegarias, cantos y músicas. Y como pastor, os pido que esos pasos, que cada paso lo vivamos en clave pascual. Muchos pasos conforman un recorrido, y si ese recorrido lo hacemos con Jesús de Nazaret, entonces vamos bien.
Nuestros pasos nos conducirán al triple encuentro con nosotros mismos, con los hermanos y hermanas, y con Dios Padre, a quien nos conduce y señala Jesús, y nos alienta e impulsa su Espíritu. Las estaciones del Vía crucis, nos dejarán en el umbral de una tumba, cuya piedra habrá de mover el único que es y da la Vida.
Acompañamos a Jesús en su lucha contra los ídolos. Dice el Papa Francisco: «Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esa mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán». La penitencia prepara la fiesta. El ayuno y la limosna propician saciarnos a la mesa de Dios.
En la simbología bíblica, somos atacados por los filisteos, esos enemigos que desean nuestra destrucción. Y los enemigos más temibles no son los externos, no son los demás, los diferentes, los de otras líneas o sensibilidades, dentro y fuera de la Iglesia. Nuestros filisteos espirituales que nos combaten desde dentro son los sutiles y más peligrosos: la ignorancia, el olvido y el descuido. La ignorancia es de todas formas nuestra única disculpa. La usará Jesús en la cruz cuando dirá: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 35). Pero el olvido y el descuido están al menos en mí al orden del día. Frente la memoria amorosa de Dios, mi desconsideración y mi desmemoria. «Escucha Israel, el Señor tu Dios es solamente uno… Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón… Recuerda las hazañas del Señor». ¡Cuántas veces desconecto de lo que Dios me dice, hace, me ofrece, me pide…
Y el descuido. Qué fácil es aflojar la tensión de la fe, dejar de vigilar nuestro corazón y tolerar vivir en la tibieza. Qué poca delicadeza y consideración en mi trato con los demás. Cerramos la puerta del corazón al otro, y luego arrojamos la llave. No se puede ser cristiano y conformarse con la mediocridad, la tibieza, con hacer las cosas a medias, con vivir en la inercia sin innovar, sin crear, sin reconsiderar, sin recomenzar…
Por todo ello os invito a parar un momento aquí. Somos todos hijos de nuestro tiempo y arrastramos lo que el ambiente social y culturar nos bombardea sin piedad todo el tiempo. Me viene a la memoria la ponencia de Estrella Moreno Laiz, laica de Bilbao en la Jornada Diocesana de Formación en la que retrató los rasgos de nuestra cultura, tan inestable y líquida. Ella focalizó a los millenials, los nacidos entre 1981-2000. Aquí estáis unos cuantos miembros de esa generación, esos a quienes en la Iglesia os llamamos jóvenes. Los baby boomers, nacidos en los sesenta y setenta, entre los que me hallo, y los de la posguerra en menor medida, hemos recibido el impacto del cambio cultural, cambio de época en que estamos inmersos. Los nacidos en este milenio todavía en una mayor medida, haríamos bien en vernos retratados en sus rasgos distintivos.
En su exposición más contextualizada, Estrella nos señalaba las siguientes dificultades que ofrece nuestra sociedad y la cultura (que es el aire que respiramos) para aceptar en Evangelio de Jesús. Y quizá son referencias claras para que hagamos un plan de Cuaresma, de reforma de vida, de conversión.
Os invito a que hagamos un examen de nosotros mismos:
• El relativismo y la provisionalidad. Nada parece definitivo, ni válido por sí mismo. Todo es intercambiable, todo es material de uso y disfrute, hasta que me canso.
• El individualismo teñido de narcisismo y hedonismo. Mi ego ocupa todo el campo de visión. El prójimo es el escenario de mi personaje y de mi perfil.
• El rechazo de las mediaciones institucionales, de toda autoridad, el descrédito de toda institución.
• El ejercicio aparente de la libertad. Cuántas veces actuamos por miedo, por el qué dirán, por no quedarme sólo y a la intemperie…
• La apertura puramente formal a lo diverso o diferente. Hablamos de pluralismo, pero no salimos de nuestro lugar de confort, no acabamos de estar con los que no nos dan la razón y no son como nosotros. Para la Iglesia, para la parroquia, para la comunidad o hermandad, eso es fatal.
• La aceleración de la vida y saturación de actividades. No hay modo de parar la máquina, la cabeza, la imaginación. Todo es prisa, ansiedad, activismo sin ton ni son.
• La lógica consumista. La Salvación nos la dará comprar, poseer, devorar ansiosamente el producto de moda…
El Papa afirma en su mensaje de Cuaresma para este año que todo este dominio del Faraón nos deja exhaustos, insensibles, y nos roba los sueños, y nos empuja a volver a nuestra vieja condición de esclavos. Jesús, con infinita ternura nos recuerda que no se puede servir a Dios y a Mammóna (el dinero) (Mt 6, 24). Deja de ser joven el que deja de soñar, los bautizados no podemos olvidar o descuidar nuestra condición de hijas, de hijos de Dios.
3. Soñar
El domino del Faraón nos deja exhaustos, eso tenemos que reconocerlo. Pero además nos insensibiliza, nos quita los sueños. Así lo ha descrito el Papa en su mensaje de este año. Cuidado con no caer en la hipocresía y menos en el cinismo. Tenemos que curar nuestra alma y nuestra vida, tenemos que retejer la comunidad, el presbiterio, la vida religiosa, las realidades laicales, lo pide Dios. Ya estamos demasiado cansados, ya muchos no podemos más.
Descansemos queridos diocesanos hoy, apoyando como Juan nuestra cabeza sobre el pecho del Señor. «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Contemplar al que traspasaron es lo que curará nuestro corazón. Pidamos que nos afecte profundamente ver al Señor venciendo al Padre de la mentira en el desierto, y en el huerto de los olivos. En las calles de Jerusalén y sobre el monte Gólgota.
El protagonista de nuestro cambio no somos nosotros solos. Como siempre, en nuestro hoy y aquí, el Espíritu está alentando e inspirando deseos que sí pueden colaborar con Dios para que seamos libres.
En el análisis que hacía Estrella Moreno, aparecían posibilidades que ofrece nuestra sociedad y cultura para la evangelización. Y eso indica que Dios sigue habitando y apostando por toda mujer y por todo hombre. El corazón humano es infinito por haber sido creado por quien es el Amor. Por eso no se trata de desear poco. Ese es el error. Jesús ha venido al mundo para enseñarnos a soñar, a sentir la vida y construir el mundo nuevo según el Corazón de su Padre Dios, Padre de todos nosotros.
Estos anhelos los tenemos los mayores, los jóvenes, los ancianos y los niños y para nada son incompatibles con el Evangelio, sino con versiones reducidas, empobrecidas en las que a veces caemos.
Cristo nos muestra que Dios no es enemigo del disfrute, del placer, de la creatividad, de la fiesta, de la belleza, de la alegría. Al contrario, sólo el garantiza que todos lleguemos a cumplir nuestro sueño más profundo.
Repasamos algunos elementos a los que toda persona en nuestro tiempo es sensible:
• La búsqueda de sentido
• La apertura a la dimensión misteriosa de la realidad
• El reto de construir la propia vida
• La propia vulnerabilidad
• La apertura a la novedad
• La búsqueda y el interés por lo relacional
• Vivir nuevas experiencias
• Disfrutar y vivir el presente
• La dimensión estética
• La igualdad
• La libertad…
Jesús es el Hombre Nuevo, el hombre pleno, completo, feliz, íntegro. Porque es el Hijo de Dios. Su sufrimiento ha sido el pago del rescate para que nosotros no muramos, sino vivamos. No temáis abrir del todo vuestro corazón al Señor. No os escandalicéis de formar parte de su grupo en sus últimos días en Jerusalén. El fruto será abundante y sanador. La vida es o una aventura, o es decadencia. Sólo quien se atreve a soñar reúne las fuerzas para no quedar descolgado en el Camino de la Vida.
Jesús vivió y encarnó el sueño de su Padre Dios. Preparó el Evangelio en su vida oculta, y lo mostró en su vida pública. Lo defendió en su Pasión y Muerte. En su Resurrección lo comunica a toda la humanidad. Si potenciamos y encarnamos estos deseos que llevamos dentro, la Cuaresma será un combate en medio del desierto y la Pascua traerá la alegría de recuperar el primer amor. Participar de los actos de la Semana Santa con esta visión, esta mística puede darle luz y sentido a nuestro ser. El Nazareno lo ha vivido todo por, con, y para nosotros. Se encamina a Jerusalén y allá nos comunicará su Vida. Vayamos con Él.
La Madre Dolorosa, la Virgen de la Soledad sea en estos días nuestra compañera y guía. Que ella nos muestre el sueño de Dios, que gracias a su sí, se cumpliría de una manera plena para todos. «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones». Por ello hoy la acompañamos en las horas oscuras de su Hijo y de la humanidad. Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros.
Catedral de Palencia, 17 de febrero 2024
+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia