+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia
Queridos lectores, ¡Paz y bien!
Ahora que se acerca la fiesta de San José, la Iglesia celebra el Día del Seminario. Soy muy consciente de que para quienes valoramos y tratamos de vivir la fe en Palencia, este es un día agridulce. Y digo esto, porque en nuestro seminario diocesano no hay ningún seminarista. Y ello comporta un futuro complicado para nuestras comunidades cristianas de cara a vivir con plenitud nuestra fe. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, ni sacramento de la Reconciliación.
Ante este hecho, la reacción más humana puede ser el desánimo y la incertidumbre. Pero como cristianos, nosotros vamos más allá de la reacción. Nosotros somos invitados a dar una respuesta adecuada. Y esta consiste en la confianza y en el compromiso de orar a Dios y trabajar. De hecho, el lema de la Campaña del Seminario de este año es “Padre, envíanos pastores”.
Este hace referencia a una escena de Jesús en el Evangelio: «Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato» (Mc 6, 34). Yo quiero hoy ir más allá: el problema de la escasez de vocaciones sacerdotales es uno de los síntomas de la grave crisis de las vocaciones, o mejor dicho, de la vida como vocación.
En efecto, no es que no haya vocaciones, lo que no hay son respuestas a la vocación, es decir, a la llamada de Dios. En las encuestas de la Fundación Santa María, se constataba hace años ya que los jóvenes reconocían que habían sentido alguna vez la llamada de Dios (extrapolando la encuesta, 300.000 jóvenes en España). Y de ellos, 30.000 reconocían que esa llamada de Dios la percibían como algo insistente y persistente en ellos y ellas.
Según estos datos, la cuestión nos atañe y espolea a las comunidades cristianas. Dios nos pide algo muy concreto al obispo, a los presbíteros y diáconos, a los consagrados, a las laicas y laicos. Si a Jesús le duele el dolor y abandono de la gente, los cristianos católicos hemos de acoger esa compasión del corazón de Jesús. Si Jesús viene al mundo, es para dar la vida por sus amigos, porque ese es el amor más grande. No se ama mucho hasta que no duele no amar lo suficiente.
Frente a la reacción de bloqueo ante la falta de vocaciones, hoy os invito a elegir la esperanza. Seminario significa semillero. Y en invierno, la sementera va germinando y echando raíces hacia la tierra, para que cuando estalle la primavera, surja el tallo con vigor y el grano madure con la fuerza del sol. El lema del Día del Seminario no es un eslogan, sino el deseo que brota de la misma entraña paterna y materna de Dios. «Padre, envíanos pastores para que tu pueblo santo se nutra del Pan y el Vino de la Vida que nos entrega tu Hijo, sienta la caricia de tu misericordia, y salga de la celebración de la fe para repartir a quienes no te conocen tu amor y tu ternura».
Nuestra pobreza actual no nos ha de avergonzar, sino que nos ha de servir para reconocer que todo don viene de Dios. Él está pidiéndonos que oremos, discernamos y acompañemos a esos jóvenes a los que llama a descubrir quiénes son realmente. Dios Padre llama a la Vida. Dios Hijo llama al seguimiento. Y Dios Espíritu Santo llama al testimonio. Lo hace, y tiene un proyecto para cada uno de nosotros. No faltan vocaciones, llamadas. Lo que hay que alentar es que puedan darse las respuestas.
También hoy tantos hermanos nuestros caminan como ovejas sin pastor. Jesús nos da a mí y a ti una tarea: orar. “Padre, envíanos pastores”. No veo razones para no hacerlo con insistencia, con confianza, con esperanza. Cuántos chicos y chicas en nuestras parroquias y movimientos están ahora mismo sintiendo la atracción de Jesús de Nazaret, el Buen Pastor. Démosles ejemplo y testimonio de que nuestro corazón tiene un amigo, un esposo, un dueño. Y el suyo también.
Día del Seminario, día de sementera, día de escuchar la Palabra dominical del Señor: «os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». El corazón de los jóvenes es valiente y limpio. Confiemos en su respuesta, en que el Evangelio de Jesús arrastra, transforma, regenera. Que los adultos renovemos nuestro sí, y que todos oremos al Padre que desea enviarnos pastores.