Laicos por vocación, llamados a la misión

Laicos por vocación, llamados a la misión

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia

Queridos lectores, ¡paz y bien!

Culminamos hoy el tiempo pascual con la fiesta de Pentecostés. Y quiero resaltar el hecho de que, para nosotros, los cristianos católicos, la acción del Espíritu Santo no tiene que ver con una visión de la vida que nos saca del mundo, de la historia, del compromiso. Ni tampoco espiritualidad tiene como referencia única o principal a los consagrados o a quienes hemos recibido el ministerio sacerdotal. En la cultura actual sí que espiritualidad casa bien con evasión, con relajación, con individualismo.

Pentecostés en cambio, tiene como referencia directa al entero pueblo de Dios, comunidad carismática e itinerante. Como explican los obispos de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, en el día de hoy todos los bautizados son invitados a proclamar el Evangelio, a la misión que Jesús encomendó, “que se lleva a cabo con la fuerza del Espíritu Santo... Es Jesús resucitado el que ha entregado a su Iglesia, a cada uno de nosotros, el Espíritu Santo, que es el alma de la evangelización. Por tanto, es fundamental que descubramos, como miembros del Pueblo de Dios, que tenemos una misión que no es iniciativa nuestra, sino de Dios, que la sostiene y permitirá que perdure por los siglos de los siglos”.

Se trata de que el laico sea laico por vocación, en todos los ámbitos de la vida. El laicado vive su vocación encarnada en el mundo, es decir, en los ámbitos de la familia, del trabajo, de la educación, del cuidado de la casa común y, de una manera particular, en la vida pública. Y también se desarrolla en el interior de la vida de la Iglesia, en la liturgia, en la catequesis, en los grupos parroquiales. «Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban» (Hch 2,1). Todos los discípulos, incluye a los apóstoles, a las mujeres y a los que habían seguido a Jesús hasta Jerusalén.

Y en el día de hoy, ese Espíritu repartió sus siete dones sobre todos los bautizados, y los capacitó para la misión. ¿Acaso nuestros desalientos y cansancios no tendrán que ver por vivir de espaldas al Espíritu y basculando entre el frenético activismo y el repliegue y la pasividad? Las obras de la carne son: «libertinaje, idolatría, enemistades, discordia, envidia, ambiciones, rivalidades...» (Gal 5, 21). En cambio, los frutos del Espíritu son: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Gal 5, 22). Laicos por regalo, laicos por convicción. Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. Después llega el discernimiento para escuchar a qué nos llama el Señor a cada uno, si para una consagración específica, el ministerio pastoral o ser Christi fideles laici, fieles a Cristo en el mundo.

Invito a que pidamos los siete dones del Espíritu para todos:

- Sabiduría, para conocer el plan de Dios y experimentar su amor, ser capaces de ver con los ojos de Dios y gustar la Palabra. Discernir.

- Entendimiento, para reconocer a Dios más allá de las apariencias. Descubrir.

- Consejo, para valorar y distinguir entre opciones, y aportar escucha y una palabra de ayuda. Orientar.

- Fortaleza, para afrontar las dificultades y obstáculos con confianza, coraje, sin desfallecer. Superar.

- Ciencia, para comprender la grandeza y belleza de Dios, la gratitud de su Amor. Profundizar.

- Piedad, para cuidar el crecimiento de nuestra relación con Dios, y volcar su amor a todos. Sentir.

- Temor, para no olvidar nunca nuestra pequeñez, escoger el Bien frente al mal. Rechazar.

Ser cristianos es una invitación a dejar la dinámica del solo esfuerzo, y saborear la dinámica del don. Supone vivir con el corazón en fiesta, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5). Laicos por vocación, porque Él nos ha elegido y nos ha destinado a que demos fruto (Jn 15,16). Llamados a la misión, sin la pesadez de quien cree que trabaja sólo, o por cuenta propia. No suplantamos a Dios, sino que lo encarnamos, lo hacemos presente, somos sacramento suyo.

Han sido cincuenta días de Pascua para llegar hasta aquí. Tenemos delante el vértigo del mundo, un espléndido campo para sembrar el Reino. Una Iglesia que no se bate en retirada, sino que sale a por la vida. Ánimo a las mujeres y hombres que vivís esto, y a quienes podéis llegar a experimentarlo.