+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia
Queridos lectores, paz y bien.
Los anuncios y llamadas de atención de nuestra sociedad de consumo, su casi infinita serie de estímulos y propagandas solicitan y exigen de nosotros una reacción inmediata. Constato, y creo que es algo bastante generalizado, que estamos volcados en multitud de frentes, amenazas y retos que reclaman incesantemente nuestra atención, que nos tienen volcados y proyectados. Se podría decir que el ser humano está y se mueve “fuera de sí”. Incluso los empeños de la vida diocesana y parroquial, que son intensos y variados, parece que se suman a ese conjunto abigarrado de tareas de agenda ineludibles. Lo urgente nos mata lo importante.
En esta página del Diario Palentino llego a quienes se confiesan católicos, y también a cuantos consideran interesante la opinión de una persona representativa de la Iglesia. Mi pretensión es siempre dar que pensar, proponer un diálogo de cada uno consigo mismo. Frente a tanto ruido y prisas que aturden, hay que parar. “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”, decía la gran Teresa de Jesús. El Papa Francisco convocó el Jubileo del año 2025, con el lema “peregrinos de la esperanza”. Como años de preparación previos, ha querido dedicar el 2023 a la formación y el 2024 a la oración. Escribo estas líneas, ante el riesgo claro de que pase desapercibida su intención, y perdamos una oportunidad para el sosiego y la reflexión para recalcular la ruta que seguimos.
Lee y conducirás, decía la santa abulense, y “ora y conocerás el Camino y la Vida”, vendría a decir el Papa Francisco. La oración debería ser para el cristiano «el respiro de la vida» (Audiencia general, 9 de junio de 2021) espiritual, capaz de no interrumpirse nunca «ni siquiera cuando dormimos» -como afirma el Papa-, y sin la cual faltaría el acto vital que nos pone en relación con el Padre. Vivida de este modo, la vida de oración no se presenta como una alternativa al trabajo o a los otros compromisos que estamos llamados a desarrollar durante el día, sino más bien como aquello que acompaña cada acción de la vida, «también en los momentos en donde no es explícita».
Cuando no oramos, cuando no contemplamos a nuestro Creador y Redentor, nuestras acciones tienden a la vanidad y a la egolatría. Más que llenarnos, nos hinchan y nos crean un caparazón de falsa dignidad y respetabilidad: “te doy gracias Señor, porque no soy como los demás”, que diría el fariseo de la parábola. Cuando no considero que soy administrador de la vida, me convierto en patrón, y considero el servicio una rebaja. Cuando no adoro, mi vida es ruido, es ciclotímica: entre la exaltación y la depresión. Definitivamente, necesitamos ser rescatados de ese círculo infernal.
La oración es capaz de alimentar aquella lámpara que ilumina el rostro de Cristo presente en los hermanos, precisamente como enseña el Catecismo cuando afirma que la oración es «la relación viviente de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo» (CEC 2565). En este diálogo, el fiel no sólo habla a Dios, sino que aprende también a escucharlo, encontrando las respuestas y la dirección a la luz de su presencia silenciosa. La oración se convierte así, en el puente entre el cielo y la tierra, un lugar de encuentro donde el corazón del hombre y el corazón de Dios se encuentran en un diálogo de amor incesante.
San Ambrosio de Milán decía que abrir la Biblia es abrir la puerta del Paraíso. Los cristianos consideramos que la vida es una peregrinación de retorno a la casa del Padre a través del desierto. Y necesitamos oasis con fuentes de agua, donde colmar esa sed que tenemos, o mejor, que somos. El Papa Francisco nos invita a no pasar de largo del oasis que se nos ofrece en la ruta, y que no es un espejismo, como nos sugiere el Seductor. “Todo en la Iglesia nace en la oración, y todo crece gracias a la oración. Cuando el Enemigo, el Maligno, quiere combatir a la Iglesia, lo hace primero tratando de secar sus fuentes, impidiéndole rezar. [...] La oración es la que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien inspira para ir adelante. Los cambios en la Iglesia sin oración no son cambios de Iglesia, son cambios de grupo”.
“Enséñanos a orar”, pidieron los discípulos a su Maestro Jesús. ¿Qué tal si activamos en nosotros los siete deseos del Padrenuestro que nos regala hoy Jesús?