María Magdalena, o el arte de darse la vuelta

María Magdalena, o el arte de darse la vuelta

Queridos lectores, paz y bien.

En estos días seguimos con preocupación la salud del Papa Francisco. Él impulsa un año jubilar para regenerar la esperanza, tan herida y humillada en nuestro mundo. Recojo las palabras del Papa en la audiencia que a principios de este mes ofreció a peregrinos que se acercaron a Roma. Las uno al eco que dejó el congreso de las vocaciones, que consiste en preguntarnos: “¿Para quién soy yo?”. El Jubileo es un nuevo inicio para las personas y para la Tierra; es un tiempo donde todo es replanteado dentro del sueño de Dios. Y sabemos que la palabra “conversión” indica un cambio de dirección. Finalmente, todo se puede ver desde otra perspectiva y así también nuestros pasos se encaminan hacia nuevas metas. Así surge la esperanza que jamás desilusiona. 

La Biblia relata esto de muchas maneras. Y también para nosotros la experiencia de la fe ha sido estimulada por el encuentro con personas que han sabido cambiar en la vida y han, por así decirlo, entrado en los sueños de Dios. Por esto en los Evangelios, la figura de María Magdalena surge sobre todas las demás. Jesús la curó con la misericordia (cfr Lc 8,2) y ella cambió: hermanos y hermanas la misericordia cambia, la misericordia cambia el corazón y, a María Magdalena, la misericordia la recondujo a los sueños de Dios y dio nuevas metas a su camino.

El Evangelio de Juan narra su encuentro con Jesús resucitado en una manera que nos hace reflexionar. Varias veces se repite que María se dio la vuelta. ¡El Evangelista escoge bien las palabras! En lágrimas, María mira primero dentro el sepulcro, luego se voltea: el Resucitado no está en la parte de la muerte, sino en la parte de la vida. Y para nosotros, discípulos de Jesús, su presencia se da en cada una de las personas que encontramos cada día.

Cuando escucha pronunciar su nombre de labios de Jesús, el Evangelio dice que nuevamente María se dio la vuelta. Y es entonces cuando lo descubre. Y es así como crece su esperanza: ahora mira al sepulcro, pero ya no más como antes. Puede secar sus lágrimas, porque ha escuchado su nombre: solo su Maestro lo pronuncia así. Pareciera que el viejo mundo todavía estuviese, pero ya no está. Cuando sentimos que el Espíritu Santo actúa en nuestro corazón y sentimos que el Señor nos llama por nuestro nombre, sabemos distinguir la voz del Maestro.

Sigue pidiéndonos el Papa que aprendamos de la esperanza de María Magdalena, que la tradición llamó “apóstola de los apóstoles”. En el nuevo mundo se entra convirtiéndose más de una vez. Nuestro camino es una constante invitación a cambiar de perspectiva. El Resucitado nos lleva a su mundo, paso a paso, con la condición que no pretendamos ya saber todo.

Un yo demasiado seguro y un yo orgulloso nos impide reconocer a Jesús Resucitado: de hecho, también hoy, su aspecto es aquel de las personas comunes que se quedan fácilmente a nuestras espaldas. Incluso cuando lloramos y nos desesperamos, lo dejamos a la espalda. En vez de mirar en la oscuridad del pasado, en el vacío de un sepulcro, de María Magdalena aprendamos a voltearnos hacia la vida. En ella nos espera nuestro Maestro. Y como María, vayamos a anunciar a Jesús, que nos pide que comuniquemos a sus amigos que Él vive, que ya nunca nos dejará solos.

En el encuentro intercultural que se celebró la semana pasada en la parroquia de San José, podíamos apreciar cómo nos enriquece acoger y ser acogidos por la mirada de hermanas y hermanos de culturas, razas, credos, ideas diferentes. Toda una parábola del sueño de Dios para nosotros. Como María Magdalena, sabemos que ya nada va a ser lo mismo, que hay una alternativa a la muerte. O vivimos con la mirada fija en eso que nos ha pasado, o nos han hecho, o hemos hecho sin hacer caso a la llamada que se nos hace desde detrás, o volvemos nuestro rostro, nos damos la vuelta para entablar nuevas relaciones con quien el mismo Dios pone en nuestro camino.

El sueño de Dios es esa Iglesia que no da la espalda a las personas que Dios nos pone en nuestro camino. ¿Para quién somos? Para Jesús, que no quiere siervos, sino amigos, que no quiere súbditos, sino hermanos. Es este un estupendo momento para que cambiemos de dirección. María Magdalena fue la primera que lo hizo.

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi

Obispo de Palencia