Verán y creerán

Verán y creerán

Queridos lectores, paz y bien.

Cristo verdaderamente ha resucitado, ¡aleluya! Es la noticia. Y para nosotros los cristianos no hay otra que se le pueda comparar. Porque como cuenta el evangelio de San Juan hoy, María Magdalena primero, y luego Pedro y Juan, han descubierto que el sepulcro del huerto está vacío. La piedra está retirada, la sábana que cubría el cuerpo de Jesús sigue tendida en el mismo lugar, pero sin Él dentro, y el sudario que rodeaba su cabeza está enrollado en un sitio aparte. Eso le ha bastado al discípulo a quien Jesús amaba para narrarlo así: vio y creyó.

Nosotros también hemos podido ver y escuchar en esta noche santa un mundo transfigurado, en el que el cirio pascual, la Palabra, el agua y el pan y vino han vuelto a recrear la comunidad dispersa y confundida por la pasión y muerte del Maestro. Y hemos creído que Jesús está vivo, al igual que María la Magdalena y Juana y María, a quienes se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes y les habían dicho: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Esta es la noticia, inigualable, imprevista, transformadora.

Si aquellas mujeres y aquellos apóstoles creyeron, fue porque lo vieron a Él, y se convirtieron en testigos hasta la sangre, con una alegría incontenible que llega hasta nuestros días, dos mil años después. A nosotros, testigos del Resucitado, nos toca ahora visibilizar ese acontecimiento para tantas hermanas y hermanos a quienes todavía no ha llegado una palabra suficientemente creíble y convincente. Si como Iglesia somos personas de Pascua, verán y creerán. Como comunidad que continúa la presencia de Jesús hoy, hemos de mostrar estos rasgos:

Alegría. Alegraos es la primera palabra que había dicho el ángel Gabriel a María y con esa palabra arrancaba el Nuevo Testamento. La alegría es la condición de Dios Padre, que, resucitando a su Hijo, nos rehabilita para vivir contagiando su amor.

Gratuidad. Los creyentes vivimos abundando por todo lo que nos supera. Estamos en deuda respecto de lo que hemos recibido, agradecidos y disponibles. Todo es poco para devolver una migaja del enorme regalo de su Vida nueva.

Eclesialidad. Ya no estaremos nunca más solos, porque en el seno de la comunidad descubriremos cada domingo su alegría, y nos dará su propio cuerpo en alimento.

Esperanza. Al saberle a Jesús vivo y presente, pensar en la muerte no paraliza, sino estimula a vivir cada instante en todo su peso y hondura. El futuro abierto nos lleva a arriesgar el presente.

Reconciliación. Ya que Dios lo ha reconciliado todo consigo, podemos hacer lecturas nuevas de los demás desde el modo en que Jesús nos anima a perdonar. En lugar de polarizados o extremistas, simplemente radicales.

Solidaridad. Seguir a Jesús que está aquí con nosotros hasta el fin del mundo, nos lleva a luchar por la llegada de su reinado a los más pobres, vulnerables, perseguidos.

Comunión. Ser personas renovadas conlleva sumar y multiplicar, no restar y dividir. No somos individuos, somos hermanos.

Habitados. Ante los despojos que nos conlleva esta existencia, vivir habitados no ocasiona vacío y muerte, sino presencia y plenitud.

Estoy persuadido de que, si los católicos vivimos así, el mundo podrá percibir en nosotros una presencia que nos desborda y a la que nos debemos libremente. Lo había dicho el propio Jesús en la última cena refiriéndose a toda la humanidad: «No sólo por ellos ruego sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros» (Jn 17, 20-21). Ser mujeres y hombres de Pascua conlleva haber salido del desierto de la prueba y de la duda, al vislumbrar el pórtico de la ciudad santa.

Soy consciente de que, en los viejos catecismos, cuando se trataba de definir la fe, se subrayaba la parte de invisibilidad de lo divino: fe es creer lo que no vimos. Puesto que fueron las mujeres, los apóstoles y otros muchos discípulos los que vieron a Jesús resucitado al comienzo todo. Ahora bien, podemos leer en la carta a los Hebreos: «teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús». Ojalá sean muchos los que a través de nuestras comunidades le vean y crean.

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi.

Obispo de Palencia