Nuestra Iglesia de Palencia cuenta con quince monasterios: de varones, uno, el Monasterio Cisterciense de San Isidro de Dueñas: de mujeres, catorce: los Monasterios Cistercienses de San Andrés de Arroyo, cerca de Olmos de Ojeda, y de Alconada, en Ampudia; los Monasterios de Hermanas Pobres de Santa Clara -Clarisas-, de Aguilar de Campoo, Carrión de los Condes, Astudillo, Palencia y Calabazanos, el Monasterio de las M.M. Brígidas, de Paredes de Nava; los Monasterios de M.M. Carmelitas de Palencia y Carrión de los Condes; el Monasterio de M.M. Dominicas de Palencia; el Monasterio de M.MN: Agustinas Recoletas de Palencia y el Monasterio de M.M. Canónigas Regulares de San Agustín de Palencia.
Hoy la Iglesia, en la fiesta de la Santa Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu, nos invita, en primer lugar, a caer en la cuenta de su presencia en la Iglesia y en la sociedad, del bien que hacen a todos con su trabajo y su oración; cuántas veces no reparamos en ellos y en el bien que nos hacen con su vida silenciosa a todos los que, a veces, vamos tan deprisa, tan aturdidos, y estresados por las preocupaciones, llenos de ruidos, sin momentos para serenarnos, pensar y reflexionar; en segundo lugar nos llama a orar por quienes oran por nosotros y dar gracias por su testimonio y su vida entregada. No pensemos que se olvidan del mundo y de las cosas del mundo, sus alegrías y penas, angustias y esperanzas; ¡cómo las van a olvidar si ellos y ellas son humanos y las viven y son hermanos nuestros!
El lema de este año es: “CONTEMPLAR EL MUNDO CON LA MIRADA DE DIOS”. Y la figura que nos presenta el cártel es de lo más expresiva. Es el famosísimo icono ruso, pintado por San Andrés de Rublev, que se muestra en el Museo del Ermitage, de San Petersburgo. No sé qué tiene este icono que su contemplación ha cautivado y cautiva a muchos, a mí también. Tiene múltiples aspectos que destacar, unos visibles y otros invisibles pero reales: los colores de las vestiduras de la mesa, de todo el cuadro, las alas, la posición de las cabezas y las manos, la casa, el árbol, la montaña, etc. Representa, teniendo como trasfondo el texto de la manifestación de Dios a Abrahán en el encimar de Mambré (Gn 18, 1-15) y la interpretación que la tradición de la Iglesia ha hecho de este texto, a Dios Uno y Trino y su proyecto de la salvación total. En esta obra está representada la Trinidad: el Padre, el de la izquierda, y al que miran los otros dos; el Hijo en el centro, con su vestimenta de Dios y hombre sacerdote, y, a la derecha, el Espíritu Santo. Todos iguales, sentados en tronos en torno a la mesa eucarística de manteles blancos, con el cordero sacrificado en la fuente, porque la creación, la redención y la santificación es de los tres, pero se manifiesta y realiza por, con y en Jesucristo, el Cordero Pascual. Debajo de la mesa hay un rectángulo pequeño: indica el lugar de los hombres y el mundo: estamos invitados a sentarnos a ser comensales de Dios, vivir como hijos en la familia de Dios, gozar de Dios que es Amor. También todas las cosas creadas están invitadas a participar de esa compañía, no sólo el ser humano.
Sin duda Rublev era un monje contemplativo; contemplaba el mundo con la mirada de Dios. Los monjes y mojas contemplativas hacen justamente eso y nos invitan hoy a hacer lo mismo. Cómo lo necesitamos. Contemplar significa pararse, mirar, y dejarse mirar con los ojos del rostro y del alma. Se puede ver el mundo desde muchos aspectos: la ciencia, la técnica, la filosofía, la economía, la política, los movimientos sociales, el arte, etc. Todos nos ofrecen una visión de la realidad, parcial, más o menos acertada o más o menos equivocada, cuántas veces superficial y provisoria. Pero no llena el alma. Solamente ver el mundo, el macrocosmos y el microcosmos, cada cosa, cada acontecimiento, las estrellas inmensas que están a millones de años luz, y hasta la más minúscula de las criaturas, en especialmente al hombre y a la mujer con la mirada de Dios, nos acerca a la Verdad, a la Belleza, a la Vida, al Amor que es Dios. Con los salmos 8 y 100 podemos confesar y cantar: «¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!»; «Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño... El Señor es bueno, su misericordia es eterna, si fidelidad por todas las edades». No es huida del mundo, sino mirada distinta y profunda del mundo, mirada llena de esperanza, de alegría y de futuro.
Mirémonos a nosotros mismos y miremos nosotros, sobre todo a los hombres y las mujeres, con el mirar de Dios que es amar (San Juan de la Cruz); su mirada es compasiva y misericordiosa, llena de bondad y ternura, incondicional, paternal y maternal, esponsal, de hermano y amigo.
Solo me resta invitar a todos a acercarnos a los monasterios, orar con los monjes y las monjas, expresarles nuestro reconocimiento y gratitud, incluso adquiriendo el fruto de su trabajo. Aprendemos en los monasterios a contemplar y orar, a mirar con la mirada de Dios. Dejémonos mirar por Jesucristo y aprendamos a mirar con él y como él.
+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia.