Uno de los problemas que tenemos en la sociedad hoy es que se nos olvidan muchas veces las noticias y las realidades que hacen sufrir cuando no nos afectan a nosotros. Pasan tantas y tan importantes todos los días que una noticia o realidad tapa a la otra.
Una de esas realidades es la que padecen muchos conciudadanos que engrosan las cifras de parados o sin empleo, que, gracias a Dios, están descendiendo, y que esperamos que sigan decreciendo. Otra realidad es la que padecen muchas personas que, después de estar en el paro, han tenido que aceptar contratos cuyas condiciones no son las ideales, o son clara y sencillamente indecentes.
Frente a estas realidades de dolor, la sociedad civil tiene que reaccionar y pasar, de la inacción y la pasividad, a la acción. Todos y cada uno tendríamos que sentir y vivir la empatía con ellos, e intentar actuar en la medida de nuestras posibilidades, tanto seamos empresarios, como los demás trabajadores, sindicatos, partidos, etc.
Los cristianos tenemos unas motivaciones, basadas en nuestra fe. Defendemos la dignidad de toda persona humana por encima de toda otra consideración. Cada uno de los hombres y mujeres, somos imágenes de Dios, hijos de Dios y hermanos todos en Jesucristo. Todas las realidades sociales, no podemos olvidarlo, deben poner, como principio y raíz de todo, la dignidad de la persona. La persona es la base de toda convivencia en la familia, en el barrio, en los pueblos y ciudades, en las empresas, en la estructura de toda sociedad. El ser persona es la fuente de todos los derechos humanos, porque es la realidad más honda del hombre. El hombre es un ser creado por Dios, interlocutor suyo, elevado a la condición divina, y, por tanto, hermano de todos.
Uno de esos derechos, unidos al derecho a la vida, es el de tener un trabajo o un empleo decente. Entendemos que decente es un trabajo honesto y justo que permita al hombre, siguiendo su vocación, desarrollar todas las dimensiones y capacidades en bien propio, de su familia, de la sociedad entera y de toda la creación, que es nuestra casa común.
Tristemente muchos no tienen acceso ni al trabajo, ni al empleo decente. Hay explotación física, mental o espiritual, y eso no es decente; hay salarios tan bajos que con ellos no se puede atender a las necesidades propias o las de su familia; y eso no es digno del hombre; hay condiciones laborales de espacios, horas, tiempos de descanso, etc., que perjudican la salud integral y no son las idóneas; y esto no es decente; se impide o dificulta, directa o camufladamente, el derecho de asociación, y eso no es honesto ni justo; se aprovecha la precariedad, la necesidad o la desesperación por la falta de empleo, para explotar de una manera u otra, y eso es manifiestamente injusto indecente y clama al cielo.
La Iglesia Diocesana de Palencia apoya la iniciativa “La Iglesia por un trabajo decente”, que nos recuerda la importancia del trabajo para la vida digna de toda persona. Esta justa iniciativa y noble causa llama a reflexionar, orar y actuar en conciencia por medios legítimos y legales. Invito a las demás comunidades cristianas, parroquias, unidades pastorales, comunidades de vida consagrada y a cada uno de los que las integramos, a crear un pensamiento y mentalidad que nos saque de esa actitud de pasotismo y falta de compromiso que se observa en ocasiones, y que se expresa en frases como: “ese no es mi problema”, “yo no quiero líos”, “yo no puedo hacer nada”, etc. Hay un dicho o refrán, creo que indio de la India, que dice: “No maldigas la noche; enciende una vela”.
Hace poco leí un cartel que le regalaron al Papa Francisco que dice: «Dejemos de cultivar el síndrome del victimismo, que lleva a la disminución del humor y de la capacidad para resolver problemas; centrémonos en mejorar la sociedad con nuestras propias potencialidades y no en los límites; dejemos de quejarnos solamente y actuemos para hacer mejor la vida». Desearía que todos lo asumiéramos como propio.
+ Manuel Herrero Fernández, OSA.
Obispo de Palencia