¿Cómo andamos de Esperanza?

Los católicos hemos comenzado un nuevo año litúrgico el domingo pasado con el primer Domingo de Adviento. Otros muchos siguen otro tipo de calendario, así, por ejemplo, los judíos, los budistas, los musulmanes, etc. Nuestros hermanos los ortodoxos comienzan su calendario litúrgico el 8 de septiembre, el día de la natividad de la Virgen María. El calendario civil, que comienza el primer día de enero, tiene su origen en los romanos, aunque, al principio, el primer mes era marzo.

Unos calendarios miran al pasado; el de los católicos comienza mirando al futuro que viene. Adviento nos habla de espera, de advenimiento, de llegada de alguien. De hecho el grito y oración, el programa de vida de los cristianos es: «¡Maranathá! ¡Ven, Señor Jesús!» Así lo recoge el último capítulo del último libro de la Sagrada Escritura, el Apocalipsis. Dice así: «Mira, yo vengo pronto y traeré mi recompensa conmigo para dar a cada uno según sus obras... El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y quien lo oiga diga: “¡Ven!” Y quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente... Amén, ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 12-20). Nos convoca y provoca a la esperanza.

Nosotros, como casi todos los hombres y mujeres no estamos satisfechos ni con nosotros mismos, ni con nuestra vida, ni con nuestra sociedad. Todos queremos ser felices, pero no lo somos plenamente. Hay un grado de insatisfacción que todos sentimos, si somos sinceros y no nos engañamos a nosotros mismos. Ya decía una canción antigua: “Todos queremos más, y más y más y mucho más”.

Queremos más vida, más vida plena, sin dolor, sin luto, sin llanto; queremos ser mejores, obrar más conforme a nuestra conciencia recta, pero fallamos, pecamos, palpamos nuestra debilidad. Queremos una sociedad más justa, más honrada, donde no haya paro, ni exclusión social, donde los emigrantes y refugiados sean acogidos y tratados como hermanos; queremos una sociedad sin guerras, sin terrorismo, sin corrupción política ni de otro tipo; queremos una sociedad donde los niños vivan felices, corran, jueguen, tengan escuelas, sean amados y tengan un porvenir; anhelamos una sociedad donde la solidaridad corra como el agua, donde la mujer sea tratada con igualdad, la maternidad protegida, las personas mayores y discapacitadas sean honradas y reconocidas, donde nadie sea discriminado por su raza, religión, ideología, nación y cultura. Queremos una sociedad que reconozca la familia como primera célula de la sociedad y primera escuela de humanidad. Pero parece que nunca está al alcance de nuestra mano ni de cada generación, como si nuestro destino fuera el de Prometeo, querer ser felices y no alcanzarlo.

Muchos no esperan nada, otros desesperan. Nosotros no. La fe cristiana que nuestra vida tiene sentido, que hemos sido creados por Dios, el Dios de la vida y del amor, para ser felices, ser dichosos; que en Jesucristo Dios se ha revelado como Padre con entrañas maternales, que quiere y se empeña en nuestra felicidad temporal y eterna hasta hacerlos hijos y hermanos. Él vino, es verdad, hace 2017 años, y lo vamos a celebrar en la Navidad, naciendo de María Virgen, asumiendo nuestra condición humana, menos el pecado que nos ata y no nos deja ser felices, compartiendo nuestra peripecia humana incluso hasta la muerte. Pero él ha resucitado, está vivo, y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, no físicamente, pero sí real y sacramentalmente con su Espíritu, en cada persona y acontecimiento, acompañándonos, señalándonos el camino y ayudándonos en nuestra debilidad. Creemos que él vendrá al final de los tiempos como Señor y Juez de la historia personal y colectiva; sí, como Señor, porque todo estará sometido a él, que es nuestro libertador, y como Juez, que discernirá desde la misericordia nuestras obras.

Nuestra esperanza, esta de la que estamos tan faltos porque hemos puesto tantas ilusiones en personas, proyectos, planes de todo tipo, que nos han defraudado, no se funda en el barro, ni en el hombre, en su pensamiento y fuerza, sino en Jesús, el que es nuestra Esperanza, el único que no defrauda. Siguiéndole a él, abriéndonos a su persona, vida y mensaje, a su Espíritu, es como tendremos una criatura nueva, una humanidad nueva, unos “cielos nuevos y una tierra nueva” en la que habite la justicia.

Imagen del hombre y la mujer nuevos, de la Iglesia nueva, de la humanidad y de la creación nueva es Santa María, la Inmaculada Concepción, sin mancha ni arruga, la Toda Santa, la Virgen de la Esperanza que nos regala el fruto bendito de su vientre, Jesús. «Ven, Señor Jesús».

+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia