Las Edades del Hombre: diálogo entre Fe y Cultura

La próxima edición de LAS EDADES DEL HOMBRE pretende ser una manifestación del diálogo entre la fe y la cultura en el pasado pero realizada en el presente y pensando en el futuro.

Este diálogo siempre ha sido y es y será complejo por muchas razones, entre otras por la complejidad de la misma realidad cultural, reflejo de la complejidad humana. Hoy de manera especial cuando hablamos de una cultura globalizada, fruto del fenómeno de la globalización, de tal manera que hablamos de un cambio de época, de una nueva época de la historia humana.

Esta complejidad se manifiesta a veces como si se quisiera imponer una cultura única, una única cultura mundial, impuesta desde arriba por los poderes, una cultura que anulase las demás, que no tuviera en cuenta las diversos y enriquecedores valores que encierran los diversos pueblos, como si estuvieran superados o correspondieran a una etapa pasada de la civilización realidades como la religión, y más en concretamente la cristiana.

La cultura tiene como artífice al hombre y a la mujer. Queremos construir un nuevo humanismo en el que el hombre se manifieste como libre y responsable hacia los demás hombres, la creación y la historia. Y es lógico que se quiera, pero sin que la nueva cultura caracterizada por la ciencia y la técnica se coma al hombre, el espíritu del hombre y las tradiciones de los pueblos. No se puede crear una cultura nueva si esta no se apoya en el ser del hombre, si la razón y sus plurales manifestaciones como la filosofía, las ciencias y las técnicas son consideradas como absolutos, si no tiene en cuenta la conciencia, la ética, la moral y la fe porque puede volverse contra el mismo hombre y el mismo pueblo. En la historia pasada y presente tenemos muchos ejemplos para comprenderlo.

¿Qué puede y debe aportar la fe a la cultura y qué debe y puede aportar la cultura a la fe?

No podemos admitir que se quieran separar como si fueran realidades que no tienen nada que ver. La cultura no puede olvidar que el hombre tiene una dimensión transcendente, y la fe necesita encarnarse en un tiempo y un espacio. La fe vivida ofrece muchos estímulos para trabajar por un mundo más humano. Ofrece una concepción del hombre, ofrece la luz de Dios, ofrece la verdad, la esperanza y el amor, ofrece el trabajo de muchos creyentes que nos han precedido y que han contribuido decisivamente en la sociedad, ofrece la medicina de Dios para sanar de raíz tantos males como nos afligen. La cultura ofrece a la fe vivida el humus para hacerse carne e historia, para aterrizar y concretarse, con todas las limitaciones que queramos, para aportar transcendencia y esperanza, para ser fe auténtica.

El diálogo entre la fe y la cultura siempre se ha dado y siempre tiene que darse. A lo largo de la historia ha habido diversos momentos, unos más difíciles y otros menos, unos más fecundos y otros menos, pero no ha sido, ni es, ni puede ser imposible; cada época trae sus dificultades. Nunca es inútil si es auténtico diálogo y si la fe respeta la autonomía legítima de la cultura, particularmente de las ciencias y las técnicas, y si la cultura se abre a la fe, no se absolutiza por encima del hombre y de Dios, misterio último del hombre y de todo cuanto existe.

Considero que en el Evangelio encontramos imágenes que nos pueden ayudar a comprender esta relación. Jesús, en el llamado Sermón del Monte, dice: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alta de un monte» (Mt 5, 13-16). Y en otro lugar: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta» (Mt 13, 33).

La sal en tiempos de Jesús era necesaria para conservar, preservar de la corrupción y dar sabor a los alimentos. Hoy esta función está en parte superada, pero sirve la imagen para destacar que la fe ayuda a conservar la auténtica cultura, a preservarla de la corrupción y aporta el “sabor”, la sabiduría que viene de Dios. La luz es necesaria para ver, distinguir colores, personas, generar vida, calor, etc.; así también la fe para cultura. La ciudad puesta en lo alto del monte es la fe vivida comunitariamente que acoge, da refugio, defiende a los hombres, socialmente considerados, y hace posible la convivencia en paz y concordia. Y la levadura en la masa, que nos invita a que, partiendo de los elementos culturales representados en las tres medidas de harina, con la levadura de la fe, se pueda gustar un pan sabroso y tierno, partido y compartido, del que se pueda alimentar con alegría la familia humana y recuperar energías para seguir el camino.

Las Edades del Hombre son una muestra de que se puede y se debe superar el drama de la ruptura actual entre la fe y la cultura.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia