¿Qué es lo que importa? ¿Qué es lo que nos importa? ¿Qué es lo me importa? Os invito a hacer estas tres preguntas y a responderlas con sinceridad, sin autoengañarnos.
Para todos, sin duda, nos importa, alcanzar la felicidad, porque todos, a no ser que estemos mal psicológicamente, buscamos ser felices. Pero no está ahí el problema. El problema es en qué ponemos la felicidad y en el camino que escogemos para obtenerla.
Hay unos que la ponen en la fama, y para conseguirlo hacen las cosas más raras para aparecer en los medios de comunicación; pero esta fama es como un meteorito, como una estrella fugaz. Otros, la sitúa en el éxito económico, y cuántas veces para conseguirla traicionan su conciencia, su familia, sus amigos, sus compañeros, etc.; vemos cómo muchos amasan riquezas y terminan en la cárcel, más solos que la una, como decía una canción antigua: “cuando yo tenía dinero, me rondaban los chavales, ahora paso y no me miran porque no tengo dos reales”. Otros lo ponen en lo que llaman amor o conquistas amorosas, en experiencias sexuales lo más raras y escabrosas posibles que, a la postre, dejan el alma vacía, insatisfecha. Otros la concretan en tener poder, en conquistar, en tener y disfrutar del mando en los diversos niveles, pero cuando se entiende como dominio, no como servicio, provoca recelos, resentimientos, envidias, desconfianzas ante los posibles opositores, incluso complots y asesinatos, y, tarde o temprano, el poder pasa a otras manos. Otra gente lo sitúa en la salud, pero ¿quién tiene garantía de la salud? Somos limitados, caducos, con fecha de caducidad.
La auténtica felicidad, que es lo que importa, está en amar y ser amados. El amor es la clave y el secreto; pero no cualquier amor, o lo que muchos llamamos amor, sino un amor que nos configura, el amor que tiene se fuente en Dios que es amor. Desde él podemos amarnos a nosotros mismos porque nos vemos como criaturas de Dios, hijos de Dios, y amar a los demás como hermanos. Ese amor nos lleva a compartir cuanto somos y tenemos, como miembros de una única y sola familia.
Manos Unidas nos invita a hacer esta experiencia: compartir desde el amor fraterno, participando en la campaña de lucha contra el hambre. Tristemente en el año 2016 ha aumentado el número de personas hambrientas en el mundo hasta 815 millones, que se dice pronto. Frente a este dato recordemos las cifras que nos dan de los millones toneladas de alimentos que las sociedades ricas tiramos a la basura. No hace falta pensar en otras naciones y regiones, no; pensemos en nuestra propia ciudad, en nuestra propia familia en lo que tiramos al contenedor.
Las causas del hambre pueden ser muchas y variadas, sequías, epidemias, etc.; pero sobre todo una serie de comportamientos insolidarios y nada fraternos que se expresan en estructuras y comportamientos que generan desigualdad y exclusión, descarte, como dice el papa Francisco. La causa última es que se nos queda el corazón frío, no nos abrimos a los de nuestra propia carne, no nos ponemos en la piel del otro, nos falta amor. El hambre no es una fatalidad; es un pecado de toda la humanidad que olvida a Dios y al hermano.
¿Qué hacer? ¿Cruzarnos de brazos? ¿Decir: yo, yo... y pensar que otro lo hará? No podemos quedarnos en la inacción. Debemos tomar conciencia, hacernos cargo de que somos hermanos, responsabilizarnos, ser solidarios y compartir, es decir, partir el pan, educarnos y educar en la fraternidad, ser austeros, no ser despilfarradores e imitar al Buen Samaritano.
Manos Unidas nos llama a compartir lo que importa, lo importante de nuestra vida, la vida y el amor, el pan de cada día y todo lo que implica. Colaboremos con Manos Unidas apoyando sus programas, orando al Padre de todos y pidiéndole que nos dé «el pan nuestro de cada día», no sólo el mío, o el tuyo, sino el nuestro; denunciando la injusticia del hambre... Abramos la cartera y el corazón, echemos mano al monedero y cada uno dé según lo haya decidido en su corazón. Si así lo hacemos, «entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor... brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía...; serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engaña». (Is 58, 7-14) Dicho de otra manera: serás más feliz y harás felices a muchos.
+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia