+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Algunas personas no saben a qué nos referimos cuando hablamos de san Zoilo, si a un santo o a un hotel y restaurante. Nos referimos a un santo, que es el patrón de Carrión de los Condes, y cuyas reliquias están en el templo de la Diócesis que está contiguo al hotel.
Sabemos que este santo nació y vivió en Córdoba, en tiempos del imperio romano y hacia el año 300 fue martirizado en las persecuciones de Diocleciano. El poeta cristiano Aurelio Prudencio, natural de Calahorra, en su libro Periestéfanon, en el que narra el martirio de varios cristianos españoles de la época, nos trae noticias de que, en Córdoba, juntamente con otros veinte cristianos, fue martirizado Zoilo. Pero poco más podemos decir sobre su vida y martirio, porque no tenemos datos.
En el siglo VII el obispo Agapito de Córdoba recibe una inspiración y descubre las tumbas de los mártires y traslada sus restos a la Iglesia de San Justo, que poco después cambia de nombre por san Zoilo. La Iglesia de Córdoba, en el siglo IX, hace memoria en la liturgia.
En el siglo XI, después de la invasión musulmana, el Conde de Carrión Gómez Díaz, trasladó los restos hasta el monasterio benedictino de san Juan Bautista, en Carrión de los Condes, que posteriormente fue llamado de San Zoilo. Otros sostienen que fue un regalo que el califa cordobés hizo a Fernán González como pago a los servicios prestados. La tradición y la leyenda nos habla de muchos prodigios obrados por el Señor por la intercesión de san Zoilo. Carrión celebra su fiesta en agosto, pero la Iglesia de Palencia y otros pueblos que lo tienen por patrono lo celebran el 27 de junio. El monasterio sufrió la desamortización en tiempos de Mendizábal, posteriormente fue colegio y seminario de jesuitas y, después, seminario diocesano. Hoy la iglesia y su famoso claustro son de la Diócesis.
Poco sabemos de la vida y la muerte de este santo, como pasa también con otros muchos. Conservamos su memoria, que no es poco. De esta memoria se deduce que fue un cristiano, criado en una familia cristiana. Es de destacar el papel de la familia en la transmisión de la fe. Ya aparece este dato en los primeros tiempos del cristianismo; el miembro de la familia que había descubierto la fe en Jesucristo, la contagia en su entorno más inmediato que lo constituyen las personas con quienes convive. La contagia no por imposición, sino que poco a poco, como la lluvia fina que va calando y fecundando la tierra hasta dar fruto, así también con la palabra y las obras, sobre todo el estilo de vida, habla de la fe hasta que los otros pueden decir como los vecinos de la samaritana le dicen a ella: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo» (Cf. Jn 4, 42). Hoy es preciso que también en la familia se viva la fe y se transmita, no solamente llevando a bautizar a los hijos, hacer la primera comunión, confirmarse, casarse y enterrar a los muertos según el rito cristiano, sino viviendo el estilo de vida de Jesús expresado en las Bienaventuranzas, en la oración del Padrenuestro y en la vivencia de la caridad según nos lo pide el Señor en el capítulo 25 de San Mateo. La fe cristiana se define, no por unos ritos o creencias y determinadas posturas morales o éticas, sino por un modo de vivir al estilo de Jesús porque nos hemos encontrado con Él y nos hemos sentido llamados, amados, perdonados, acompañados, iluminados, comprendidos, ayudados, por él, porque nos ha ganado el corazón, y todo en el seno de una comunidad. No podemos olvidar que los primeros evangelizadores son los padres. Hoy también debemos reconocer el papel que tienen los abuelos con su cariño hacia los nietos y su sabiduría acumulada por la experiencia y el paso de los años y acontecimientos. No hace falta esperar a ocasiones especiales, debemos aprovechar otros ámbitos donde convivimos con otros, de persona a persona, con amigos, compañeros de trabajo, de diversión, las conversaciones en calle, o en el mercado.
Oremos con la oración de la Iglesia en el día de su fiesta: «Dios de poder y misericordia, que infundiste tu fuerza a san Zoilo para que pudiera soportar el dolor del martirio, concede a los que hoy celebramos su victoria viviré defendidos de los engaños de nuestro enemigo bajo tu protección amorosa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén».