Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.
Después del verano recupero las reflexiones sobre el ser humano, porque estoy convencido de que el futuro y la felicidad de cada uno está ligado a una auténtica visión del hombre y la mujer y que, a mi forma de entender, está en Jesucristo y su Evangelio.
“—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!” (Cervantes, El Quijote, Segunda parte, capítulo LVIII).
La libertad es uno de los dones que definen al hombre porque nos hace responsables. Pero, ¿de qué libertad hablamos? ¿De la que muchos hablan que consiste en hacer lo que me da la gana, sin tener en cuenta ni a Dios ni a los hombres, sino solamente mi capricho? ¿Es la capacidad de superar los estímulos que nos vienen del medio ambiente, o los que nos ofrece e impone nuestra sociedad por medio de la publicidad y otros medios? No, la libertad es la capacidad que tiene el ser humano de marcarse unas metas y elegir caminos, fijarse unos fines y seleccionar los medios (J. Román Flecha). No “todo vale”. La conciencia tiene que descubrir en un discernimiento auténtico, a la luz de la razón y ante Dios, dónde está nuestro bien, personal y comunitario y optar por él, señalando medios y metas, el bien que nos hace auténticamente humanos (F. Savater) y hermanos para ser felices. Ya lo decía el papa León XIII cuando afirmaba: «Considerada en su misma naturaleza, esta libertad no es otra cosa que la facultad de elegir entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado. En el sentido de que el que tiene facultad de elegir una cosa entre muchas es dueño de sus propias acciones». Tanto la virtud como el vicio son el resultado de elecciones humanas libres. No hay auténtica libertad sino en el servicio del bien y de la justicia.
El Catecismo de la Iglesia Católica, recogiendo todo el entender de la tradición secular dice: «La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre albedrío el hombre dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad humana alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza. Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos, se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o demérito». (CIC, 1731-1731).
¿Quién nos señalará sin engañarnos donde está el bien verdadero? Es Pablo el que nos dice: «La verdad os hará libres» (Jn 8, 32), no como decía alguno, “la libertad os hará verdaderos”. Jesús es quien revela la verdad profunda del hombre, de la creación, de la naturaleza, y de Dios mismo: «Para ser libres nos liberó Jesucristo» (Gal 5, 1). Si nos apartamos de la ley moral que es la que nos señala los auténticos bienes, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina (CIC, 1740).
Es verdad que nuestra libertad no es absoluta. Somos limitados. Podemos confundirnos, ser ciegos, porque nuestro conocer es limitado, nos podemos equivocar, engañarnos y nos pueden engañar. No todo el monte es orégano. Tenemos que ser realistas: unos sitúan el bien en unas cosas y otros en otras. Unos piensan en el suyo propio y se olvidan de los demás, del bien de los demás y llegan a oprimir injustamente económica, social, política y culturalmente a los otros, personas y pueblos y someterlos a la esclavitud.