+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El pasado 11 de febrero celebramos la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo. Es el día de la Virgen María en su advocación de Lourdes. Con motivo de esta Jornada los papas acostumbran a regalarnos un mensaje que nos interpela y nos llama no sólo a la oración, sino a la reflexión y a la acción. También la Conferencia Episcopal Española nos regala un mensaje. Podíamos resumirlos en «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). Y el de Conferencia en «Acompañar en la soledad». Me inspiro en un escrito de José Román Flecha.
El mensaje del papa tiene cinco interlocutores:
1. A todos los hombres. A todos nos recuerda que «las formas graves de sufrimiento son varias: enfermedades incurables y crónicas, patologías psíquicas, las que necesitan rehabilitación o cuidados paliativos, las diversas discapacidades, las enfermedades de la infancia y de la vejez». Como hizo Jesús, cuando nos acerquemos a un enfermo necesitamos personalizar la relación, no es un número, ni uno más, es una persona que sufre. Quizás en nuestra mano no esté el curar, pero si el cuidar, y el cuidado es fundamental para la recuperación integral. Por descontado, también hay que atender a la familia del enfermo que también sufre y necesita consuelo, cercanía, porque los que acompañan a los enfermos pueden ellos también enfermar.
2. El papa Francisco también se dirige a los enfermos. Les anuncia que en Cristo pueden encontrar fuerza para afrontar las inquietudes, los interrogantes que surgen inevitablemente. Por descontado, Jesucristo no es un médico que nos recete un medicamento mágico, pero, con su cercanía a los enfermos y a los que sufren, con su pasión, muerte y resurrección nos libera de la opresión del mal. Jesucristo simpe estuvo cerca de los enfermos; si quitásemos las páginas del evangelio donde Él se acerca y cura a los enfermos, nos quedaríamos con pocas páginas en chasis. Es más: Se ha identificado con el que sufre, con el enfermo: «Tuve hambre… estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 31-46).
3. Se dirige también a los agentes sanitarios, médicos, enfermeros, administrativos, auxiliares y voluntarios. Les recuerda que, en cada intervención de diagnóstico, preventiva, terapéutica, de investigación, de tratamiento o rehabilitación no olviden que se dirigen a una persona enferma. Subraya que antes de estar ante un enfermo están ante una persona, que tiene una dignidad y una vida, sin ceder a actos que lleven a la eutanasia, al suicidio asistido o a poner fin a la vida, ni siquiera cuando la enfermedad sea irreversible. Es verdad que la vida siempre debe ser acogida -es un don- tutelada, respetada y servida desde que surge hasta que termina. Ellos tendrán quizás, en ciertos casos, que hacer objeción de conciencia si quieren ser coherentes con el “Sí a la Vida y a la persona”.
4. El papa Francisco si dirige también a los gobernantes. Primero porque el poder político pretende a veces manipular la asistencia médica su favor, limitando la ajusta autonomía de la profesión sanitaria. Y, además, porque, en muchos lugares, hay enfermos que no tienen posibilidad de acceder a tratamientos porque viven en pobreza.
5. Por último se dirige a los cristianos recordando que la Iglesia, cada comunidad, debe ser la “posada del Buen Samaritano”, que es Jesús, y el posadero su santo Espíritu que, por medio de nosotros, personas curadas por el misericordia de Dios en nuestra fragilidad, tenemos que ayudar a otros llevar su cruz, haciendo de nuestras propias heridas claraboyas, ayudemos a mirar más allá de la enfermedad, y recibid luz y aire puro para la vida del enfermo.
Desde estas letras quiero agradecer a los capellanes de los Hospitales y Residencias de Ancianos, a los sacerdotes y grupos parroquiales que visitan y acompañan a los enfermos y sus familias. A veces, en los Hospitales, no es fácil visitar a los enfermos por la ley de Protección de Datos. Si vas al hospital o uno de la familia te lleva, no dejes de solicitar asistencia religiosa. Experimentarás los cuidados de la “Posada del Buen Samaritano”. Igualmente, si tenéis en la familia un enfermo grave, no de un catarro, o un anciano o anciana, no dudéis de comunicarlo a la parroquia. Veréis que la soledad que nos trae la enfermedad o la ancianidad es una soledad acompañada por Aquel que nos dice: «Yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin de los tiempos» (Mt 28 ,21) nos ama tanto que nada ni nadie nos puede separar de su amor que es más fuerte que el mal y la misma muerte. Y él es nuestra vida, salud y salvación.
Que la Virgen de Lourdes, que sabe de acompañar y cuidar a los enfermos y sus familias interceda por nosotros y nos acompañe con su amor maternal.