Homilía en el Corpus Christi 2017

«Cantemos al Amor de los amores, / cantemos al Señor. / ¡Dios está aquí! Venid, adoradores; / adoremos a Cristo Redentor. / ¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra, / bendecid al Señor. / ¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria; / amor por siempre a ti, Dios del amor!»

Con este himno, cuya letra es del P. Restituto del Valle, agustino, nacido en Carrión de los Condes, y música de Juan Ignacio Busca de Sagastizabal, canta toda la comunidad cristiana en los templos y en las calles el misterio que hoy celebramos: la Eucaristía, el Amor de los amores de Cristo que le lleva a quedarse con nosotros y darnos en el pan y en el vino su Cuerpo y su Sangre, todo él, con alma, carne, divinidad y donarnos su mismo Espíritu para que vivamos de su amor.

En el pan y en el vino, convertidos por la Palabra de Cristo y la invocación del Espíritu Santo, en el cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, está toda la Trinidad, que nos primerea, el Dios que es Amor, que nos ha creado, redimido y santificado. Está el amor del Padre que nos entrega a su Hijo -tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo al mundo, no para condenar, sino para salvar-; está todo el amor del Hijo, Jesucristo, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, vino a nuestro encuentro, bajó del cielo, se encarnó en las entrañas de María Virgen, pasó haciendo el bien y luchando contra el mal, nos dio palabras de vida eterna, estuvo cerca de los enfermos, los que sufren, lavó los pies a sus discípulos, murió libremente por todos porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos, derramó su sangre para el perdón de los pecados, resucitó y, en la gloria, intercede por todos nosotros. Está en este pan y en el vino sagrados el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que es Amor que se nos da para que vivamos del mismo amor que inundó la persona y existencia de Cristo como hijos del Padre y hermanos todos de Cristo y en Cristo.

¿Cómo vivir este misterio, no sólo hoy, sino todos los días, particularmente el Domingo, día de la familia de los hijos de Dios, día de la Eucaristía, de la Caridad?

1. Conociendo al Señor. Conocer con el corazón al que nos ama tanto que se hace pan. Saber de Él, empapándonos de su Evangelio, saborearle a Él en la mesa de la Eucaristía.

2. Amándole a él, que es vivir de Cristo, en él y por él y con él. ¿Cómo no amar al que nos ama tanto? ¿Cómo no vivir en comunión con él, que se nos da en comida y bebida, que se ha quedado en el Sagrario como memorial perpetuo de su amor? ¿Cómo no vivir en amistad total con el que habita en nosotros y nos hace vivir en Él para tener vida y vida eterna?

3. Siguiéndole a él como discípulos misioneros, siempre y en todo lugar.Seguirle a él es vivir de su amor, dejarnos conducir por su mano; es pasar haciendo el bien y luchando contra el mal en nosotros y en la sociedad; es aprender de su entrega y entregarnos a los demás; es vivir como hermanos, es construir comunidad. Si Dios ha venido a nosotros haciéndose uno de tantos, incluso el servidor y el esclavo de todos, para reunir a todos los hombres en una sola familia, la familia de los hijos de Dios dispersos y así introducirnos en la comunidad trinitaria, ¿no tendremos que dejarnos la piel y la vida para crear, fomentar, potenciar el encuentro entre las personas, para crear comunidad y comunidades? A este nos llama hoy Cáritas que no es una ONG, sino la misma Iglesia que quiere hacer presente y seguir el ejemplo de Cristo. En este día de caridad nos dice: llamados a ser comunidad. Él se hizo de nuestra comunidad, compartió todo, excepto el pecado, incluso cargó con él, vino a ser y anunciar, desde la cercanía de hermano, la buena noticia para los pobres, la libertad para los cautivos, la vista a los ciegos, y el año de gracia, de favor, de amor de Dios para con todos; compartió nuestra pobreza y nos enriqueció a todos. Seamos hombres y mujeres que crean comunidad, saliendo de nosotros mismos, caminando al encuentro de todo el que sufre, el marginado, el descartado, el parado, el necesitado en el cuerpo o en el alma; salgamos de nuestras rutinas e instalaciones y vayamos a escuchar a los hermanos que sufren a los jóvenes, a los ancianos; entremos en sus vidas y dejemos que ellos entren en la nuestra. Que nunca olvidemos que el Señor que está presente en el Sagrario y nos espera, está también presente en el hermano hambriento, sediento, desnudo, enfermos, abandonado, solo, encarcelado y necesitado. Está presente en los muertos y en los afectados por los incendios en Portugal, en el niño que ha sido maltratado por sus padres y que hoy será enterrado en Sevilla, en las víctimas del atentado de Bogotá. Está presente en los venezolanos que no tienen libertad, ni pan; en los refugiados que vienen a nuestras naciones, en el torero que ayer perdió la vida...

Que cantemos sí, al Amor de los amores, dando gracias, adorando y bendiciendo como lo hacemos hoy con toda el alma en esta Eucaristía y en la procesión; que lo hagamos hoy y siempre con la mente, el alma, con las palabras y las obras, con el corazón y las manos adorando, entregándonos y sirviendo a nuestros hermanos. Solamente así el mundo será una comunidad, una familia de hijos y hermanos.