+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Hay dos errores en la comprensión y en la práctica de la vida cristiana, es decir, en vivir santamente y en los que podemos incurrir todos.
Un primer error es el de «los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia» (GE, 100). Se refiere el papa a los que se comprometen haciendo algunas obras buenas y buscando el cambio social en la tierra de tal manera que se olvidan del cielo.
En este error al que se refiere el Papa han caído muchos cristianos que, sin duda, con responsabilidad y ante situaciones sangrantes e injustas, se han lanzado al compromiso social y político de tal modo que se han olvidado de Dios y se han reducido la caridad a una acción filantrópica. El papa dice: «Así se convierte al cristianismo en una especie de ONG, quitándole esa mística luminosa que tan bien vivieron y manifestaron san Francisco de Asís, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta, y otros muchos» (GE, 100).
Ya lo dijo Jesús en la alegoría de la vid y los sarmientos en la sobremesa de la Última Cena. Decía Jesús: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí, no podéis hacer nada» (Jn 12, 3-6). Los medios para permanecer están bien claros: dejarnos amar por él, escuchar su palabra y ponerla por obra, ser sus amigos, sus discípulos, orar, suplicar su perdón y ayuda, dar gracias, confiar en él, no apartarnos de su amor, ponerle en la cumbre de nuestras alegrías, no separarse de la comunidad, dejarse llevar por el Espíritu, asumir la Doctrina Social de la Iglesia, etc.
Hay un segundo error que el papa califica de nocivo e ideológico y que consiste en sospechar del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista y populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes, o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden (ídem). Entre nosotros, en tiempos no tan pasados, enseguida se tachaba de comunista al sacerdote que en la predicación se refería a cuestiones sociales o políticas, o al seglar que impulsaba determinadas iniciativas sociales. Algunos papas y obispos han sido calificados como comunistas, populistas, traidores o fascistas según critiquen el neocapitalismo, el economicismo marxista, etc., algunos han llegado hasta considerarlos traidores a la fe y olvidarlos en la plegaria eucarística. Podíamos referirnos también a muchos comunicadores que llegan a la calumnia, a la mentira y a insultos irreflexivos y viscerales. Para ellos ser cristiano, ser santo, es mirar al cielo y casi olvidarse de la tierra.
El remedio para no caer en este error es recordar el Evangelio, la misión de Jesús que él expresó en la sinagoga de Nazaret (Cf.r.Lc.4, 16- 21). Si olvidáramos las páginas del Evangelio que se refieren a la acción social y política de Jesús, a sus críticas a las autoridades tanto religiosas como civiles, a su pasión y doble juicio ante Anás y Caifás, ante Herodes y Pilato, y la actuación de los apóstoles, nos quedaríamos con el chasis de los Evangelios. «La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente es sagrada la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen la vida a novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y acaba miserablemente» (GE, 101).
Hoy es necesario que los cristianos salgamos y nos comprometamos por el bien de los hombres asumiendo responsabilidades sociales y políticas, cada uno según su vocación, eso sí, con el “Ora et labora”, de san Benito y “a Dios rogando y con el mazo dando”. No podemos olvidar que Dios y los hombres estamos unidos en Jesús, que lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre; que el primer mandamiento es amar a Dios y el segundo es semejante al primero y es amar al prójimo. «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero. Si alguno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (I Jn 4, 19-21). Hay que ponerse en los zapatos de Cristo, amando al Padre y al hombre y así esperar unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.