Mons. Antonio Gómez Cantero nombrado Obispo Coadjutor de Almería

Mons. Antonio Gómez Cantero nombrado Obispo Coadjutor de Almería

A las 12 de la mañana de hoy, 8 de enero de 2021, se ha hecho público el nombramiento del palentino Mons. Antonio Gómez Cantero, obispo de Teruel y Albarracín como nuevo obispo coadjutor de Almería.

La Santa Sede responde así a la petición del obispo de Almería, Mons. Adolfo Gónzalez Montes, de contar en la diócesis con un obispo coadjutor.

 

Mons. Antonio Gómez Cantero nació en Quijas (Cantabria) el 31 de mayo de 1956. Cursó estudios de bachillerato en el seminario menor de Carrión de los Condes y eclesiásticos en el seminario mayor de San José de Palencia. Fue ordenado sacerdote el 17 de mayo de 1981. Obtuvo la licenciatura en Teología Sistemática-Bíblica en el Instituto Católico de París, en 1995.

Su ministerio sacerdotal lo ha desarrollado en la diócesis de Palencia, donde ha desempeñado distintos cargos pastorales: en 1982 fue nombrado vicario parroquial de San Lázaro y vocal del Consejo Presbiteral por consiliarios; además de consiliario diocesano del Movimiento Junior A.C. y coordinador de consiliarios de Castilla y León. En 1983 fue nombrado delegado diocesano de Pastoral Juvenil y Vocacional; en 1984, párroco solidario de San Lázaro; en 1985, formador del seminario mayor de Palencia; en 1986, delegado para el acompañamiento vocacional para el presbiterado; en 1990, delegado de Pastoral Juvenil-Vocacional y miembro del Consejo de Consultores; en 1992, consiliario internacional del MIDADEN (Acción Católica de Niños) en París, cargo que ocupó hasta 1995; en 1995, vice-rector y profesor del seminario menor; en 1996, rector del seminario menor y delegado diocesano de Pastoral de Vocaciones; en 1998, rector del seminario mayor, en el que permaneció hasta 2004; en el 2000, profesor extraordinario del Instituto Teológico del seminario mayor de Palencia y miembro del consejo de consultores; en 2001, administrador del seminario mayor y de la casa sacerdotal, y desde 2008 miembro del Colegio de Consultores.

En el momento de su nombramiento episcopal ocupaba los cargos de párroco de San Lázaro de Palencia, desde el año 2004, y vicario general y moderador de curia, desde 2008. Del 8 de mayo de 2015 hasta el 18 de junio de 2016 fue el administrador diocesano de Palencia.

El 17 de noviembre de 2016, fue nombrado obispo de Teruel y Albarracín por el papa Francisco. El sábado, 21 de enero de 2017, en la Santa Iglesia Catedral de Teruel se celebró su Ordenación Episcopal y toma de posesión de Don Antonio Gómez Cantero como Obispo de la Diócesis de Teruel y Albarracín.

En la Conferencia Episcopal Española es miembro de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar desde marzo de 2017. Es Consiliario Nacional de la Acción Católica Española desde octubre de 2018.

 

LA FIGURA DE OBISPO COADJUTOR

 

Es un obispo asignado a una diócesis para ayudar al obispo diocesano por razones importantes, dotado de facultades especiales, y con derecho a sucesión automática cuando el obispo diocesano termina el propio mandato.

El obispo coadjutor toma posesión de su oficio cuando presenta las letras apostólicas de su nombramiento al obispo diocesano y al colegio de consultores, en presencia del canciller de la curia, que levanta acta.

Al quedar vacante la sede episcopal, el coadjutor pasa inmediatamente a ser obispo de la diócesis si ya había tomado legítimamente posesión.

Debe residir en el territorio de la diócesis, donde desarrolla tareas similares a las del obispo auxiliar y cuida especialmente la unidad con la cabeza. Además, ayuda al obispo diocesano en todo el gobierno, y le sustituye cuando se encuentra ausente o impedido.

Siempre es nombrado vicario general y conviene que sea el único vicario general de la diócesis.

 

 

CARTA DE MONS. GÓMEZ CANTERO

 

En el día de hoy, 8 de enero de 2021, el Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha comunicado, a las 12:00 horas, que me nombra

Obispo Coadjutor de Almería.

El día 21 de enero hará cuatro años que estoy en esta querida diócesis de Teruel y Albarracín. Doy gracias a Dios y a todos los que formáis esta comunidad cristiana por estos primeros años de mi ministerio episcopal. He descubierto entre vosotros una profunda fe y un gran tesón por mantener viva la Iglesia que hemos heredado de nuestros mayores, cada persona desde la vocación que ha recibido.

Agradezco, del mismo modo, a todas las instituciones políticas, jurídicas, de las fuerzas de orden público, académicas, asociaciones de vecinos, ... entidades públicas o privadas, la apertura en el diálogo y el trabajo que hemos podido desarrollar, junto a las personas que las representáis, siempre, con buena voluntad por parte de todos, por el bien de este pueblo y de esta tierra. Quiero destacar mi entusiasmo en el trabajo en la Fundación de Santa María de Albarracín y en la Fundación Amantes, de las que soy patrono. También mi agradecimiento a los Medios de Comunicación con los que me he sentido acogido y escuchado.

En este momento se me conmueve el corazón y solo se me ocurre decir ¡gracias! Gracias a los Organismos de comunión y participación (Consejo de Gobierno, de Pastoral, Presbiteral, de Arciprestes y de Consultores) he estado entre vosotros como padre y hermano. Gracias a la Curia y al personal seglar del Obispado que hacéis mover la maquinaria. Gracias a los Delegados Episcopales salientes y a los entrantes y a sus respectivos equipos. Gracias a los jóvenes que me acogisteis aquel mes de enero, tan nevado como este, y a los que venís a mi casa, incluso a pasar unos días de coloquios cargados de experiencias, de los que tanto aprendo. Gracias a tantas personas laicas que habéis pasado por mi vida y, entre cafés y mesa camilla, me habéis aconsejado, algunas tan cerca de mí y de mis preocupaciones. A los sacerdotes y al diácono permanente, que tanto me habéis ayudado y con los que también he trabajado codo con codo. A las religiosas de vida activa y contemplativa, que habéis estado ahí, muy cerca de mí, en la oración, la corrección fraterna y el consuelo. A las comunidades de religiosos que tanto colaboráis y estáis tan integrados en la vida diocesana. A los seminaristas, que cerca de vosotros, nos dejamos apasionar por el Dueño de la vid para que ese entusiasmo anime a otras personas a buscar la voluntad de Dios, sea la que sea, y así formemos comunidades vivas. También tengo presente al colegio Diocesano de las Viñas (el profesorado, el alumnado, el personal de servicio, la asociación de madres y padres) sobre el que tantos proyectos hay para el futuro. Así como las comunidades educativas de los colegios de la Iglesia y a todos los docentes de cualquier centro que, desde vuestra fe, trasmitís libertad y concordia.

También echaré de menos a las personas de los espacios cotidianos: el bar del primer café mañanero, la librería, la frutería, la carnicería, el kiosco, el restaurante donde llevo a comer a mis invitados, la peluquería, la tienda de recuerdos y las personas que los habitan, así como todas aquellas con las que me encuentro habitualmente en la calle y paro a charlar y, sin pretenderlo, me abren los ojos a la realidad y me descubren nuevas perspectivas.

Sois muchas personas, muchos diálogos, muchos sueños y también muchos desahogos. Tengo en la retina todo el sufrimiento que nos ha traído la pandemia, cuántos fallecidos sin una despedida digna, cuántas familias rotas por la soledad y el desvalimiento, cuántos silencios retenidos entre cuatro paredes, cuantos vacíos llenados, en muchos casos, sólo por vuestra confianza en Dios. Gracias al personal sanitario que tanto bien han hecho en los últimos latidos de muchos de nuestros creyentes. Un día, desde la fe, debemos celebrarlo en una gran Eucaristía en su memoria. ¡Nos han dado tanto!

Sé que en nuestras comunidades estáis personas de fe firme con muchas iniciativas y habéis manifestado que tenéis ganas de trabajar, nadie os lo va a impedir. Habéis demostrado que cuando seos deja y anima os ponéis con ilusión manos a la obra. Entre ellas estáis los Animadores de la Comunidad, que lleváis a Cristo a las pequeñas comunidades en su Palabra y en su Cuerpo. Dios os bendiga a todos y os conceda un espíritu de fortaleza y valentía para seguir con estas y tantas otras tareas.

Quiero también pediros perdón por las decisiones, palabras, comportamientos que, sin haberlo pretendido, no os hayan parecido acertadas o, os hayan hecho sufrir. Creo en la misericordia de Dios y espero también la vuestra.

A partir de la primera semana de marzo estaré ya en Almería. Sé que el cambio es grande. Procedo de Palencia, una diócesis como la de Teruel y Albarracín, salpicada de pequeños pueblos, que forman parte de estas tierras tan poco habitadas y mayoritariamente anciana, que hemos denominado España vaciada. Almería no es así, tengo mucho que aprender.

Me acerco a vosotros, del mismo modo que vine a Teruel, a conoceros, comprenderos y amaros. Es el camino del pastor. Soy la respuesta a la petición de nuestro obispo D. Adolfo, de tener una ayuda para aliviarse de todos sus tareas y misiones. Estaré, como no puede ser de otra manera, dispuesto a lo que él me pida. Seré para él su hermano pequeño, y él para mí, mi hermano mayor.

En el último artículo como obispo de Teruel, “Los caminos del Evangelio”, cuando aquí yo solo conocía esta noticia, decía que el bautismo nos lleva a la obediencia, que siempre es costosa, ya que, si no, sería complacencia. Y es que todas las llamadas del Señor exigen una conversión que comporta un sufrimiento implícito, un sacrificio, por la complejidad que nos supone salir de nuestro hábitat, ese espacio donde nos sentimos, tarde o temprano, acomodados. Después, todo es ganancia, al menos a los ojos de Dios, aunque los caminos en el desierto vital sigan existiendo.

Querido D. Adolfo, voy peregrino a esa ya soñada tierra almeriense, con los ojos despiertos y el corazón en ascuas, como los discípulos de Emaús. Sé que me está esperando con los brazos abiertos y yo trabajaré con empeño, junto a usted, con todas las comunidades y las distintas vocaciones de la diócesis, en esa querida tierra de María santísima.

Gracia y Paz a todos.

+ Antonio Gómez Cantero, obispo

 

 

CAMINOS DEL EVANGELIO

 

Es de noche, cuando escribo estamos a bajo cero y desde la ventana de mi habitación vislumbro la torre iluminada de la catedral, pues los cristales están tomados por el vaho del contraste de temperaturas. Mañana, los Santos Inocentes. Voy a hacer ya cuatro años de obispo en esta querida diócesis de Teruel y Albarracín. Parece que fue ayer cuando salí de la parroquia de San Lázaro, en Palencia. Lo viví como un desgarro del corazón pues me costó separarme de la sagrada rutina y de las familias que la conformaban. Siempre es así, comienza un año nuevo.

Cuando doy ejercicios espirituales lo hago a partir de textos del evangelio que hablan de caminos y las personas que los habitan. De una u otra manera siempre está en el centro Jesús, su vida, su palabra, su gesto o milagro, que nos manifiesta que el Reinado del amor de Dios ya está entre nosotros: misericordia, ternura, perdón, gracia, ...

Pero la mayoría de las personas de los caminos del evangelio son creyentes, con su idiosincrasia, sus senderos en la vida, sus búsquedas espirituales, sus idas y venidas, sus desilusiones, su crecimiento, sus relaciones (a veces vacías), los entornos familiares, sus tareas... y en un momento de su historia son llamados, con la complejidad que supone salir de tu hábitat (ese espacio donde estas ensamblado y cómodo).

Me identifico con Felipe, el diácono, del capítulo 8 de Hechos (cita fácil de recordar) que, después de la lapidación de Esteban sale, como casi todos, de Jerusalén, y aparca en Samaría. Se ve que su predicación, a los ojos de la gente, tuvo éxito (aunque Pedro y Juan tuvieron que ir a confirmar). Se supone que Felipe estaba contento con su labor, pues se le añadían mucha gente, incluso un mago famoso que se asombraba de los signos de Felipe. Pero cuando más contento estaba el ángel del Señor le envía a una zona desierta, a un camino solitario. Cambio de agujas.

Pienso mucho en cómo se lo tomaría Felipe, o Simón Pedro que, desde un pueblo de pescadores a las orillas de un lago, tiene que ir a Roma, la gran Urbe, supongo que, con su mujer y sus hijos, y si no fue así, peor me lo ponéis, más doloroso. Lo mismo pienso del Papa. Dicen que los primeros meses del papado se deprimen en la jaula del Vaticano. Todo un desbarajuste. Simplificamos demasiado a las personas, sus sentimientos y procesos, cuando leemos los textos del Evangelio. Pero el bautismo nos lleva a la obediencia y ésta cuesta, pues si no sería complacencia. Me impresionaron siempre las palabras de la Carta a los Hebreos: “Cristo aprendió sufriendo a obedecer”.

Las llamadas del ángel del Señor, o del mismo Cristo, suponen una conversión y ésta comporta un sufrimiento implícito, un sacrificio. El sacrificio nos hace más sagrados, en el sentido que nos acerca a la voluntad de Dios, que como a Abel, siempre nos exige los mejores frutos. No hay más que mirar la vida de Jesús: “Padre se haga tu voluntad y no la mía”, (es obvio que Jesús también tenía su propio parecer). Sin lugar a dudas, el mayor sacrificio, de los tres conocidos consejos evangélicos, lo exige la obediencia. Después, todo es ganancia, al menos a los ojos de Dios, pues los caminos en el desierto vital siguen existiendo. Feliz año nuevo ¡Ánimo y adelante!

+ Antonio Gómez Cantero, obispo