El Espíritu Santo y la misión de los cristianos

El Espíritu Santo y la misión de los cristianos

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Recientemente celebrábamos la fiesta de Pentecostés; celebrábamos que cincuenta días después de la Resurrección del Señor Jesús, Él sigue presente en medio de nosotros: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 21). ¿Cómo? Por medio de su Santo Espíritu.

¿Quién es el Espíritu Santo? Es el mismo Dios que sigue con nosotros, no físicamente, sino realmente por su amor, una de las personas de la Santísima Trinidad, de la misma naturaleza del Padre y del Hijo. El Espíritu santo no se revela a sí mismo. El Espíritu de Dios aparece en la Santas Escrituras por medio de imágenes para que podamos atisbar su misterio. Es el RUAH, que significa soplo, aire, viene del A. Testamento y que Jesús utiliza en diálogo con Nicodemo para indicar el Soplo de Dios, la fuerza de Dios, el amor de Dios; se le llama Paráclito, que significa abogado, es decir, el que está junto a nosotros para defendernos y Consolarnos, el Espíritu de la Verdad; sus símbolos son el agua, que da vida, la unción con aceite, que cura, sana, da fuerza, consistencia, cura y sana; es el fuego que significa la energía transformadora; la nube y la luz, una veces oscura, otras veces luminosa, porque así es Dios; es la mano de Dios que cura, bendice. Otro signo, muchas veces representado por los artistas, es la paloma, que alude al tiempo después del diluvio que informa que la tierra es habitable porque está en las manos amorosas de Dios.

La vida de Jesús siempre estuvo bajo el Espíritu Santo. Bajo su sombra fue concebido en las entrañas de María, la Virgen; en María el Espíritu Santo pone en comunión con los hombres al Hijo de Dios, en una unión y comunión eterna; en la sinagoga de Nazaret Jesús dirá que el Espíritu del Señor le ha ungido para la misión que el Padre le ha encomendado: «Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a los cautivos la liberación, a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos: a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). La acción del Espíritu en Jesús tiene su cima en la muerte y resurrección, Él suscita y sostiene la ofrenda de su vida al Padre en la cruz. Es también el principio activo de su resurrección, transformando su condición humana terrestre en una forma de existencia libre de las ataduras del espacio y del tiempo y más coherente con su condición de Hijo de Dios (J. M. Uriarte).

El Espíritu santo es el que lanza a la comunidad cristiana primitiva, que estaba llena de miedo, a la misión de ser testigos del perdón y la misericordia del Padre el mismo día de la Pascua (Jn 20, 22-23); en Pentecostés, Iglesia recibe la fuerza, el fuego de lo alto para proclamar y ser testigos de las maravillas del amor de Dios a todos los pueblos de la tierra (Hech 2, 1-11).

Desde entonces el Espíritu siempre ha impulsado a la Iglesia, de tal manera que es llamado el Alma de la Iglesia. Todo en la Iglesia debe ser manifestación y expresión de la fuerza del Espíritu de Jesús en ella. «No habrá nunca evangelización posible sin loa acción del Espíritu... Las técnicas de la evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizar no consigue absolutamente nada sin él. Sin él la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Si él los esquemas mejor elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor» (Pablo VI). Tenemos que abrirnos sin temor a la acción el Espíritu santo. Él nos hace salir de nosotros mismos y nos transforma como a los Apóstoles en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. Él infunde la fuerza para anunciar la novedad del evangelio con audacia-parresía, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente.

¿Qué tenemos que hacer para que el Espíritu nos aliente, asista y mueva?

Invocarle en la oración, porque sin él toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio del evangelio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha trasfigurado en la presencia de Dios. Escuchar las palabras de Jesús porque él Espíritu nos ayuda a recordar y a penetrar más en ellas. También recibir el Espíritu de Jesús en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía donde, con su cuerpo y sangre, nos comunica su Espíritu para que vivíamos de su misma vida. Trabajar en la línea de Jesús, con un fuerte compromiso social y misionero que trasforme el corazón el corazón de las personas y de la sociedad. Y siempre desde la comunión con la Iglesia, porque ella es un hogar del Espíritu. También estando abiertos al Espíritu, a los llamados signos del Espíritu, que se dan hoy y siempre en la sociedad, porque él sigue presente y actuante en los hombres de buena voluntad, no solo en la Iglesia.

¡Ven Espíritu Santo sobre nuestra Iglesia de Palencia!