LUX en Carrión de los Condes

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.

En la noche de la Vigilia Pascual, la más importante del año, al comienzo, se enciende en todos los templos del mundo, el cirio pascual, tomando el fuego del ya bendecido y se proclama cantando por parte del diácono o del presbítero: «Luz de Cristo». Y la asamblea reunida responde: «Demos gracias a Dios». Posteriormente se canta otras dos veces y el pueblo responde mientras va encendiendo su pequeño cirio, vela o candela del cirio pascual.

Este simple rito expresa y marca toda la vida de la comunidad cristiana hasta las vísperas del día de Pentecostés y de la vida del cristiano. El día de nuestro bautismo entregaron a nuestros padres y padrinos una vela encendida del cirio pascual, que representa a Cristo, muerto y resucitado, y se nos dijo: «Recibid la luz del Cristo. A vosotros padres y padres, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestros hijos, iluminados pro Cristo, caminen siempre como hijos de la luz. Y perseverando en la fe puedan salir con todos los santos al encuentro del Señor» (Ritual del Bautismo).

La “lux” de la Iglesia y del mundo es Jesucristo, el Señor (Jn 8, 12), por quien fueron creadas todas las cosas y que vino al mundo para ser la Luz del mundo, luz que ilumina y protege de día y de noche al Pueblo santo de Dios, peregrino en este mundo. Él ha creado primero la luz (Gen 1, 2), y con la luz la vida para Israel y para todos los pueblos. Él se proclamó a sí mismo como la luz del mundo.

Jesucristo es la luz del mundo desde que se encarnó en el vientre de la Virgen María hasta morir en la cruz, ser sepultado y resucitar. Lo hizo con su vida, con su solidaridad, con su palabra y obras. Él, junto con el Padre, nos ha entregado al Espíritu Santo, «luz en tus dones espléndido». La vida del cristiano es seguir a Jesús, porque el que «me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

Este es tema fundamental de esta Exposición de las Edades del Hombre y que se manifiesta en la arquitectura y en las vidrieras de la catedral del Burgos, en la Catedral de Palencia y en todas las catedrales góticas, luz que envuelve e ilumina, que llena de alegría y color y que da vida.

Pero Jesucristo, siendo la luz del Cristo, vino por la Virgen Santa María. Dice un himno mariano: «Ex qua mundo lux exhorta» -«la que dio paso a nuestra luz»-. El cartel de esta exposición así nos la quiere presentar y la exposición den Carrión de los Condes, en sus dos sedes de Santa María del Camino y de Santiago, así lo quiere celebrar. María es la Virgen de la luz porque nos trajo a Cristo, la luz del mundo. Ella es regalo de Cristo, nuestra Madre, la llena de gracia; su “fiat”, su vida, su maternidad, su hermosura -“tota pulcra”, su ser virgen y madre, su fe, su oración, su entrega, su servicio, su ternura y cariño, su solidaridad de madre, su fortaleza, es para todos nosotros, los hombres, luz refleja de Cristo.

La Iglesia, siendo Cristo luz de las gentes, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece en el rostro de la iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas (Concilio Vaticano II, LG. 1). La iglesia, según expresión de los Santos padres, quiere ser como la luna, reflejo de la luz del sol, que es Cristo, no brilla con luz propia, sino de Cristo. Así lo hace en sus santos, liturgia, y en sus obras. Cuando propone la Palabra de Dios -«Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (Salmo 118, 105)-, cuando celebra los sacramentos, cuando canta al caer de la tarde en la oración de vísperas a la Luz que no tiene ocaso, cuando practica y construye fraternidad desde del amor y la solidaridad, no quiere otra cosa sino hacer presente a Jesucristo

Ruego al Señor que cada uno que camine como peregrino por estas tierras y estepas castellanas y leonesas, tierras de largos horizontes, donde vive gente noble y buena, dialogue con ellas y entre en su iglesias o visite la Exposición este año Santo Jacobeo, que se llene de la luz de Dios, de tal manera que, en el camino de la vida, en la peregrinación de la existencia, seamos luz para los demás, luz que alumbre el camino , que proteja, que guíe, que guarde, hasta que lleguemos todos a la gloria.

Peregrino, caminante, no tengas miedo a la noche oscura, a las tormentas de la vida: «Mira a la estrella, invoca a María» (San Bernardo). Ella es albergue, cobijo, madre y hermana, peregrina en la fe, compañera del camino. Ánimo: Ultreya et suseya. “Mas allá y arriba”.

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