“El desafío es aprender a escuchar”. Esta expresión, entresacada de una reflexión en torno al Sínodo, sugiere una actitud clave, un ejercicio imprescindible, un instrumento básico, una tarea permanente para ser y vivir como Iglesia Sinodal: escuchar.
Nos sitúa ante el primer paso y ante un elemento transversal de todo el proceso. A la vez que recoge la originalidad y el objetivo principal de este Sínodo: garantizar la escucha real de todos los creyentes y de todos los que quieran expresar su opinión en este camino sinodal y, a través de la escucha reciproca, tratar de descubrir qué nos dice Dios en este momento de la historia.
Como bien sabemos escuchar es más que oír. El oír es un mecanismo biológico, espontaneo, mientras que escuchar es un ejercicio activo, es algo que se quiere, se aprende y se ejercita. Oír es cosa de los oídos, escuchar es tarea del corazón.
Lo que nos hace crecer, cambiar, avanzar es estar a la escucha, no atrincherarnos en nuestras seguridades. De ahí la importancia de quitar prejuicios, superar temores y abrirse al encuentro con otros; desde la acogida, la comprensión y el deseo sincero de aprender “de todos y con todos” y juntos abrir caminos de futuro.
Es una de las insistencias del Papa Francisco en la homilía de apertura del proceso sinodal: “El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos”.
Y “escucharnos recíprocamente” nos pide también tomar la palabra, es decir, expresarnos, opinar, proponer. Hablar con respeto, sinceridad y valentía. Hacer uso de la palabra como un ejercicio de libertad, de responsabilidad y co-responsabilidad.
Escuchar y tomar la palabra son movimientos de una comunicación abierta y respetuosa, libre y constructiva que fomenta la implicación de todos y cada uno de los creyentes en la vida y misión de la Iglesia.
Pelayo González