7 de diciembre: Vigilia de la Inmaculada

7 de diciembre: Vigilia de la Inmaculada

La Delegación de Liturgia y Espiritualidad de la Diócesis nos invita a sumarnos a la celebración de la Vigilia de la Inmaculada, que se celebrará el próximo 7 de diciembre a las 20:00 en la Iglesia de San Agustín.

 

Una Vigilia en la víspera de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Una fiesta que como nos decía el Papa Francisco en el Ángelus del 8 de diciembre de 2015 «nos hace contemplar a la Virgen que, por singular privilegio, ha sido preservada del pecado original desde su concepción. Aunque vivía en el mundo marcado por el pecado, no fue tocada por él: María es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal ni en el pecado. Es más, el mal en ella fue derrotado antes aún de rozarla, porque Dios la ha llenado de gracia (cf. Lc 1, 28). La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada por la infinita misericordia del Padre, como primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo».

Por esto -añadía el Papa- «la Inmaculada se ha convertido en icono sublime de la misericordia divina que ha vencido el pecado. Y nosotros queremos mirar a este icono con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitándola en la fe. En la concepción inmaculada de María estamos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvadora del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La aurora de la nueva creación realizada por la divina misericordia. Por esto la Virgen María, nunca contagiada por el pecado, está siempre llena de Dios, es madre de una humanidad nueva. Es madre del mundo recreado».

El Papa afirmaba que celebrar esta fiesta comporta dos cosas. La primera, «acoger plenamente a Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida». Y la segunda, «convertirse a su vez en artífices de misericordia a través de un camino evangélico».

Una fiesta de la Inmaculada que se convierte en la fiesta de todos nosotros «si, con nuestros “síes” cotidianos, somos capaces de vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos, de donarles esperanza, secando alguna lágrima y dándoles un poco de alegría».

A imitación de María, «estamos llamados a convertirnos en portadores de Cristo y testigos de su amor, mirando en primer lugar a los que son privilegiados a los ojos de Jesús. Son quienes Él mismo nos indicó: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36)».