El evangelio de este segundo domingo del tiempo ordinario continúa y explica el que leímos el domingo pasado en la fiesta del Bautismo del Señor. Aunque leeremos este año al evangelista san Mateo, en el segundo domingo siempre leemos a san Juan para dar continuidad al relato del Bautismo.
Ver a Jesús
En primer lugar, no dejemos pasar por alto y resaltemos la expresión con la que comienza el evangelio de hoy: al ver Juan a Jesús. Juan ve a Jesús. No solo lo mira, sino que lo ve y en el ver está descubriendo quién es. Qué importante es que hoy nosotros veamos a Jesús, al Señor. Necesitamos tener la capacidad de ver a Dios. Con frecuencia no lo vemos ni en la vida, ni en las personas ni en los acontecimientos. Incluso a veces mirándolo no llegamos a descubrir quién es. No resulta fácil en estos tiempos ver a Jesús, Nuestras miradas no se dirigen hacia él, nuestros ojos no lo buscan. Más aún, no lo reconocemos y no lo vemos cuando pasa junto a nosotros. Hemos celebrado los misterios de la Navidad, le hemos visto nacer, le hemos adorado y ahora no sabemos verle y reconocerle entre nosotros.
Cordero de Dios
Con frecuencia nos referimos a nombres de animales para resaltar alguna cualidad de las personas que puedan no ser evidentes a la vista. Ese nombre recalca y pone blanco sobre negro aquello que debe ser valorado en esa persona. Memoria de elefante, fuerte como un oso, ágil como una ardilla, valiente como un león… enfatizan aquello de valioso que tienen las personas a quienes así adjetivamos. Juan Bautista también usa este recurso para definir a Jesús y sorprendentemente en lugar de verlo como un león, esperaba al león de Judá, símbolo de David y de la liberación del pueblo de Israel, lo llama Cordero. Preguntémonos, ¿qué quiere decir Juan al llamar a Jesús Cordero de Dios. ¿Por qué Cordero? ¿Qué quería resaltar Juan el Bautista? ¿Qué vio Juan en Jesús para llamarlo Cordero de Dios?
Se nos ocurren al menos dos respuestas. La primera puede hacer referencia a ver en Jesús las cualidades de un cordero: humildad, delicadeza y mansedumbre. Al pensar en un cordero pensamos a una criatura débil, indefensa y sencilla. No creo que esta explicación sea del todo correcta a pesar de que Jesús diga más adelante que es “manso y humilde de corazón” cualidades que podemos atribuir a un cordero.
Juan el Bautista asocia al Cordero otra certeza, otro contenido más valioso. Como buen israelita sabe que cada día en el culto del templo se sacrifica un cordero, el mejor cordero del rebaño, sin mancha, que se ofrece a Dios en adoración, para remisión de los pecados y en acción de gracias por las bendiciones que de Dios esperan recibir. La sangre del cordero era derramada en el altar y otra parte se asperjaba al pueblo antes de ser comido, una parte consumida en el fuego y se destinaba a Dios y la otra parte asada era comida de los sacerdotes y el pueblo.
Esta era la asociación que Juan hacía entre Jesús y el Cordero. En la mente de los judíos y, por lo tanto, en la de Juan veía en Jesús el cordero pascual capaz de redimir los pecados de todo el rebaño. Que era tanto como ver la salvación del pueblo a través de una víctima propiciatoria. En cada Eucaristía seguimos haciendo realidad esta definición de Jesús y por tres veces decimos Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros, y así seguimos reconociendo y viendo en Jesús nuestra salvación.
Doy testimonio de que es el Hijo de Dios
No quedaría completa nuestra lectura del evangelio sin la conclusión a la que llega san Juan. Porque lo he visto y sé que es el Cordero de Dios doy testimonio de él, lo anuncio y lo presento a los demás. Lo hará así con sus discípulos entre quienes se encontraba Andrés, el hermano de Pedro. Cuantas veces nos quedamos los cristianos sin este momento, el momento del compromiso, haciendo de nuestra vida de fe algo estéril. Vemos a Dios, sabemos lo que supone para el mundo y no damos testimonio, no lo proclamamos, no lo anunciamos. Nos lo guardamos, por miedo, por temor. Por falta de valentía y arrojo no nos atrevemos a dar testimonio y a presentarlo y ofrecerlo a los demás y a nuestra sociedad como el remedio, la salvación, el Cordero de Dios que se entregará por nosotros y se ofrecerá como víctima para redimir y perdonar nuestros pecados. De nada vale vivir la fe y no anunciar a Cristo. No podemos seguir siendo cristianos sin gritar que Cristo es el Cordero de Dios que nos alcanzará el favor de Dios. Pidamos ser como Juan que con parresía, es decir, con entusiasmo y ardor, anunciadores a nuestro mundo de Jesús como el Cordero de Dios.
Comentario al Evangelio del 15 de enero de 2023, por José María de Valles, delegado diocesano de Liturgia. Emitido en “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Palencia