El amor es la clave del Evangelio, es la clave de la vida. Permanecemos en el amor de Jesús cuando seguimos su criterio fundamental: las buenas relaciones humanas son el único medio posible para que sean igualmente buenas las relaciones con Dios.
EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
(Juan 14, 15-21)
RECONSTRUIR LAS RELACIONES
El amor es la clave del Evangelio, es la clave de la vida. Permanecemos en el amor de Jesús cuando seguimos su criterio fundamental: las buenas relaciones humanas son el único medio posible para que sean igualmente buenas las relaciones con Dios.
Las relaciones son primordiales en la vida puesto que, en definitiva, nos constituimos y nos construimos como personas, por así expresarlo, en las relaciones que establecemos con nosotros mismo, con los otros, con el «Otro» y con las cosas. Los seres humanos somos seres de relaciones y no solo de contactos; no solo estamos en el mundo, sino con el mundo. El desarrollo vital humano depende del crecimiento ligado a las relaciones que establecemos con la realidad, al cómo la afrontamos, al modo en que nos afectan aquellas referencias visibles y conscientes con las que tejemos libremente nuestra existencia, o a las otras ocultas y hasta inconscientes. Renacemos y resucitamos, crecemos o nos marchitamos según nos relacionamos más y mejor, con más o menos realidades.
TESTIMONIO: SALMA
Salma, 34 años, de Arabia Saudí, condenada a 64 años de prisión por decir lo que piensa. Incomprensible para nosotros, occidentales, que llevamos muchos años sin miedo a decir lo que pensamos (aunque no siempre). Salma al Shehab, madre de dos hijos, higienista dental, profesora de Medicina, preparaba su doctorado en la universidad de Leeds (Inglaterra) cuando fue detenida a su regreso a Arabia Saudí en diciembre de 2020. La acusación contra ella es disponer de una cuenta en Twitter y utilizarla para difundir opiniones personales o de disidentes, críticos con el régimen. La sentencia dice: «promover disturbios públicos y desestabilizar la seguridad civil y nacional». Salma apoyaba las peticiones de libertad de algunos prisioneros políticos, mostrando especial apoyo a Lotüain al Hatloul, una feminista saudí torturada y encarcelada por defender el derecho de las mujeres a conducir. ¡A conducir!
La Universidad de Leeds ha pedido al Gobierno británico que intervenga para contribuir a la liberación de Salma, pero el Reino Unido necesita mantener su alianza estratégica con los países del Golfo, en un momento en el que la guerra de Ucrania ha incrementado la tensión energética en la economía mundial. Amnistía Internacional reclama desde hace meses la liberación de Salma, pero los principales gobiernos de Europa, en su lucha a favor de la libertad, por motivos estratégicos, mientras incluyen a Putin como enemigo, excluyen a Arabia Saudí y toleran o callan ante la represión contra la libertad de expresión, sobre todo contra las mujeres.
¡Qué lejos y qué cerca! Hace no muchos años, una situación así era lejos, muy lejos, pero hoy es cerca, muy cerca. Porque el mundo es hoy una aldea global y porque los derechos humanos son una exigencia, en cualquier parte, en cualquier rincón. Cualquier ser humano, en cualquier lugar del mundo es mi hermano y mi hermana. Dice el papa Francisco: «Necesitamos una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse con su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí, pero es mi hermano, es mi hermana» («Sementera»).
ORACIÓN: «SÓLO DIOS, PERO...»
Sólo Dios puede dar la Fe,
Jean Pierre |
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