Palabra y Vida - Amando manifestamos la presencia del Espíritu Santo

Una imagen de san Efrén de Siria expresa muy bien el acontecimiento que celebramos el día de Pentecostés. Nos dice que los apóstoles “estaban allí, dispuestos como antorchas, a la espera de ser encendidas por el Espíritu Santo para iluminar toda la creación a través de su enseñanza”. No se puede decir mejor, tanto la actitud de la primera comunidad como el efecto que en ella produjo el Espíritu. Por ello, Pentecostés supone un momento de gracia en la vida de la Iglesia, CUMPLEAÑOS de la Iglesia en expresión del Papa Francisco. Se hace realidad la promesa del Señor, el día de la Ascensión, de que no nos dejará solos y nos enviará el Espíritu para que nos acompañe, nos de vida, nos fortalezca y aliente nuestra fe. La solemnidad de Pentecostés nos recuerda, en primer lugar, el inicio de la vida de la comunidad creyente que sale de su encierro y recibe el envío de anunciar el evangelio.

 

Presencia de Dios

Sin darnos cuenta pasa desapercibida la realidad de este día: la presencia viva del Espíritu de Dios que trabaja dentro de nosotros. Como el aire que respiramos y no vemos, nos ocurre con la presencia de Dios que no vemos pero que sigue siendo necesaria para que podamos vivir la vida de la fe. El Espíritu se envuelve en un misterio profundo, diríamos que es el secreto de Dios. La Biblia lo describe como soplo, viento, como fuego, como agua, como paloma… Hablar del Espíritu resulta tarea ardua. Los creyentes experimentamos su presencia en el amor de Dios derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado como nos recuerda san Pablo en la carta a los Romanos. Amando, los cristianos manifestamos la presencia del Espíritu Santo.

Espíritu que alentó la primera comunidad. La fortaleció, la llenó de consuelo y la encaminó en el proceso misionero convirtiéndose en el motor de la Iglesia. El Espíritu, recibido por cada discípulo, se convirtió en el alma de la iglesia naciente siendo principio de unidad y origen de su acción, de su predicación y de su nuevo estilo de vida. Ese Espíritu convierte en empuje y alegría, el miedo y el temor que les mantenía encerrados. Espíritu que les abre las puertas de la misión recordándoles las enseñanzas del Maestro, quien interceda al Padre por ellos para que no desfallezcan y quien les enseñe a orar para pedir aliento y fuerzas.

 

Ven Espíritu Defensor

Al Espíritu Santo, que hoy desciende sobre todos nosotros, la Iglesia, lo llama Paráclito que significa defensor, quien protege y defiende ante las amenazas y los peligros. El Señor sabía de nuestras dificultades en su ausencia y por eso nos envía el Espíritu del Padre y el suyo. Necesitamos de esa presencia, de quien nos proteja y ayude.

Antes del evangelio, hoy leemos el más famoso de los himnos al Espíritu Santo que rezaremos en las vísperas de Pentecostés y durante su octava. El texto se atribuye a Stephen Langton, arzobispo de Canterbury, aunque también fueron considerados sus autores tanto el rey de Francia Roberto II el Piadoso como el papa Inocencio III. Encontramos en él expresiones sobre Dios muy llamativas y expresivas. Padre amoroso del pobre, dulce huésped del alma, fuente de consuelo, brisa en los calores y gozo en los duelos.

Igualmente recoge las peticiones y las necesidades de las que tenemos permanentemente necesidad.

Quiero recoger tres peticiones que el himno pide al Espíritu y que hoy y siempre son necesarias, pero con mayor actualidad si cabe: riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo y guía al que tuerce el sendero. Tres urgencias que hoy necesitamos y que queremos pedir al Espíritu. Cosas materiales, sin duda, pero que nos sirven para nuestra vida espiritual.

Riega la tierra en sequía: Conscientes de este periodo de sequía conviene pedir al Señor el agua. Sequía, no solo de lluvia para el campo. Sequía igualmente en nuestros corazones donde hace mucho que no llueve ni se riegan con la palabra de Dios.

Sana el corazón enfermo: Después de haber vivido la experiencia de la pandemia del Covid´19 seguimos necesitando de la salud del cuerpo y también de la salud de nuestro corazón tantas veces enfermo de odio, de poder y de venganza.

Guía al que tuerce el sendero: La tercera petición nos incluye a todos porque todos tenemos la tentación de errar el camino de la vida y necesitamos quien lo guíe y lo lleve por el sendero de la vida y la felicidad eterna.

Acaba el himno pidiendo los siete dones del Espíritu. Volvemos a encontrarnos con el número siete, número de perfección, queremos que nos conceda todos los regalos y dones que necesitamos expresados en este número siete. No nos alargamos ni extendemos en hablar de cada uno, solo les enumeramos para tomar conciencia de lo que de Dios seguimos necesitando cada día: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios

 

Comentario al Evangelio del 28 de mayo de 2023, por José María de Valles, delegado diocesano de Liturgia. Emitido en “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Palencia.

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