El evangelio de este domingo relata el final del discurso misionero. Jesús da los últimos consejos a sus discípulos que han aceptado la tarea de evangelizar. Les dirá que el seguimiento conlleva dos cosas permanentemente unidas: la exigencia y la recompensa del trabajo encomendado.
Radicalidad y exclusividad
Sorprende, hasta el grado de asustar, el nivel de exigencia con que Jesús propone su seguimiento. Puede parecernos tarea imposible. Antepone su seguimiento al amor a los padres y a los hijos y al éxito personal de uno mismo. Jesús no admite medias tintas y exige radicalidad. Él debe ser lo primero y lo único. Nada puede anteponerse a ello. El seguimiento de Jesús requiere, por tanto, exclusividad. Suena esto duramente en nuestra sociedad. Ambas palabras, radicalidad y exclusividad no tienen buena prensa. Se nos aconseja ser comprensibles, aceptar a todos, no rechazar a nadie. ¿Cómo acoger esta propuesta que el Señor nos hace hoy? Si algo consideramos valioso e importante debemos darlo todo por conseguirlo. Jesús es lo más valioso, el tesoro definitivo. Por ello, no puede haber en nosotros miedos y temores. No es un encargo por horas. El seguimiento complica toda la vida. El encargo del Señor lo requiere todo.
Cruz
El seguimiento a Jesús además se complica con el agravante de que exige un gran esfuerzo. Advierte Jesús que será tarea difícil y complicada porque exigirá llevar la cruz. Un esfuerzo que se materializa en negarnos a nosotros mismos. El protagonismo no puede ser personal, de uno mismo, sino que debe dejar paso al protagonismo del Señor. Y este negarnos a nosotros el tiempo, la gloria, el triunfo, el aplauso, el reconocimiento es lo que en palabras de san Pablo nos hace morir, perder la vida para encontrarla en Cristo. Nos descubre el Señor que solo vale lo que abrazamos y amamos aunque conlleve dolor porque solo salva la cruz.
Premio y recompensa
Las palabras de Jesús tienen un buen sabor final. El que le sigue, el que evangeliza, el que cumple la misión de anunciar el Reino tendrá premio y recompensa. Hacer el bien en nombre de Jesús no queda sin reconocimiento y el Señor sabe premiarlo suficientemente. El estímulo, el reconocimiento forman parte de la tarea del evangelizador. No siempre tenemos esto claro. Con frecuencia expresamos el desencanto y la desolación de nuestro seguimiento que no es reconocido ni valorado. Puede que esperemos este premio y recompensa ahora y hagamos de ello el motor de nuestro trabajo. La paga de Dios debemos esperarla siempre en otro nivel más grande. Todo lo que hagamos nos ganará la mejor paga: el amor de Dios y la vida eterna.
Comentario al Evangelio del 2 de julio de 2023, por José María de Valles, delegado diocesano de Liturgia. Emitido en “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Palencia.