San Mateo hoy nos ofrece la parábola del “sembrador”, que nos nos propone dos actitudes “descubrir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios” y “y el compromiso y necesidad de ser buena tierra”.
Semilla
La semilla o la simiente con que sembramos los diferentes productos del campo o de la huerta no parecen gran cosa. Su tamaño pequeño parece no darle mucho valor. Sin embargo, sabemos que cuando germinan dan fruto abundante, dan mucha productividad y gracias a ello conseguimos buenos alimentos. Esta imagen de algo que puede pasar desapercibido, de algo a lo que no prestamos mucha atención y no damos su valor potencia, la usa Jesús para hablarnos de la Palabra de Dios. Conviene que nos detengamos en ello. Debemos valorar la Palabra de Dios como fuerza transformadora de nuestra vida. Sin ella en nuestro interior no daremos frutos. Sin semilla sembrada no habrá cosecha. Hay otras semillas, pero darán otros frutos. Reparemos, por tanto, en la fuerza vital impresionante de la semilla. Resaltemos el valor de la semilla, el valor y la importancia de la Palabra de Dios que es el centro de la parábola. Debemos creer que la Palabra de Dios es una fuerza capaz de cambiar el mundo y transformar a las personas.
Explícanos la parábola
Sorprende que una imagen, tan sencilla y bien explicada, los discípulos no la entiendan y pidan a Jesús que se la explique. ¿Qué no han entendido? ¿Qué les resulta complicado? Seguro que no la imagen agrícola sino cómo su enseñanza se pueda aplicar y referir a su vida y a la vida de los demás. Jesús les descubre que cada uno de nosotros somos un campo donde Dios siembra su Palabra. Y ese mismo amo del campo espera que esa semilla sea acogida y de fruto abundante. Pero el sembrador que es generoso y siembra todo el campo sabe que algunas semillas no llegarán a dar fruto porque no han entrado en la tierra. Para ello, su corazón y su persona deben acoger como tierra buena la semilla sembrada. En la parábola Jesús nos previene de aquellas condiciones de la tierra que no permiten el crecimiento e impiden dar buenos frutos.
Tierra buena
El compromiso que el evangelio de hoy nos propone dejar que la semilla caiga en nuestra tierra y que nos abramos a la palabra de Dios. Se nos pide tener buena disposición para abrir las puertas de nuestro corazón y acoger la buena semilla de la palabra de Dios. Nuestra primera cualidad para dar frutos es la receptividad. Debemos tener una postura de abierta receptividad de la palabra de Dios. Esto es lo que significa buena tierra. Solo así daremos frutos espirituales. Evitemos ser ese tipo de terreno donde no se acoge la palabra, donde se agosta la semilla, donde se hace imposible que germine el mensaje de Dios.
El evangelio tiene una aplicación práctica y concreta para todos nosotros. ¿Cómo escucho la palabra de Dios el domingo en la Eucaristía? ¿Cómo la acojo? ¿A abro mi corazón para llevarla a casa, se mezcla entre todas mis preocupaciones o queda al borde de mi vida? ¿Estoy distraído al oírla? ¿La recibo entusiasmado, y luego la olvido? Pidamos hoy saber escuchar la Palabra con atención, meditarla y aplicarla a nuestra vida para que eche raíces en nosotros, arraigue en nuestro corazón y produzca frutos abundantes.
José María de Valles – Delegado Diocesano de Liturgia