Palabra y Vida - El Reino de los Cielos, la felicidad eterna

Palabra y Vida - El Reino de los Cielos, la felicidad eterna

Leemos hoy tres parábolas sobre el Reino de Dios en continuación con el domingo anterior. Esta vez san Mateo nos habla de un tesoro, de una perla y de una red llena de peces para hablarnos del Reino de Dios. Tres imágenes que resaltan la importancia que debemos conceder a conseguir el Reino de los Cielos.

 

Valor del Reino

Las tres parábolas tienen en común que son cosas muy valiosas y producen mucha alegría encontrarlas. Poseerlas explica la razón de vivir. Merecerá, por tanto, la pena darlo todo por conseguirlas. El Reino de Dios es el valor absoluto que debemos alcanzar en nuestra vida, nada puede ser más prioritario. Todo se ha de vender para conseguir ese tesoro, la perla preciosa que significa el Reino de Dios. Conseguir el Reino es lo único importante porque sólo ello da la Vida en plenitud y nos evita malgastarla para siempre. Nos debemos preguntar qué valor damos a la búsqueda del Reino. ¿Cuánto estamos dispuesto a vender para conseguir el Reino?

 

Encontrar el tesoro

El evangelio de hoy, por tanto, es una invitación a encontrar y descubrir el Reino de Dios. En algún momento de la vida todos hemos soñado con hallar un tesoro que solucione nuestra vida. Tal vez hemos ya perdido tal ilusión. El evangelio nos propone que el tesoro, la perla o la red llena de peces que nos de la felicidad no debe ser una ilusión y un sueño, sino una tarea primera porque de ello depende nuestra felicidad. El tesoro, la perla y la red llena de peces saciaron las expectativas de quienes lo encontraron y por adquirirlas vendieron lo que tenían. Nos preguntamos ¿qué tesoros buscamos, que perla preciosa hará que pueda vender todo para adquirirla? Ese tesoro, esa perla es el Reino de Dios que cada uno de nosotros tenemos que conseguir. Nada nos hará más feliz y para alcanzarlo merecerá la pena de deshacernos de los bienes que tenemos.

Pidamos a Dios la gracia de saber descubrir el Reino de los Cielos para alcanzar la felicidad eterna.

 

José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia