Si el domingo pasado decíamos que “nunca es tarde para trabajar en la viña del Señor”, el mensaje que este domingo nos propone es: “mejor tarde que nunca”. La parábola de los dos hijos a quien el padre envía a la viña a trabajar nos ofrece y nos propone valorar nuestros comportamientos sobre lo que Dios nos pide. Veámonos identificados con los dos hijos de la parábola. Unas veces con quién diciendo sí, luego no cumplió su palabra y, otras tantas veces, con el que dijo que no y acabó obedeciendo al Padre. No se trata de juzgar quien hizo bien o mal, sino descubrir por qué tantas veces nosotros actuamos con esa incoherencia o falta de compromiso.
Incoherentes
Preguntémonos. ¿Qué razones se esconden detrás de las dos respuestas, tanto la afirmativa como la negativa? ¿Por qué llegamos a ser incoherentes, contradictorios y no somos fieles a la palabra dada? Porque esto no solo les pasó aquellos hermanos, sino que nos pasa a todos nosotros y con mayor frecuencia de lo que creemos. Busquemos, en primer lugar, razones para no ir a trabajar a la viña y obedecer la propuesta del Señor. ¿Estaba enfadado con su padre? ¿No se sentía tratado bien? ¿Sabía lo duro que era el trabajo en la viña, y prefería otras cosas menos exigentes? ¿Abandonamos el amor a Dios por resentimiento, porque no nos sentimos tratados con cariño o como creemos que merecemos? El que no se atrevió a decir que no, ¿tenía miedo a su padre y no tuvo el valor de negarse? ¿Qué le hizo cambiar de opinión para no ir a la viña? Seguro que estas mismas razones se dan en nosotros para que unas veces aceptemos el plan de Dios y otras veces lo ignoremos. Repetimos, a menudo, el comportamiento de los dos hermanos, unas veces digo si y no voy y otras, digo que no, pero acabo yendo.
Hijo, vete a trabajar a mi viña
La propuesta del Señor sigue siendo clara y diáfana: hijo, vete a trabajar a mi viña. Somos lentos para responder a la llamada de Dios y la retrasamos porque tenemos miedo de que nos complique la vida y nos quite libertades y oportunidades de felicidad que queremos disfrutar y tener. La auténtica razón para no asumir el compromiso de hacer la voluntad de Dios puede que tenga que ver con que creamos tener cosas mejores que hacer. Trabajar es duro. Preferimos gastar nuestro tiempo con los amigos, disfrutar de la vida, mientras podamos… Por eso nuestro comportamiento tiene que ver con que me apetezca hoy ir a la viña del Señor o dedicarme a mis cosas. Anteponer nuestra voluntad al Señor explica nuestras incoherencias. Por ello, muchos abandonan la vida de fe y el compromiso creyente, no tanto porque estén enfadados con Dios o porque no se sientan bien tratados, sino simplemente porque prefieren hacer otras cosas más urgentes olvidando, para cuando me apetezca, la propuesta que nos hace nuestro Padre Dios: hijo, vete a trabajar a mi viña.
¿Cuándo vamos a la viña y cuando no?
¿En qué consiste este trabajo que el Señor hoy nos propone? Simplemente en hacer las cosas que ya hacemos como cristianos como la oración diaria, el amar a los demás, el trabajo por la paz y la justicia, la caridad con los necesitados, los valores cristianos en mi actuar, la vivencia de los sacramentos en la comunidad… sabiendo que eso es el deseo y mandato del Señor. Hacer esto que pertenece a nuestra vida diaria y hacerlo todo porque sabemos que es encargo y voluntad de Dios, es decir que trabajamos en la viña del Señor. La viña simboliza el misterio del mérito. La vida divina de Dios que comparte con nosotros en Jesucristo es un regalo, pero al mismo tiempo Dios nos pide trabajar con Él por nuestra salvación y la salvación de los demás. Así la viña representa nuestro compartir el trabajo que Dios comenzó en la creación y perfeccionó en la Resurrección. Solo así nosotros cultivaremos los racimos de uvas que llevarán la alegría a la fiesta del Señor a la que seremos invitados.
José María de Valles. Delegado diocesano de Liturgia