Una de las percepciones que a menudo tiene la gente es que ser cristiano es muy complicado y difícil. Es decir, que cuesta mucho ser buen cristiano. Las razones van desde que hay muchas normas que cumplir, que existen muchas prohibiciones y, por lo tanto, es muy exigente.
Quisiéramos que fuera más sencillo. Nos gustaría poder simplificar las cosas que tenemos que hacer. Por eso estamos de acuerdo con la pregunta que le hacen al Señor hoy en el evangelio. Haznos más fácil y sencillo nuestro vivir como cristianos. Y lo preguntamos no por comodidad ni para tender una trampa a Jesús aparentando buena voluntad, pero ocultando malas intenciones, como lo hicieron aquellos escribas. Queremos simplificar y no andarnos por las ramas, centrándonos en lo más importante. Cuidemos lo esencial de nuestra práctica religiosa concentrándolo en lo principal.
Lo más importante
Aunque clara y concreta, la pregunta envolvía una trampa ya que la respuesta, fuera la que fuese, corría el riesgo de dejar en mal lugar a quien responde. Se trataba de esas preguntas capciosas que a veces hacemos. ¿A quién quieres más a papá o a mamá? le preguntamos a un niño cuando siempre le hacemos dicho que tiene que amar a los dos por igual.
Jesús tiene que elegir entre 613 mandatos y quedarse con el más importante. La respuesta implicaba el riesgo de eliminar 612 preceptos de la ley mosaica. Jesús se toma la licencia de elegir dos como los más importantes. Amar a Dios y amar al prójimo, pero no en el mismo nivel, como a veces hemos dado por supuesto, sino marcando diferencias. Aunque dice que son semejantes habla de un primer mandamiento y luego de un segundo. Jesús resume lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Por lo tanto, queda clara la respuesta de Jesús diciendo que el amor es todo. La vida cristiana se basa en amar, ese es su fundamento ya que sin amar a Dios y a los demás nos perdemos en lo accidental y secundario y olvidamos lo principal. Sin amor no tiene sentido ni justificación ser buen cristiano.
¿Cómo amar a Dios y al prójimo?
Una vez más lo significativo no está solo en el qué sino en el cómo, no en el amor sino en cómo se debe amar. A menudo este aspecto lo pasamos por alto y ponemos al mismo nivel el modo de amar a Dios que al prójimo. La respuesta de Jesús matiza muy claramente dos formas distintas de amar a Dios y al prójimo. En primer lugar, nos dice que a Dios debemos darle un amor total, pleno y absoluto que implique el corazón, el alma y el entendimiento. La respuesta la conocían todos los presentes pues desde los cinco años era la oración con la que empezaban el día. El amor a Dios nos exige un compromiso a un triple nivel. Requiere que pongamos de nuestra parte el corazón, el alma y la mente, es decir, toda la voluntad, todos nuestros sentimientos y todo nuestro entendimiento. El cómo amar al prójimo se sitúa en otra dimensión y la medida la encontramos en cómo nos amamos a nosotros mismos.
El evangelio de este domingo nos muestra así una profunda visión de lo que es lo primero y más fundamental para ser buen cristiano. Desentraña cómo debe ser nuestro amor a Dios y al prójimo proponiéndonos una relación profunda y nueva con Dios y con los demás. Pidamos por tanto la gracia de ser buenos cristianos que sepamos cumplir el mandamiento primero de amar a Dios con todo el corazón y, el segundo, amar a los demás como a nosotros mismos.
José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia y Espiritualidad