Si hablara del secreto mesiánico, ¿a qué me refiero? San Marcos repite continuamente la idea de que Jesús no quiere que se sepa que es el Mesías excepto el grupo que le conoce y sigue personalmente. Lo vemos hoy en el evangelio, donde la persona que es sanada por Jesús recibe esa consigna de que no lo diga a nadie, aunque luego lo publique abiertamente.
Dicho esto, la primera parte del Evangelio de san Marcos tiene como objetivo principal mostrarnos a Jesús como el Mesías que cumple el plan salvador del Padre mediante su Palabra y su Acción y su esfuerzo es que lo descubramos por nosotros mismos.
Asombrados
San Marcos sitúa la primera predicación de Jesús en Cafarnaúm, la ciudad de los primeros discípulos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Aquel sábado Jesús participa en la oración en la sinagoga y su enseñanza despierta el estupor y admiración de los que lo escuchan. Resalta san Marcos el asombro que produce a la asamblea las palabras de Jesús. Destaca, igualmente, la novedad de su mensaje y la autoridad con el que le expone. Sus palabras emocionan al auditorio, despiertan su interés y suscitan su entusiasmo.
Desde la distancia de dos mil años echamos de menos que hoy también en nuestras asambleas escuchemos la palabra de Dios con el mismo entusiasmo y asombro. Nosotros, tantas veces la escuchamos sin interés y no despierta en nosotros admiración.
Con autoridad
El otro rasgo que sobresale de la predicación de Jesús radica en el modo de hacerlo. San Marcos califica el estilo de enseñar de Jesús con la expresión autoridad para añadir que era muy distinto a cómo lo hacían los escribas. Para explicar este criterio recurre a la curación del hombre que tenía un espíritu inmundo. Con su curación demuestra que su predicación es eficaz, obra el bien y logra la salvación. No era un hablar por hablar, no era un mensaje vacío, sino que obraba el bien. La palabra de Jesús tenía la fuerza necesaria para sanar, devolver la vida y transformar a las personas. Frente a nuestras palabras siempre huecas, vacías y sin capacidad de cambiar las personas, la Palabra de Jesús sigue hoy renovando y transformando la vida de la Iglesia y de todos los que la formamos. Necesitamos sorprendernos y admirarnos del poder que la Palabra de Dios tiene y su autoridad para cambiar nuestras vidas. Nos fiamos de tantas palabras humanas que escasamente nos mejoran y olvidamos prestar más atención a la Palabra de Dios.
Nuestro compromiso en este domingo tiene que ver con vivir una nueva actitud de escuchar la palabra de Dios. Tiene que ver con la petición de valorar el poder transformador de esa Palabra en mi vida. Y, por supuesto, de acogerla siempre con entusiasmo y sorpresa.
José María de Valles – Delegado diocesano de Liturgia