“La alegría de acompañar. Cuidar la Vida y hacerla crecer”. Este es el lema que nos va a acompañar y animar en el Tiempo de Pascua de este año 2024. Y en este Segundo Domingo se nos invita a “Acompañar la vida desde la incertidumbre y abrirnos a la confianza en el Resucitado”.
EVANGELIO
Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos. Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, e/ Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre
(Jn 20, 19-31)
TESTIMONIO
Acompañar la vida desde la incertidumbre. Experiencias. Conversión. Descubrir a Jesús. En cualquier momento de nuestro día a día se nos pueden presentar chispazos de resurrección que traen la luz a nuestra vida diaria. Esa luz tan necesaria que, en situaciones concretas de oscuridad que nos desnortan, y que son capaces de dejarnos a oscuras, disipa miedos y reafirma nuestra voluntad de caminar por la vida sabiendo que NO ESTAMOS SOLOS.
Aquella mañana habíamos salido de la localidad de Vidrieros, camino del refugio que encara la subida a la Curruquilla, un monte pegado a su vecino, nuestro fantástico y tan querido Curavacas en plena Montaña Palentina.
Fue un día de pateo estupendo. Como siempre, entre paradas para contemplar la belleza del entorno, altos para tomar un tentempié, y ocasiones de tirar alguna foto y así llevarnos con nosotros (si eso es posible), esas pequeñas-grandes historias que en cada salida a cualquier entorno natural nos entran por los ojos y quieren quedarse ahí adentro y así calentar el corazón, el día fue avanzando. La luz del sol, sin prisa pero sin pausa, se nos iba yendo como el agua del arroyo entre los dedos... La ruta era conocida. Aun así, siempre es conveniente bajar y llegar a la seguridad del pueblo y de su aparcamiento con luz. Al final sucedió: no había calculado bien el tiempo, y ya en la pista que regresa al pueblo se me hizo completamente de noche.
Gracias a la luz del frontal que uno siempre lleva en la mochila, fui recorriendo el trayecto de vuelta con la tranquilidad que daba el conocer la ruta y tener el camino iluminado. Si, caminaba disfrutando de la quietud, los silencios y los sonidos de la noche en el monte, aunque con ese puntito de no sé qué, que dan las ganas de llegar...
De repente, a lo lejos, comencé a distinguir unas luces que parecían acercarse cada vez más. En un primer momento se me pasó por la cabeza que pudieran ser las luces de las primeras casas y farolas de Vidrieros... No, imposible. Todavía quedaba algo más de media hora para llegar al pueblo, pero aquellas luces continuaban acercándose. Al poco escuché unas voces que gritando, intentaban llamar la atención de aquella otra luz, la de mi frontal, que se acercaba a ellas.
Finalmente, nuestras luces se encontraron... Tres montañeros que habían subido aquel día al Curavacas, al volver a su coche en la plaza de Vidrieros vieron aparcado en la plaza el nuestro. Habíamos coincidido al llegar, y nos habíamos saludado al comienzo de la jornada. Al ver que se hacía de noche y que nadie había vuelto a nuestro coche, decidieron volver al camino y, con sus frontales prendidos, salir a nuestro encuentro. No nos conocíamos de nada, salvo por ese saludo inicial, que ya por el tono amigable a primera hora de la mañana, resultó TODA UNA LUZ de acogida y simpatía en medio de aquel día fantástico que ambos grupos teníamos por delante. No nos conocíamos, y aun así decidieron, con sus luces en plena noche, DEVOLVERNOS A LA LUZ y a la seguridad del pueblo.
En la vida necesitamos ejemplos concretos que nos ayuden a ENCARNAR en nuestra cotidianeidad la entraña del Evangelio, y evitar así el riesgo de decirnos a nosotros mismos: “Este ya me lo sé”, y directamente desconectar de tal o cual parábola, de tal o cual pasaje del evangelio. Sería una lástima desconectar de aquellas magníficas LUCES EN EL CAMINO cuya misión es transmitirnos AQUELLA LUZ que más anhelamos, necesitamos y, consciente o inconscientemente, buscamos. Aquel episodio en la Montaña Palentina me ayudó a traer a mi realidad SU REALIDAD: la de Cristo Resucitado en medio de mi vida. La de Su Luz en medio de mi oscuridad.
¿Sabéis cuánto se ve en pleno monte en plena noche cerrada, y encima una noche sin luna como la de aquel día? iNada, no se ve nada en absoluto! Por mucho que creas saber el camino, sin una mínima luz uno puede llegar a encontrarse TOTALMENTE DESORIENTADO. Es entonces cuando, al encuentro con alguien que te aporta luz, cobran plena realidad las palabras: “iNo tengas miedo, no estás solo!” ¿Creéis que exagero? Haced la experiencia.
Si, la experiencia del reencuentro con la luz del frontal de estos amigos montañeros resultó ser una experiencia de una profunda “HOSPITALIDAD EN ACCIÓN”: salir a los caminos para llevar a quien lo puede necesitar de vuelta a
casa, sin esperar a que se esté ahogando o totalmente perdido, sino poniéndonos a tiro, siempre disponibles para transmitir a todos la paz que da el hogar, el estar y sentirte en casa. ¿Qué mayor signo de Resurrección que este puede existir? ¿Qué mayor invitación a ir y hacer lo mismo (LC 10, 37)?
Esta aparición de Jesús que hoy se nos regala trae consigo un vendaval del Espíritu de Dios, capaz de llevarse por delante toda duda en cuanto a que la VIDA con mayúsculas y en plenitud es UNA REALIDAD al alcance de todos. Cristo ofrece a Tomás sus manos y su costado como un momento de reconocimiento y de confianza plena en que toda esta vivencia junto a Él es algo real junto a ALGUIEN REAL, capaz de cambiar la vida de sus amigos y darle la vuelta como a un calcetín. Nos habla también a cada uno de nosotros, “Tomases contemporáneos”, de tantos momentos de luz luminosa y vida eterna y plena que se nos ofrecen en los costados abiertos de tantos otros dramas existenciales, de tantas camas de hospital, de tantas vidas deshilachadas, de tantas soledades que a todos nos acusan e interpelan, de tanta necesidad de ser perdonados y de perdonar... Jesús, necesito meter la mano en tu costado. Necesito tocar tu corazón a través de tu costado abierto, a través del cos abierto de tantas realidades que Tú quieres, a toda costa, RESUCITAR. Cristo, Amigo y Salvador de todos, ¿no será que nos pides a cada uno, metiendo la mano en cada uno de tus “costados abiertos” llevar, junto a Ti, TU VIDA RESUCITADA a aquellas realidades de tu pueblo que más necesitados están de tu Luz? Gracias, Señor, por ofrecernos la oportunidad de calzarnos los frontales, y como hicieron nuestros amigos montañeros aquel día en Vidrieros, salir al camino a compartir con todos LA LUZ DE TU ESPERANZA.
Luis Turrión
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