La fiesta del Corpus Christi coincidiendo con el día de la Caridad, nos sitúan en el centro de la espiritualidad cristiana. Jesús en la cena pascual inaugura la Eucaristía a través de gestos y palabras que significan la entrega de su cuerpo y de su sangre, es decir, la entrega de su propia vida por toda la humanidad. No se trata de un ritual vacío, sino que se convierte en sacramento vivo cada vez que la comunidad cristiana se reúne en torno a la mesa para celebrar la vida, muerte y resurrección del Maestro.
Como seguidores de Jesús, hoy se nos invita a actualizar este gesto en la vida diaria, haciéndonos caridad, pan que se parte y reparte entre nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más pobres y vulnerables.
“El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan
de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día”[1]
Una mirada a la realidad: la dignidad humana, en crisis
La pobreza en nuestro país es un fenómeno estructural que persiste más allá de la coyuntura económica general; la brecha entre ricos y pobres ha aumentado, los ricos son más ricos y los pobres tienen mucha mayor dificultad para salir de una pobreza que se ha instalado en sus vidas y que no les permite alcanzar oportunidades para salir de ella.
Vivimos en un clima de desesperanza social en el que la supervivencia de cada persona y su pequeño entorno es casi lo más importante. La vivienda y la dificultad de acceder a ella se ha convertido en un común denominador social inquietante que planea sobre el estado de bienestar y ensombrece el presente y el futuro.
Los últimos informes de Cáritas y la Fundación Foessa nos han ido dibujando un panorama de sombras y dificultades que se han visto agravadas por el crecimiento de éxodos masivos de personas huyendo de guerras, sequías y violencia, que arriban a nuestras fronteras en busca de paz, libertad y esperanza. El papa Francisco, en su última encíclica Fratelli tutti, detalla algunas de las sombras que acechan la condición humana y su dignidad. El poder que le hemos ido otorgando a las reglas de juego que rigen nuestras relaciones, va asfixiando la identidad humana y la pone al servicio de una economía global e individualista que promueve la cultura del descarte y diluye la conciencia del bien común. El clima social de las diferentes sociedades del mundo se hace más violento y agresivo, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz se han convertido en utopía lejana e inalcanzable.
Los miedos sociales llevan a crear nuevas barreras, a levantar muros en la tierra
y en el corazón para evitar el encuentro de culturas y personas (cf. FT 27).
En nuestro entorno más cercano, los informes de Cáritas y la Fundación Foessa dibujan el análisis de la realidad que viven miles de personas que participan en sus diferentes programas, una realidad en la que los derechos humanos se vulneran y se ignoran reiteradamente.
• Situaciones de exclusión mucho más severas, personas con mayor deterioro especialmente psicoemocional.
• Una problemática de la vivienda que se va agudizando y aumenta las situaciones de sinhogarismo en hombres, mujeres y familias.
• Una precariedad laboral que obstaculiza a muchas personas a vivir con estabilidad e iniciar proyectos vitales nuevos.
• Aumento del nivel de estrés financiero entre la población que vive en alquiler ante la escasa oferta de alquiler social y los bajos ingresos económicos.
• Más personas en situación de irregularidad administrativa fruto de las olas migratorias.
• Una población infantil y juvenil en situación de desventaja social tan profunda que con toda probabilidad arrastrarán toda la vida.
Hoy todas las personas transitamos entre la necesidad de sostener la esperanza y un futuro marcado por la incertidumbre. La inmediatez del presente es casi lo único que llena nuestras vidas. Nos sentimos perdidos, a veces desamparados, sin un rumbo claro.
“Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer
los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia”[2].
¿Dónde nos situamos?
“Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación
y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad;
esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo”[3].
Ante esta realidad, “enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes 4 que pasan de largo”[4]. Podemos tomar tres posturas:
• Nos ausentamos: damos esquinazo a la realidad, invisibilizamos el dolor ajeno, lo aislamos y lo encapsulamos para que no nos moleste.
• Nos hacemos presentes: miramos la realidad de frente y nos hacemos preguntas.
• Nos comprometemos.
En Cáritas, nuestro compromiso es vivir y estar en el mundo desde el amor. Los cristianos y cristianas de este tiempo estamos llamados a ser la comunidad de los conmovidos, los que siguen los pasos de Jesús y se entusiasman con sus palabras y su manera de ver la vida. Los que hacen suya su forma de mirar y perdonar, de escuchar y consolar. Son aquellos que no van a pasar de largo, los que se van a involucrar en los entresijos del dolor, de los desencuentros, de la pobreza, del sufrimiento, y se van a hacer presentes y cercanos allí donde la dignidad de las personas se hace frágil o invisible, allí donde los derechos se hacen inaccesibles.
Allí donde nos necesitas
Un año más, en Cáritas celebramos el día de la Caridad, el día del Corpus Christi, y nos proponemos animar y promover el compromiso de la comunidad cristiana y de la sociedad en general con la defensa de la dignidad de las personas más pobres y vulnerables y sus derechos. Os invitamos a convertirnos en esa comunidad de conmovidos que, como Jesús, delante de las innumerables personas que le seguían, “al verlos, sintió compasión”.
Queremos hacer visible la realidad de las personas que, de una manera u otra, un día han perdido el rumbo o el sentido, o no terminan de encontrar esa oportunidad para salir adelante sin recursos suficientes, para encontrar un trabajo o un lugar donde vivir, para librarse de la violencia machista y empezar una vida sin miedo; para encontrar alguien que les escuche y les haga sentir importantes, para aliviar la soledad que genera la enfermedad, cumplir años o ser joven sin expectativas de futuro.
En Cáritas sabemos que se puede recalcular la ruta de mil maneras, sólo hace falta estar ahí, cerca, al lado de tanta gente que lo necesita, y ofrecer lo que todas las personas llevamos dentro: amor en forma de escucha, acogida, empoderamiento, tiempo, oportunidad, un proyecto común.
Este amor creativo que toma partido por la dignidad de las personas, que se da sin precio a cambio y se hace presente en el aquí y ahora, se convierte en caridad comprometida con cada persona y sus derechos, y nos vincula como comunidad de personas y como sociedad.
Allí donde nos necesitas, sea cual sea tu historia, estamos y queremos estar, como Iglesia, como comunidad cristiana, como Cáritas, contigo, con las personas más vulnerables, alzando la voz para denunciar el sufrimiento, la falta de oportunidad y de acceso a los derechos, y para anunciar la buena noticia de la esperanza en cada camino nuevo que se traza, en cada puerta que se abre, en cada encuentro que invita a empezar de nuevo.
Abrimos camino a la esperanza
El amor al prójimo, la gratuidad y el servicio que vertebran la acción de Cáritas son semillas de un bien común para la sociedad, y sus brotes se concretan y se hacen visibles en las vidas de las personas que vuelven a sentirse dignas porque son miradas y escuchadas desde el amor y el cuidado. Abrir camino a la esperanza no es solo una utopía, es una tarea ardua, comprometida y diaria que conlleva responsabilidad afectiva y efectiva, coherente y cercana.
La regularización de las personas extranjeras en nuestro país, preservar y defender la dignidad de las personas haciendo lo posible para que puedan acceder a sus derechos, facilitar formación para acceder a un empleo…, en definitiva, ejercer la caridad política que nos implica como ciudadanas y ciudadanos, son algunas de las iniciativas concretas en las que Cáritas se empeña.
A continuación, proponemos tres vías concretas para abrir este camino y desbrozarlo, para reconocer lo que ya estamos realizando para sembrar esperanza y lo que podemos hacer para mostrarlo y que salga a la luz contándoselo a otros. Hay muchas formas de abrir camino, tantas como la creatividad sea capaz de poner en marcha. Aquí dejamos alguna pista que os pueda facilitar para tomar conciencia, para animar a otros, para hacernos más sensibles.
¿Qué te proponemos?
1. Salimos al encuentro
“Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre,
hacia la tierra que te mostraré” (Génesis 12,1).
¿Cómo transmitir esperanza, abrir camino, en medio del sufrimiento y la pobreza? El papa Francisco nos dice que no hay que esperar a que nos llamen a nuestra puerta, sino llegar a las personas, allí donde estén, “en sus casas, en los hospitales y en las residencias, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida…” logrando, ante todo, “reconocerlos realmente”, para hacerlos “parte de nuestra vida” (Mensaje para la V Jornada Mundial de los Pobres). Cada encuentro, cada relación de ayuda significativa, cada diálogo sanador es sacramento de esperanza, especialmente para la persona más vulnerable. Se trata, pues, de salir al encuentro para ACOMPAÑAR la vida, su proceso de sanación y recuperación, su proceso de desarrollo en busca de una vida mejor, estableciendo vínculo con la persona y confiando en sus potencialidades.
Acompañar implica “ampliar el manto” para que podamos caber todos, poder estar, sencillamente estar. Estar juntos, pasear juntos las dudas y las búsquedas, las lágrimas y las sonrisas, los éxitos y los fracasos, la oración y la denuncia.
2. Nos comprometemos con el bien común
Celebrar esta jornada de la Caridad es una gran oportunidad para los equipos parroquiales, arciprestales y diocesanos, para los párrocos y los equipos pastorales, para fortalecer red y presencia en el territorio, y dar testimonio de lo que significa ser Iglesia hoy en la realidad de un pueblo o ciudad. Hay muchas personas que no conocen qué hace Cáritas, o piensan que su labor es meramente asistencial y puntual, dar algo a alguien cuando le hace falta.
La comunidad cristiana y el resto de la sociedad tienen que saber que después de cada acogida, hay toda una red de personas y recursos organizados para acompañar y proponer caminos de esperanza concretos, itinerarios de sanación, formación, de búsqueda de empleo…
No sólo se atiende a cada persona desde su realidad y necesidad, sino que también se buscan soluciones a los problemas estructurales que están generando exclusión social.
No basta con sanar y cuidar, sino que hace falta “favorecer aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (Gaudium et spes, n.26). Es decir, vivir la dignidad en plenitud.
El papa Francisco hace dos propuestas para abrir camino a la esperanza pública, bien común de todos: impulsar y animar la cultura del encuentro y la cultura del cuidado.
• “Frente a la cultura del desencuentro, de la fragmentación, del descarte (…) debemos ir al encuentro y crear con nuestra fe, una cultura de la amistad, una cultura donde seamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros o tienen otra fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios” (cf.Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales, 18 mayo 2013).
• La cultura del cuidado entendida como “el compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos” (54ª Jornada Mundial de la Paz, n. 9).
3. Cultivamos la solidaridad en comunidad
“Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante”[5].
Se necesita una comunidad de pertenencia y solidaridad a la cual podamos destinar tiempo, esfuerzos y bienes (cf. FT n.36). Estamos invitadas a convocar y encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de acciones individuales (cf. FT n. 78), pues “mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad”[6].
Estamos llamados a ser comunidad de vida, de bienes y acción, en la que “el amor recíproco nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido”, que diría Francisco.
Por otra parte, como comunidad de creyentes no podemos aislarnos, sino trabajar e interactuar en el entorno social favoreciendo sinergias con otros grupos y entidades con los que se comparta la solidaridad humana. Recuperemos el sentido de la proximidad y las relaciones de interdependencia, para estrechar lazos de fraternidad y participación.
[1] FRANCISCO, Fratelli tutti, 65. En adelante FT.
[2] FT n. 12.
[3] FRANCISCO, Evangelii gaudium, n.187.
[4] FT n.69.
[5] FT n. 8.
[6] Mensaje VI Jornada Mundial de los Pobres, n.5